En las calles de Rabat, Salé, Tánger o Casablanca los cánticos contra la corrupción han irrumpido. Lo que había sido apenas un susurro, sepultado por el miedo al aparato policial, ha estallado al inicio del otoño marroquí. Jóvenes vestidos de negro, en señal de luto por los tres muertos de Laqliaa, han convertido plazas y avenidas en escenarios de una nueva revuelta en Marruecos: sin partidos, sin líderes, sin rostros reconocibles. Es la Generación Z212, que ha logrado en cuestión de días lo que la oposición tradicional nunca ha conseguido: desafiar directamente al palacio real.
El detonante de la escalada de unas protestas que arrancaron el pasado fin de semana fue la muerte de tres jóvenes en el sur del país, tras un enfrentamiento con la Gendarmería Real. Desde entonces, lo que comenzó como un grito por mejoras sociales -con las inversiones millonarias en estadios para el Mundial de 2030 como catalizado- se ha transformado en un desafío político de calado.
Los manifestantes han llegado a enviar una carta al monarca con ocho demandas que condensan la rabia y la frustración de toda una generación: destitución del Gobierno de Aziz Ajanuch, procesos judiciales contra los corruptos “cualquiera que sea su estatus”, disolución de partidos señalados por clientelismo, igualdad real en educación y sanidad, liberación de presos políticos y de manifestantes detenidos, fin de la represión y hasta la celebración de una sesión pública de rendición de cuentas presidida por Mohamed VI.
“Somos jóvenes y estamos sufriendo por la difícil situación de vida y la brecha entre los derechos fundamentales y la práctica diaria”, señala la carta, en la que los firmantes reconocen haber perdido la confianza en “los actuales intermediarios políticos: el gobierno, el parlamento y los partidos”.
Una generación sin miedo
El perfil desconcierta al poder: adolescentes y veinteañeros que no conocen otra política que la de las redes sociales. “El joven que manifiesta es muy joven, sin afiliación política, poco formado en política o técnicas de manifestación. Pero el malestar era evidente. Lo sorprendente no es que hubiera una explosión, sino que la chispa viniera de ellos”, reflexiona en declaraciones a El Independiente el activista Abdullah Abaakil.
Ajanuch es un personaje odiado por la población, y probablemente el primero que debería ser sacrificado
Las razones del descontento que ha hecho combustión estos días son tan sencillas como demoledoras: un 40% de desempleo juvenil, una educación pública al borde del colapso y hospitales incapaces de atender a la población. A ello se suma la indignación por lo que llaman “elefantes blancos”: grandes proyectos, como la organización del Mundial de 2030 junto a España y Portugal, que consideran un despilfarro frente a necesidades básicas de un país con enormes capas de su sociedad sumidas en la pobreza. “Son inversiones que no responden a lo que necesita la gente”, denuncia Abaakil, que advierte además: “Ajanuch es un personaje odiado por la población, y probablemente el primero que debería ser sacrificado. Pero si las protestas siguen sin respuesta, la crítica puede cambiar de objetivo. Eso pasó en el pasado”.
El guion de siempre
Y ese objetivo podría ser el rey, la figura que concentra todo el poder. La respuesta del Estado ha seguido un patrón reconocible. El Gobierno ha ofrecido diálogo. “La voluntad es real”, aseguró el ministro de Inclusión Económica, Youness Sekkouri. Pero los datos de Interior reflejan otra cara: disturbios en 23 provincias, 354 heridos —326 de ellos agentes de seguridad—, 446 vehículos dañados, decenas de edificios públicos y privados atacados, y tres víctimas mortales por disparos de la Gendarmería, que dijeron actuar “en legítima defensa”. Las imágenes de los cuerpos de los jóvenes esparcidos por una avenida han corrido como la pólvora por el país vecino.
