Dale a tu cuerpo alegría, Macarena. No se necesita escribir mucho más para saber de qué canción se está hablando. La de Los del Río (Antonio Romero Monge y Rafael Ruiz Perdigones) se convirtió en un himno intergeneracional. Pocas canciones han logrado eso. En 1993, España entera bailaba la Macarena, esa canción que había pasado sin pena ni gloria en su disco A mí me gusta (necesitó de varios remixes —el más famoso con Fangoria— para ser un pelotazo), y que hablaba de una tal Macarena que engañó a su novio "de apellido Victorino" –poco sutil referencia a los cuernos que llevaba, por la conocida ganadería brava– con dos de sus amigos mientras él hacía la mili. A Macarena le gusta la "movida guerrillera" (que a saber qué significa exactamente, pero rima con "Marbella"), irse de compras a El Corte Inglés y ansía vivir en Nueva York, donde espera "ligar un novio nuevo". Dice Antonio que tardó cinco minutos en escribir la letra completa de Macarena, reclinado en el sofá de un hotel.

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Algún guiri perdido debió de escuchar la canción en un garito de Benidorm porque, dos años después, Macarena se volvió internacional. Los Bayside Boys, dos productores musicales afincados en Miami, metamorfosearon la canción: añadieron una sección cantada en inglés por voces femeninas y eliminaron los sueños de la joven de vivir en Nueva York vestida de El Corte Inglés. Los cuernos, eso sí, los dejaron.

El 15 de agosto de 1995, Macarena Remix by The Bayside Boys salió al mercado estadounidense. Fue un éxito inmediato. La animada melodía unida a la sencillez del baile hizo que la Macarena fuera coreada por todo el mundo. Alcanzó el Nº1 de el Billboard Hot 100, la lista de éxitos estándar de la industria musical estadounidense, y se mantuvo ahí 14 semanas, un récord que en su momento parecía imposible para una canción en gran parte cantada en español y sólo superado por Mariah Carey. En Reino Unido salió un año después y, aunque no pudo desbancar al Wannabe de las Spice Girls, se mantuvo como la segunda canción más escuchada del verano de 1996. En el resto del mundo, la que más.

El verano de Macarena

Es, quizá, lo más friki que ha sucedido nunca en la historia de la música. En diciembre de 1995, seis meses después de su salida internacional, el Miami Journal le dedicó un artículo a la que consideraba "la canción del año". El titular lo resumía todo: Macarena madness now has the floor (La locura por la Macarena tiene ahora la palabra). Pero es que lo de Macarena acababa de comenzar.

No hubo nadie en el verano de 1996 que no bailara el "baile de moda": no requería de pareja pero sí de espíritu de equipo y lograba llenar una pista de baile en nanosegundos. Todo se concentraba en movimientos de brazos y caderas. El Washington Times lo celebraba como "un éxito en bodas y bar mitzvá" y un "imprescindible" en los cruceros (30 años después lo sigue siendo).

Estados Unidos se rendía ante lo que llamaban "el equivalente musical de un virus social". La fiebre alcanzó tal punto que, en plena campaña de reelección presidencial, se pinchó en la clausura de la Convención Demócrata que invistió a Bill Clinton para la reelección. Las imágenes de los delegados bailando y de la primera dama, la victorina Hillary Clinton dando palmas, dieron la vuelta al mundo.

Los del Río estaban en la cresta de la ola: visitaron al Papa Juan Pablo II en el Vaticano, actuaron en la previa de la Superbowl e incluso lanzaron un villancico de su popular canción, Macarena Christmas. Entonces, llegó la fatiga.

Uf, Macarena

Para finales de 1997, el entusiasmo por la canción llegó a ser tan intenso que empezó a virar hacia el cansancio. Ya lo había profetizado el Tampa Bay Times un año antes, asegurando que "América acabará odiando esa melodía burbujeante". Ya no era Ay, Macarena, sino Uf, Macarena.

Ya no se trataba de si la canción era buena o mala, sino de su omnipresencia. El crítico musical George Graham confesó que su mayor problema con la Macarena era "la imposibilidad de escapar de ella". Esta exposición constante acabó por saturar incluso a los más benevolentes, haciendo que muchas emisoras, conscientes de ello, redujeran su rotación diaria de la canción para evitar que los oyentes cambiaran de dial a la primera nota del Dale a tu cuerpo...

La agencia IPS percibió este desgaste, describiendo la canción como una "invasión cultural" imposible de esquivar. Meses antes, esta misma agencia había celebrado el éxito internacional de una canción local y de raíces muy marcadas pero, ahora, era una especie de plaga pop.

Así, auge y caída de la Macarena. Treinta años después, la canción sigue siendo ese fantasma musical que aparece cuando menos te lo esperas. Sigue sonando en las discotecas, pero su aparición ha de hacerse en un momento concreto: bien entrada la noche, cuando queda poco para cerrar. Es ahí cuando, dispuestos a disfrutar del poco tiempo que les queda, los fiesteros se aferran a cualquier baile conocido (lo mismo ocurre con el Saturday Night de Whigfield). La Macarena es imposible de erradicar: por muy alto que sea su hartazgo, ahí seguimos, obedeciendo su mandato absurdo como si fuera un dogma. Porque, al final, siempre habrá un pobre cuerpo al que darle alegría, y una Macarena dispuesta a recordárnoslo.

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