"Manuel Santana, indiscutiblemente, ha sido el más popular de los españoles en 1965. Su imagen, durante horas y horas, ocupó las pantallas de la televisión, haciendo vibrar al país entero –fueran o no aficionados al deporte–, pendientes todos de su mágica raqueta, con la que fue abatiendo a los siete equipos rivales, hasta llevar a España a la finalísima de la Copa Davis. Griegos, chilenos, alemanes, checos, sudafricanos, norteamericanos e hindúes fueron las victimas que cayeron fulminadas, siempre en tres sets y nunca sin pasar del sexto juego por el implacable e impecable juego del campeón español". Así glosaba Pueblo el 22 de diciembre de 1965, junto a las informaciones de la Lotería de Navidad repartida el día anterior –el Gordo, 49.873, cayó íntegro en Madrid–, la figura del tenista madrileño, a quien el jurado del periódico del Sindicato Vertical había decidido otorgarle el premio al personaje más popular del año.
Había sido, sin duda, un gran año para él. "Santana escribió, en olor de multitudes, la más bella de las páginas del deporte español y el tenis, por obra y gracia de su extraordinaria clase, dejó de ser coto cerrado de minorías para convertirse en deporte de mayorías entusiastas, que rompían la tradicional seriedad de las pistas para levantar en hombros al sempiterno vencedor". El redactor de Pueblo hace hincapié con razón en la hazaña de la Davis. Fue la primera vez que España siguió el tenis como una pasión colectiva. Santana y sus mosqueteros, José Luis Arilla y Juan Gisbert, habían logrado eliminar a Estados Unidos en cuartos. Salieron de la pista del Real Club de Tenis de Barcelona como toreros, a hombros. Tras derrotar a la India, se plantaron en la final ante la invencible Australia. Y en efecto perdieron 4-1, pero fue la más dulce de las derrotas, ante los mejores.
La Davis: por España
Juan Antonio Samaranch, ya entonces hombre clave del deporte español, había convencido a Santana para que encabezara el equipo nacional y no se pasara al lucrativo circuito profesional que le hubiera dejado, como en el caso de Andrés Gimeno, fuera de aquella competición –antes de 1968, cuando se inaugura la era Open, los jugadores profesionales no podían jugar los torneos de Grand Slam ni la Copa Davis–. Sin Santana hubiera sido imposible llegar a la final (repetirían en el 67).
El país se aficionó al tenis con él, le agradeció el liderazgo del equipo nacional, y también se entusiasmó con los logros individuales de aquel "tenista del pueblo", nacido en el Madrid asediado en 1938, hijo de republicano represaliado que se había topado por casualidad con el tenis cuando entró a trabajar de recogepelotas en el Club Velázquez de Madrid. Ya había ganado dos veces Roland Garros (en 1961 y 1964) con un estilo que muchos cuestionaban. "Cuando empecé, como no tenía dinero, utilizaba una pala de madera y de esta forma saqué adelante el 'estilo Santana', caracterizado por su falta de estilo. Muchas jugadas mías siembran el desconcierto porque las saco sin técnica fijada", bromeaba en una entrevista de la época.
El reto de la hierba
La aventura de la Davis fue un acontecimiento nacional, pero el gran hito personal de 1965 para Santana fue su triunfo en el Open de Estados Unidos. El 12 de septiembre se impuso en la final al sudafricano Cliff Drysdale en la pista de Forest Hills. Era el primer europeo en conseguirlo desde que en 1936 Fred Perry ganó el último de sus tres torneos neoyorquinos. Fue una verdadera hazaña.
