Convendría evitar ciertas actitudes en general, pero sobre todo a partir de los 50. Merece la pena digerir la decadencia, la finitud, el dolor articular, la presbicia, la calvicie y, sobre todo, aceptar que las grandes transformaciones personales han de hacerse con cautela a partir de cierta edad, dado que la frontera entre la superación y el ridículo adelgaza con el paso de los años. Marco Aurelio redivivo desaconsejaría la ‘triple T’ en ese momento de la vida: un trail, una cuenta de Tinder o una aparición repentina en TikTok para significarse. Cada vez que un cincuentón se calza unas mallas o unos guantes de boxeo, hay un sabio que se echa a llorar y un psicoterapeuta que se frota las manos.

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Algunos ministros han abrazado últimamente la modernidad audiovisual y es de suponer que es por orden del jefe, quien también ha decidido 'reverdecer' para dirigirse al público millenial en sus redes sociales mediante recomendaciones sabatinas de literatura y música. No prescribe los clásicos porque la generación más lacrimógena de la historia prefiere el indie y las moralejas sencillas; y porque es de suponer que tampoco en su equipo los conocen. En cualquier caso, lo relevante aquí no son los títulos de las obras. Si la inmensa mayoría de las editoriales no se respetan a sí mismas, tampoco se puede exigir a alguien ajeno a la letra impresa -como es el presidente- que trate mejor al lector. Aquí la clave es la estrategia de comunicación.

Sánchez da una pista al respecto en su libro Tierra firme, narrado en primera persona y con estilo expositivo, a priori. Cuenta que, un buen día, su hija viajaba en autobús cuando observó que su compañera de asiento se carcajeaba. La joven se interesó por el motivo y pudo apreciar que aquella pasajera escuchaba el último podcast de La pija y la Quinqui, en el que participaba su padre. Cuando llegó a oídos de Sánchez, su conclusión fue que había que “acercar la política a gente que la siente distante” a través de “todos los formatos”.

Bro-laños

Dos años después de aquel hallazgo, Félix Bolaños tiene cuenta en TikTok; y Carlos Cuerpo y José Manuel Albares graban reels cada semana. El último, a veces incluso se calza el uniforme de gala, a lo emperador francés. Mientras tanto, Óscar Puente señala, insulta y provoca en Twitter. Cada cual con su papel: poli bueno, poli malo, aventurero o macarra. ¿Implica todo esto degradar la comunicación política? Desde luego, supone un cambio. ¿A peor? Podría decirse que todos los que comunican o difunden han tenido que adaptarse a las nuevas exigencias del mercado, cada vez más burdo y cada vez receptor de contenido de menos nivel. Nosotros (y yo) también tenemos culpa de eso.

Dado que la pretensión parece ser que es impactar en otro tipo de público, más ajeno a la política y al soft-porn del info-entretenimiento, hay un equipo en Moncloa que hace unas semanas creó otra cuenta en TikTok con la que pretende dirigirse a ese público con otra narrativa, que es amable, almibarada, simpática…, como si alguien allí hubiera deducido que, en un momento en el que los menores de 24 años prefieren a Vox antes que a los partidos tradicionales, hay terreno que ganar si se confrontan las alertas rojas sobre inmigración, familia o el sistema de pensiones con una versión desenfadada de los miembros del Gobierno.

¿Es terrible que los ministros transmitan esa imagen? El vídeo difundido este domingo, en el que Pilar Alegría y Óscar Puente bromean sobre la llegada de Bolaños a TikTok -ella le tiene en la agenda del teléfono como ‘Súper Bolaños’- es patético. A simple vista, parece propio de padres que aspiran a ser los mejores amigos de sus hijos y de profesores inseguros con las malas caras que reciben. De representantes que han dejado de sentir ese escalofrío que le sobreviene al trabajador responsable cuando sabe que emplea el horario laboral para lo que no debe.

Los desmovilizados

Ahora bien, también fue lamentable el observar a Boris Johnson colgado de aquel cable con varias Union Jack entre las manos.

Hay una película estupenda en Netflix, The Uncivil War, sobre la estrategia que siguieron los partidarios del brexit durante los meses previos al referéndum del 26 de junio de 2016. Todos ellos recorrieron los barrios de la población desencantada, que nunca votaba, para interesarse por sus necesidades y por todo lo que les indignaba. Su éxito, claro está, fue rotundo.

Consiguieron movilizar a los desmovilizados y es obvio que es lo que persigue el Gobierno español en este momento, en el que agita a diario la sociedad para remontar en las encuestas. Con los medios públicos capturados y convertidos en sendos cañones Bertha, ahora toca vender cercanía en las redes sociales que frecuentan los jóvenes.

Sin duda, es patético ver a Bolaños en el papel de padre juvenil, de los que se apunta a medias maratones, prefieren aguacate a jamón en la tostada y llama bro a su sobrino. Pero quizás alguien ha detectado que eso funciona entre una parte relevante del electorado. En ese caso, la conclusión sería diferente. Ellos hacen entonces lo que tienen que hacer. El resto de conclusiones sobre la puesta en escena o los cambios de percepción que pueda generar en el votante, mejor omitirlas. Porque quizás exponerlas sería demasiado doloroso e incluso nos pondrían frente al espejo.

Aquí, de momento, entre broma y broma ya han difundido mensajes que critican a asociaciones judiciales conservadoras, periodistas y opositores. Eso sí, con buen tono, bro.

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