En 2005 Miguel Poveda tenía 32 años y ya se había convertido en una figura sólida del cante. Había ganado la Lámpara Minera en La Unión, había explorado a Alberti, había jugado con repertorios diversos. Pero aquel año publicó Desglaç, su quinto disco y el primero en catalán. La noticia descolocó a muchos: un cantaor charnego de Badalona, hijo de inmigrantes, se atrevía a musicar a los poetas catalanes. A muchos les pareció una provocación. Para otros, en cambio, fue algo casi inevitable: un artista nacido entre dos lenguas reconciliaba en su garganta lo que la política había convertido en irreconciliable. Hoy, Poveda, convertido en una estrella, reedita aquel trabajo clave, un hito para la cultura plural y mestiza catalana a pesar de muchos.
El artista lo resumió con una frase que todavía hoy resuena: "Negarme a cantar en catalán habría sido como negar una parte de mí mismo". No había cálculo, sino un ajuste de cuentas íntimo. Desglaç fue eso: un deshielo cultural y personal. Tres años de trabajo paciente, de lecturas y traducciones, de subrayar versos, de masticar sílabas hasta hacerlas propias. Aquel cantaor que en la escuela había vivido el catalán como una imposición descubría, ya adulto, que podía habitarlo desde la libertad y el deseo. "Me he enamorado del catalán cuando me he sentido libre", explicó después.
La chispa había llegado tiempo atrás, cuando Enrique Morente, con su ironía habitual, le lanzó el reto: "Yo, si fuera catalán, ya haría años que lo habría hecho". También Lluís Cabrera, del Taller de Músics, lo empujó en el centenario de Verdaguer, poniéndole delante versos de Canigó. De aquella provocación nació una curiosidad que acabó siendo voraz: libros de Casasses, Alzamora, Marçal, Ferrater, Brossa. "Me sumergí en una realidad cultural que desconocía", reconocía entonces. El resultado fue un disco que no buscaba hacer una antología, sino elegir poemas que le hablaran de lo que sentía en ese momento: amor, desgarro, crítica social, rebeldía contra la Iglesia. Este viernes, Poveda ha presentado la reedición de Desclaç, al que incorpora una nueva canción: la versión de Si el món fos, sobre un poema de Joana Raspall y con la colaboración de la cobla La Principal del Llobregat.
No es flamenco en catalán
En la lista de poetas de Desclaç estaban nombres centrales de la tradición. Mosén Verdaguer, poeta mayor de Cataluña, era la inevitable puerta de entrada. Brossa entraba con un poema escrito el día de la muerte de Franco que le llevó a brindar, en forma de tango desgarrado, por cada dictadura que cayera. Maria Mercè Marçal, con su Pare nostre invertido, donde la tentación no es pecado, le sirvió para confrontar las condenas que había recibido como homosexual. Gabriel Ferrater, con aquel verso brutal –"Los gusanos, cuando me coman, encontrarán en mí un gusto a ti"—, le abrió un territorio de eros y tanatos que se convirtió en uno de los momentos más impactantes del disco. Y Sebastià Alzamora, con Yo, el invertido de cuerpo y alma, único poema que tradujo al compás flamenco, en forma de bulería, espejo queer que Poveda abrazó con naturalidad.
La clave no estaba solo en los poemas, sino en la música. Poveda insistió una y otra vez: Desglaç no era flamenco en catalán. De hecho, solo una pieza respondía a una estructura flamenca. El resto eran tangos, baladas, jazz, boleros, rumbas. La música quedaba subordinada a la palabra, a lo que cada poema pedía. Por primera vez se atrevió a componer, a solas o en compañía de sus cómplices: Chicuelo, Marcelo Mercadante, Joan Albert Amargós, José Reinoso. El gran Amargós lo definió como "un gran músico que da la casualidad que hace flamenco, pero podría estar haciendo otra cosa". La presencia del bolerista gitano Moncho y de Miquel Gil completaba el cuadro: el primero, ayudando a Poveda a cantar a Margarit, en un homenaje a la escena jazzística catalana; y el segundo, voz reconocida de la canción catalana. Un mapa de mestizaje consciente.
La prensa intentó bautizar aquello como flamenco catalán, pero Poveda se desmarcó. No se trataba de fundar un género ni de inventar una fusión de laboratorio. "La música es una sola", dijo. Para él, lo decisivo era el proceso de identificación con una lengua que hasta entonces había mantenido en la periferia. En entrevistas de la época lo explicaba con humildad: no era un intelectual, no aspiraba a serlo, solo necesitaba creer en lo que cantaba. Y si lo hacía en catalán, debía aprender cada sílaba hasta hacerla suya.
Cultura, lengua y pureza
En 2005, en la Cataluña condicionada por el nacionalismo, el debate sobre la lengua ya estaba enconado, en las escuelas y las tertulias. El término charnego seguía flotando como un estigma. En ese clima, un flamenco nacido en Badalona, orgulloso de un acento labrado "entre Barcelona y Badalona, que es donde he nacido y donde me he criado, en un entorno de fusión de culturas", ponía voz a los poetas catalanes. El gesto fue recibido con entusiasmo por algunos y con desconfianza por otros, como si la cultura catalana necesitara blindajes de pureza. En realidad, lo que mostraba Desglaç era lo contrario: que la tradición es más sólida cuando admite mestizajes.
Veinte años después, la reedición del disco devuelve aquel episodio a su justa medida. No fue un exotismo ni una provocación calculada, sino un trabajo serio, cocinado a fuego lento, que permitió a Poveda reconciliarse con una parte de sí mismo. El título, Desglaç, era una metáfora transparente: el deshielo de prejuicios, de fronteras lingüísticas, de muros invisibles. En aquel momento parecía un riesgo; hoy se escucha como un acto de libertad artística.
La vigencia está en los poemas, pero también en el gesto. El cantaor que entonces todavía se defendía de las etiquetas hoy es una figura reconocida internacionalmente. Y Cataluña ha atravesado un traumático proceso político que ha vuelto a tensar la relación entre lengua e identidad. Pero el disco, revisitado, recuerda que la cultura no se construye desde la exclusión. Que un charnego de Badalona, con voz de flamenco, podía ser más fiel a la tradición poética catalana que quienes pretendían custodiarla desde el esencialismo.
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