“Lamentablemente la situación ha tomado un rumbo peligroso”, advierte Mohamed Ben Issa, presidente del Observatorio del Norte de Derechos Humanos. “El Estado aplica el mismo guion de siempre: primero se habla de diálogo, luego se pasa a la deslegitimación y finalmente se recurre a la represión. Este círculo vicioso no resuelve las raíces del problema, al contrario: puede agravarlo”, arguye con el conocimiento de otras crisis previas.
En su diagnóstico, el problema no se limita a la sanidad o a la educación: “La crisis radica en la propia estructura del sistema. Marruecos necesita una monarquía parlamentaria de verdad, un poder judicial independiente, una separación real de poderes y que la responsabilidad vaya ligada a la rendición de cuentas”.
El Estado aplica el mismo guion de siempre: primero se habla de diálogo, luego se pasa a la deslegitimación y finalmente se recurre a la represión
Ecos del 2011
La memoria del movimiento del 20 de Febrero, que en 2011 obligó al rey a reformar la Constitución, planea sobre las calles. Aquel intento de apertura se agotó en promesas incumplidas. Hoy, con una generación más conectada, menos permeable al miedo y más consciente de sus derechos, el desafío es aún mayor.
La diferencia es que el pulso actual ha perdido la confianza en partidos y parlamento. Los jóvenes no reclaman mediadores, se dirigen directamente al rey. Lo interpelan sin filtros. Y lo hacen apelando al artículo 47 de la Constitución, que faculta al monarca a destituir al jefe de Gobierno. Una prerrogativa que se ha convertido en símbolo de su órdago.
Primeros mensajes contra el rey
Durante los primeros días de las protestas, la figura de Mohamed VI quedó a salvo de las críticas. En las últimas jornadas, con la creciente represión policial, el monarca ha comenzado a recibir dardos en el canal de Discord usado por el movimiento que organiza las protestas.
El dilema de palacio
El trono se enfrenta a una disyuntiva sin salida fácil: ceder a las demandas y abrir una vía de reformas que limiten su poder, o aferrarse a la represión con el riesgo de convertirse en el próximo blanco de la indignación juvenil.
“Lo complicado es que los gastos en corrupción y en proyectos faraónicos no dejan mucho margen para negociar”, reconoce Abaakil. Por ahora, las protestas continúan. En Rabat, una pintada resume el sentimiento general: “Si no nos escuchan, iremos más lejos”. El mensaje ya no es solo para el Gobierno. Es al propio Mohamed VI, que en las últimas semanas ha hecho apariciones públicas vinculadas a la presentación de proyectos de infraestructuras y citas del calendario oficial. La última fue este jueves en el Mausoleo Mohammed V en Rabat, presidiendo junto a su familia una velada religiosa en conmemoración del 27º aniversario del fallecimiento de su padre Hasán II. “La velada religiosa estuvo marcada por la recitación de versículos del Sagrado Corán y la declamación de panegíricos del Profeta Mohammed”, relató la agencia de noticias estatal Map.
“Si no nos escuchan, iremos más lejos”, advierten los manifestantes
“También se rezó para preservar y asistir a Su Majestad el Rey Mohammed VI y para coronar con éxito sus diversas acciones e iniciativas al servicio de su pueblo fiel”, glosó a modo de NO-DO. Entre los asistentes, se hallaban la plana mayor del Gobierno, los presidentes de las dos Cámaras del Parlamento, los consejeros del Rey, los miembros del Gobierno, los presidentes de las instancias constitucionales, o los oficiales superiores del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas Reales.
El establishment contra el que los jóvenes marroquíes -muchos de ellos menores de edad- se levantan desde el pasado fin de semana, en unos choques cada vez más violentos con las fuerzas del orden. De momento, Mohamed VI guarda silencio. “El verdadero poder en Marruecos está en el palacio real, ya sea para el uso de la represión o el diálogo”, admite Abaakil. La volátil situación política impide pronosticar el curso que tomarán los acontecimientos. “Me parece que nadie puede predecir un escenario de manera concreta. Todo dependerá de la respuesta del gobierno. La violencia es una respuesta a la violencia de las fuerzas de seguridad, especialmente en las zonas más marginadas del país, en el sur y este”, concluye.
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