En el principal salón del Hotel Ritz de Madrid apenas quedaba sitio este miércoles para una silla más. De hecho el aforo se ha quedado pequeño para el más de un centenar de periodistas, cámaras y micrófonos que aguardaban a Isabel Preysler. Ella ha aparecido con un traje sastre verde agua –impecable, discreto, como siempre estudiado– para presentar Mi verdadera historia, las memorias con las que busca, como ha dicho ella misma, "poner fin a tantas cosas falsas". A su lado, su hija Tamara Falcó y la empresaria Nuria González, una de las pocas amigas que la acompañaron en una mañana de expectación mediática y soledad social.
Preysler, 74 años, se justificó con un gesto leve: "Tengo la edad adecuada" para contarlo todo... o lo que ha decidido que se puede contar. Lo mismo que viene contando por entregas en la revista ¡Hola!, su boletín oficial de cabecera, desde hace medio siglo. Pese a ello, en el libro repasa su vida como esposa, madre y figura pública, sin grandes sorpresas ni revelaciones salvo en lo que concierne a su última relación conocida.
Mi vida con Vargas Llosa
Las páginas que han acaparado el mayor interés son precisamente las dedicadas a Mario Vargas Llosa, con quien estuvo casi ocho años y que ponen punto y final al libro con la frase de la última carta que le envió: "Por favor, manda a alguien a recoger todas tus cosas". "Me llena de perplejidad y aún no consigo entender el empeño de su entorno por intentar hacer creer a todo el mundo que Mario fue desgraciado a mi lado", ha asegurado hoy Preysler. La frase leve pero contundente con la que trata de poner las cosas en su sitio. El ajuste de cuentas de una mujer acostumbrada a ser observada pero rara vez escuchada.
El golpe más directo lo da con pruebas. Entre las páginas de Mi verdadera historia aparecen cartas de amor del Nobel, escritas cuando ambos estaban separados por viajes o compromisos. En una de ellas, Vargas Llosa le confiesa: "Me parece que hace siglos desde la última vez que te tuve desnuda en mis brazos... te extraño, te quiero, el mundo parece vacío y sin vida cuando no estás conmigo". Preysler se reserva la justificación: "Las cartas son mías y puedo publicarlas para demostrar que él era feliz conmigo".
La importancia de la bondad
El libro, editado con el visto bueno de sus hijos –aunque admite entre risas que "quizá borré algún pasaje" del primer borrador–, mezcla confesión y defensa. Desde su boda entre lágrimas con Julio Iglesias hasta los celos de Miguel Boyer o la enfermedad de Vargas Llosa, la narración se sostiene sobre una misma idea: controlar el relato de su propia vida antes de que otros sigan haciéndolo.
Preysler se muestra frágil y metódica, capaz de contar los productos con los que desinfecta los mandos de la televisión o el vértigo de decirle a Mario que sufría un mieloma múltiple. Entre las revelaciones más comentadas, confiesa que "sí, me volvería a casar con Julio, pero no lo haría como entonces", y que nunca dijo aquella frase apócrifa que lleva medio siglo persiguiéndola: "Tendré más portadas que tú".
En el Ritz, mientras Tamara sonreía con esa mezcla de orgullo y protocolo aprendida desde niña, Isabel se permitió un cierre casi moral: dedicó su libro a sus padres, a sus hijos y a sus nietos, con el deseo de que "entiendan la importancia de la bondad y de tratar con empatía a las personas que se encuentren en su vida".
Después del desfile de flashes y declaraciones, la reina de corazones –título que detesta tanto como explota– ha vuelto a ser, por un instante, dueña del escenario. Entre tanta mirada ajena, su venganza consiste ahora en algo sencillo: narrarse a sí misma.
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