El verano de 1975, millones de bañistas estadounidenses temieron meter un dedo en el agua. Recelaban siquiera de acercarse a la arena de la playa. La Guerra de Vietnam había terminado, pero lo que les ahora aterrorizaba era algo más grande: un titánico tiburón blanco que se había instalado en su imaginario colectivo a raíz de una película que acababan de ver en los cines. Y, con el animal, una amenazante melodía que se clavaba en sus mentes como los punzantes molares que se escondían tras la enorme sonrisa de la bestia que protagonizó Tiburón (1975). Fue la segunda película de Steven Spielberg (Ohio, 1946), el primer blockbuster veraniego de la historia del cine, y también fue la que debido a su éxito hizo proliferar una plaga cinematográfica, el subgénero de animales asesinos, que sigue asolando las pantallas de cuando en cuando todavía hoy.
Lo de Tiburón fue histórico: se convirtió en la segunda película del género terror en estar nominada a 'Mejor Película' en los Oscar, fue la película más taquillera de la historia (hasta que Star Wars la desbancó en 1977), y consolidó a Spielberg como uno de los directores más populares de la industria cinematográfica. Fue tal el fervor que incluso las políticas costeras estadounidenses se redefinieron, utilizando el término Jaws Effect (Jaws es el título de la película en inglés) para referirse a todos esos funcionarios gubernamentales que todavía hoy se apresuran a tomar medidas rápidas frente a los tempranos avistamientos de tiburones en sus costas, para evitar parecerse al ineficaz alcalde del pueblo ficticio en el que transcurre la película.
Tras aquel taquillazo sin precedentes, la industria trató de explotar y saquear el filón. Siguió creando, produciendo y vendiendo películas ya no sólo de tiburones, sino de pulpos, pirañas o monstruos marinos a cada cual más variopinto. A pesar de los muchos intentos de replicar el éxito de Spielberg, la mayoría de películas sobre tiburones son bastante malas: salvo contadas excepciones son, en el mejor de los casos, vulgares películas que van de la serie B a la Z. Pero, ¿por qué?
El éxito de 'Tiburón'
Los tiburones asesinos son ya un pilar ineludible de la cultura popular. Ya sea por el terror que infunden sus afilados dientes y sus ojos profundamente negros, diminutos en proporción con su enorme fisonomía, o por la contagiosa y bobalicona canción infantil sobre un Baby Shark. Admitámoslo de una vez por todas: al ser humano le encantan los tiburones –y por eso los hay de peluche–. Pero el tiburón no fue nunca la prioridad de Spielberg, y precisamente fue eso lo que le hizo ser tan terrorífico.
Si bien el tiburón Bruce (nombre que el equipo utilizaba para referirse al animal, y que más tarde Pixar homenajearía en Buscando a Nemo) acaparó toda la atención del filme, apenas aparece cuatro minutos en toda la película. Un mecanismo robótico programado para abrir y cerrar la boca en según que escenas no es suficiente para atemorizar a los espectadores. En cambio, el agua del mar, insondable refugio de la bestia, sí lo es. Como la identificación casi universal del espectador con el desprevenido bañista que solo quería darse un chapuzón pero acabará despedazado.
Spielberg entendió que la clave del éxito de Tiburón debía ser el mar: trasladar a la pantalla la sensación de aislamiento y vulnerabilidad del personaje que se aleja del bote para asomarse al agua. Con la cara cada vez más pegada al líquido elemento. Sin saber qué (o quién) se encuentra debajo. El tiburón es lo de menos: es la soledad del mar lo que da yuyu.
Sin embargo, este estudio de la psique humana fue pasado por alto por los directores de las secuelas espirituales de Tiburón, quienes apostaron por la mágica fórmula de "más largo, más grande y más gore".
El éxito de Tiburón hizo que tres años después se estrenara Tiburón 2, aunque esta vez sin Spielberg a los mandos. Tuvo una recepción aceptable, pero la fórmula había cambiado: el tiburón era más comercial y sangriento, y acaparaba la totalidad del filme. Y, si para la tercera película, Tiburón 3-D (1983), el surrealismo se había hecho con los mandos; para la cuarta, Tiburón 4 (1987), no había, directamente, nadie al volante: sangre, aviones y finales alternativos incluidos.
Tiburones de cinco cabezas vs. dinosaurios del cretácico
Si bien aparecieron películas que, dentro de su nefasta calidad, prometían cierta lógica dentro de la filosofía de la película (ni siquiera Samuel L. Jackson pudo hacer que Deep Blue Sea saliera a flote), la gran mayoría se dejaron mecer por las suaves y estúpidas olas de la memez. Películas como El ataque del tiburón de dos cabezas (2012) y sus secuelas (El ataque del tiburón de tres cabezas y El ataque del tiburón de cinco cabezas), Megatiburón contra pulpo gigante (2009) o Tiburones de arena (2012) –que, en lugar de nadar en el agua, lo hacían en la arena del mar–, cobraron gran popularidad. A cada cual más irreverente y estúpida que la anterior. Pero también más sangrienta.
Quizá la más popular de este subgénero de películas sea la saga Sharknado, el filme de terror de 2013 del que se hicieron cinco secuelas y que prometía una amenaza alejada del mar: un salvaje tornado que contiene en su interior a cientos de hambrientos tiburones, devorándolo todo a su paso. Si la premisa les resulta imbécil, esperen a ver sus secuelas, que incluyen desde un tsunami a vacas voladoras, viajes en el tiempo, cohetes al espacio y dinosaurios asesinos aliados contra los tiburones.
A estas películas se las conoce como mockbusters (un juego de palabras con las inglesas mock, burla, y blockbuster), y no se limitan únicamente a tiburones: pirañas, tarántulas, hormigas, o incluso parques acuáticos (Aquaslash, 2019). Todo lo que imagines, viviente o no, puede ser una máquina de matar en este tipo de películas que, si bien no se toman en serio a sí mismas (menos mal), tienen un amplio grupo de fans que disfrutan de la mamarrachada resultante.
Pero los mockbusters no incluyen solamente películas sobre animales/objetos/lugares asesinos, también sobre desastres naturales, parodias de otras películas o filmes de acción imposibles de calificar (Velocipastor, por ejemplo, una película de 2017 sobre un sacerdote capaz de convertirse en dinosaurio). Tiburón empezó siendo una excelente película de terror que redefinió el género, pero su legado estará siempre marcado por la serie B. Estas son aguas peligrosas para nadar.
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