Santana había llegado a Nueva York a finales de agosto, pocos días después de liderar la eliminación de Estados Unidos de la Davis en el Real Club de Tenis de Barcelona. Lo hizo como cuarto cabeza de serie. Era la figura más en forma del tenis mundial, con permiso de Roy Emerson. Pero la hierba –entonces el Open norteamericano se jugaba en hierba– no era su fuerte. Pese a todo, recorrió el camino a la final con relativa comodidad. En su estreno se impuso al canadiense Don Fontana en cuatro parciales (6-3, 6-1, 5-7 y 7-6). Después dejó en el camino al mexicano Marcelo Lara, al que derrotó en tres sets (6-4, 6-4 y 6-3). En tercera ronda repitió marcador ante el hawaiano Jim Osborne. Superó octavos frente al estadounidense Marty Riessen, al que doblegó con autoridad en tres mangas (10-8, 6-3 y 6-1). En cuartos se midió con Antonio Palafox, figura del tenis mexicano y futuro entrenador de John McEnroe. El español se mostró sólido y apenas cedió terreno: 6-3, 9-7 y 6-1.
Ya en semifinales, su rival fue Arthur Ashe –futuro campeón de tres Gran Slam que moriría prematuramente en 1993 tras contraer el VIH por una transfusión contaminada–. Ashe venía de dar la sorpresa eliminando al favorito Emerson. "Los americanos habían puesto su corazón y sus ilusiones en un muchacho negro, de Richmond, con veintidós años, Arthur Ashe, que el viernes se enfrentó con Santana, que en las eliminatorias había electrizado al público con su maestría y en quien se confiaba que este año dejase la Copa en casa", escribió el corresponsal de Pueblo Manuel Blanco Tobío. "Pareció, tras el primer set, que Ashe iba a eliminar a Santana, del que se decía aquí que era invencible en pista de yeso, pero muy vulnerable en pista de hierba, como la de Forest Hills. Pero después del primer set, Santana comenzó a imponerse, y un público que había batido el récord de taquilla (13.500 personas) contempló el desmoronamiento de su joven promesa de Richmond con no disimulada consternación". Santana dio la vuelta al partido y lo cerró en cuatro mangas (2-6, 6-4, 6-2 y 6-4).
Coros y danzas en Nueva York
De este modo alcanzó la final contra el sudafricano Cliff Drysdale, a quien ya había derrotado semanas antes en la correspondiente eliminatoria de la Davis. Al partido asistieron, además de unos 12.000 espectadores, los coros y danzas y la tuna de la Universidad de Barcelona, que estaban actuando en el pabellón de España en la Feria Mundial de Nueva York, a tiro de piedra de Forest Hills. El partido comenzó favorable al español (6-2), pero Drysdale reaccionó y se llevó el segundo set por un ajustado 9-7. La igualdad se mantuvo en el tercero hasta que la lluvia obligó a suspender el juego durante 37 minutos. Tras la reanudación, Santana recuperó el control: cerró ese parcial 7-5 y dominó con claridad el cuarto (6-1), logrando así el título tras dos horas y veinte minutos de encuentro.
"Cuando Santana acabó con el apuesto sudafricano", escribió Blanco Tobío, "la que se armó fue Troya, y el distinguido público presenció el singular espectáculo de ver al campeón a hombros de un exaltado grupo de baturros". Tras recibir el trofeo de manos de Robert Kennedy, Santana partió hacia el aeropuerto, que ya llevaba el nombre del malogrado hermano del senador, acompañado de la tuna y los coros y danzas y del embajador de España ante la ONU, Manuel Aznar.
En Madrid, a pie de pista, le esperaba un jovencísimo José María García para una entrevista de urgencia que se publicaría esa misma tarde. "Don Manuel, después de sus resonantes y casi consecutivos triunfos, ha llegado en la mañana de hoy, muy de mañanita para ser más exactos, al aeropuerto de Barajas. Acompañaba al tenista su señora, la guapísima María Fernanda, y un aficionado a la raqueta, afincado en Nueva York y testigo presencial en Forest Hills del triunfo sin precedentes de nuestro tenista".
García describe a Santana sonriente, cansado, "con cara de niño bueno" y agotado, pero siempre sonriente.
—¿Triunfo importante?
—¡Hombre! —exclama gozoso el tenista—, es el mayor triunfo de mi vida deportiva.
Todavía le quedaría un Wimbledon en 1966, y el Godó del 70 antes de la retirada en el 73. Y sobre todo el mérito de aficionar a un país al tenis y sembrar el terreno para que surgieran los campeones del futuro.
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