El vídeo dura apenas unos segundos, pero en tiempos de sobreinterpretación digital basta y sobra. Emmanuel Macron aparece en la puerta del avión presidencial a su llegada a Vietnam este lunes. Detrás de él, unos brazos –los de su esposa, Brigitte– se adelantan y le palmean en la cara con un sentido difícil de describir: ¿juego, tensión, costumbre? El presidente francés se gira rápido, con gesto algo tenso, y saluda. Le tiende el brazo a su esposa, pero ella lo rehuye y se agarra sola a la barandilla de la escalerilla de descenso. Fin de la secuencia. Comienzo del drama.
Después de intentar desmentir la veracidad de las imágenes que habían empezado a circular por redes sociales habitualmente hostiles a Macron, el Elíseo ha tenido que corregir rápidamente y modificar su versión para admitir lo que los reporteros habían grabado. Los portavoces de la presidencia de la República han tratado de restar importancia al gesto.
El entorno de Macron ha señalado luego a los periodistas que le acompañan en el viaje que "ha sido un momento de complicidad" y ha atribuido los comentarios negativos iniciales a círculos prorrusos que buscan desprestigiarlo. De acuerdo con ese relato, los dos esposos han aprovechado para relajarse una última vez antes del comienzo oficial del viaje, en lo que creían que era un gesto privado, y lo han hecho con unos reproches en broma.
En cualquier caso, las redes han hecho lo suyo: han ralentizado el vídeo, lo han convertido en gif, lo han musicado y lo han elevado a símbolo de una supuesta "diplomatie de l’homme battu" ("diplomacia del hombre maltratado"), según el sarcasmo de algunos comentaristas extremos. La respuesta oficial llegó, como no podía ser de otro modo, entre la negación y la burla: "On plaisantait" ("Estábamos bromeando"), dijo Macron horas después, cuando eran recibidos por las autoridades vietnamitas y se prodigaban afecto para intentar aplacar la polémica.
Pero la pregunta queda flotando como un perfume caro: ¿Qué le pasa a Brigitte Macron?
Un matrimonio bajo lupa y una villa en venta
Quizás la respuesta no esté en los gestos aislados, sino en las tensiones de fondo. Según Marianne e Ici Nord, el matrimonio podría estar a punto de desprenderse de la villa Monéjan, en Le Touquet, el refugio familiar que Brigitte heredó de sus padres y donde el clan Macron se reencuentra con cierta idea de normalidad.
Brigitte está, dicen, desolada. Vender la casa sería un "crève-cœur" ("un desgarro del corazón", una expresión francesa para algo que parte el alma). Pero el lugar se ha convertido en un destino turístico involuntario, un rincón demasiado expuesto. Y la familia presidencial, agotada de flashes, estaría buscando una residencia más grande, más aislada, más invisible. Como quien se prepara para desaparecer discretamente tras 2027.
La sobreexposición es parte del problema. Desde que Emmanuel Macron llegó al poder, la figura de Brigitte ha sido diseccionada sin piedad: por su edad, por su papel, por su ropa, por su silencio. Ahora, cada ademán genera lecturas políticas o afectivas. ¿Por qué no le cogió el brazo? ¿Por qué le tocó la cara así? ¿Estaban discutiendo? ¿Estaban actuando?
Más que una anécdota
Lo cierto es que la propia Brigitte, en algunas de sus escasas declaraciones, ha admitido lo difícil que es vivir expuesta a la intemperie mediática. Incluso los momentos de aparente ternura –como el famoso baile en el Elíseo en 2017– se convierten en memes o munición política. Todo gesto es un signo, y todo signo, una sospecha.
¿Y si, más allá del "chamaillerie" (pequeña riña o broma entre parejas) que invoca el Elíseo, estuviéramos ante otra cosa? ¿Una fatiga? ¿Un deseo de pasar página? ¿Un desacuerdo sutil entre la primera dama que soñaba con una jubilación tranquila y el marido que juega a reinventar el liderazgo europeo?
La pregunta es legítima. No porque importe el cotilleo, sino porque Brigitte Macron –que no ha pedido estar donde está– encarna también una tensión moderna: la de las mujeres que acompañan a hombres poderosos sin dejar de ser juzgadas por cada paso, cada gesto, cada casa vendida y cada barandilla no agarrada.
¿Qué le pasa a Brigitte? Tal vez nada. Tal vez todo.
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