El Gobierno ruso ha decidido poner coto a la exótica afición de algunos de sus súbditos por los animales salvajes. A partir del 1 de septiembre de 2025 entrará en vigor una norma que prohíbe la tenencia de decenas de especies como animales de compañía. En la lista figuran leones, tigres, osos, rinocerontes, hipopótamos, hienas, serpientes venenosas, pitones de más de cuatro metros, tiburones, cocodrilos, pelícanos, avestruces, pingüinos y hasta búhos y halcones.

La medida, que en principio estará en vigor hasta septiembre de 2031, excluye de la restricción a zoológicos, circos, oceanarios y otras instituciones con licencia para albergar fauna salvaje. Es decir, el Kremlin admite que hay lugares más seguros –y más rentables– para tener a un león encerrado que el jardín de una dacha.

La nueva disposición parece responder tanto a motivos de seguridad pública como al creciente interés del Estado por regular los hábitos privados de los rusos, sobre todo si estos incluyen la posibilidad de criar una hiena en el salón o un cocodrilo en la bañera. Rusia lleva años siendo uno de los países con más casos documentados de tenencia doméstica de animales salvajes: vídeos de tigres en garajes, linces en sofás o pingüinos paseando por el pasillo han circulado con frecuencia por redes sociales. En 2020, el Ministerio de Recursos Naturales estimó que había más de seis mil animales potencialmente peligrosos viviendo en casas particulares.

Pese al gusto de Putin

El texto legal no hace referencia a un caso concreto, pero llega en un momento en que varias regiones han alertado del aumento de incidentes con fauna no doméstica. Algunos expertos lo interpretan también como una señal del endurecimiento general de las normas de convivencia bajo la presidencia de Vladímir Putin, quien –pese a su conocida afición por posar con osos, águilas y leones marinos– parece poco dispuesto a que sus compatriotas compartan protagonismo con la fauna salvaje.

Paradójicamente, la medida podría tener un efecto decorativo: en la Rusia actual, con su sistema judicial selectivo y una burocracia a menudo opaca, no está del todo claro si la ley impedirá que ciertos oligarcas sigan alimentando a su tigre privado mientras el Estado mira hacia otro lado. El ciudadano medio, en cambio, tendrá que conformarse con un gato siberiano, un pastor caucásico o, con suerte, un hurón. Queda por saber qué ocurrirá con los pelícanos.