El 3 de diciembre de 1982, a las pocas horas de jurar su cargo como ministro de Cultura, Javier Solana se acercó a la casa de Vicente Aleixandre, en la madrileña calle de Velintonia 3, para simbolizar el regreso al Gobierno tras más de 45 años de un partido de izquierdas. “Que este abrazo signifique lo que usted sabe que significa”, dijo el dirigente socialista al poeta, “lo que hemos estado esperando tanto tiempo”, según podía leerse en la crónica de El País de ese día. Con el tiempo, se demostró que fue aquella una visita meramente instrumental que se anticipaba unas cuantas décadas a las políticas de memoria histórica impuestas recientemente por otros gobiernos socialistas para dictaminar quiénes fueron los malos y quiénes los buenos en el pasado reciente de España.

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El PSOE, que quiso derrocar el régimen republicano en 1934 y que fue el gran ausente durante las décadas que duró la lucha antifranquista, pretendía con aquella rápida visita de apenas media hora apropiarse de la memoria de la generación literaria de la República, bautizada como del 27 por Dámaso Alonso en 1948 para eliminar su estigma originario, según ha explicado Gregorio Morán en El cura y los mandarines. Porque como coinciden la mayoría de los críticos e historiadores, lo que la Academia sueca pretendía al otorgar el Nobel a Aleixandre en 1977 no era tanto premiar su obra poética, bastante desactualizada ya en esos años, sino rendir homenaje a aquella inmensa generación literaria en la figura de quien había sido uno de sus principales representantes, con títulos tan esenciales como Espadas como labios y La destrucción o el amor, y que jugó el papel de elemento integrador entre todos sus miembros, sirvió luego de puente entre los exiliados y quienes, como fue su caso, no pudieron salir del país al término de la Guerra Civil, y, finalmente, apadrinó a los poetas de las generaciones siguientes a la suya, desde la de los años 50 hasta los novísimos que empezaron a despuntar en los 70.

Y todo esto lo hizo prácticamente sin salir de casa. Desde que siendo joven enfermó y perdió un riñón en una desastrosa operación, su salud fue siempre muy precaria y se vio obligado a llevar un régimen de vida muy estricto y austero, teniendo que pasar gran parte del tiempo acostado y viviendo de manera absolutamente sedentaria. Sin embargo, el elegante chalecito que mandaron construir sus padres a finales de los años 20 en la afueras de Madrid, en lugar de convertirse en su jaula de oro se transformó en un templo de la cultura española, una suerte de Ateneo privado en el que todos eran bienvenidos, desde 1928 hasta 1984, año de su fallecimiento. Allí, en los años anteriores a al Guerra, fueron a visitarle Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Jorge Guillén, Pablo Neruda… para hablar de poesía y poner en común sus textos y sus hallazgos; Federico García Lorca leyó entre aquellas paredes por primera vez ante sus amigos los Sonetos del amor oscuro y a Velintonia 3 llegó un jovencísimo Miguel Hernández para que el poeta le regalase y firmase uno de sus poemarios, inaugurando una sólida amistad que duró hasta la muerte del pastor de Orihuela, como demuestra la abundante correspondencia entre ambos.

La posguerra

En 1940, tras la muerte de su padre, Aleixandre, que había pasado la Guerra fuera de Madrid y que por su delicado estado de salud no pudo emprender el camino del exilio, como muchos de sus amigos, regresó a la casa en la que viviría el resto de su vida junto a su hermana Conchita. Tuvieron, eso sí, que reformarla, ya que “los rojos”, como decía él mismo, la habían ocupado, destrozando gran parte de ella, incluida la biblioteca. Desde entonces conservará uno de sus antiguos libros con la marca de la bota del miliciano que lo había pisoteado. Y 1940 fue también el año en el que los dos hermanos plantaron un cedro libanés que en poco tempo se convirtió en el eje vertebrador del jardín y que ha sido testigo de tantos encuentros. Y promete serlo de otros futuros.

Fueron esos años de soledad y exilio interior (de 1944 es Sombra del paraíso), de dolor por los amigos muertos en la Guerra (García Lorca) y la posguerra (Miguel Hernández), hasta que en 1950 su nombre, incluido en la lista de autores prohibidos, fue restituido e ingresó, de la mano de su amigo Dámaso Alonso, en la Real Academia Española. En las siguientes décadas, Aleixandre se convirtió en el nexo de unión entre los escritores del exilio y los del interior y su casa se transformó de nuevo en un auténtico piso franco de la cultura nacional. Y también de la política. Cuando en 1957 Jorge Semprún entró en España como agente clandestino del PCE, camuflado bajo la identidad de un hispanista francés, fue directo a la casa de Aleixandre. Y en 1969, Max Aub, que viajó a Madrid desde su exilio en México, hizo una parada obligada en Velintonia 3. De ello dejó constancia en La gallina ciega: “La casa es sencilla como no puede serlo más, en absoluta contradicción con su obra. Un sofá verde, de molesquine, como decíamos antes. Hablamos a media voz sin necesidad alguna. Me siento como si hubiese estado allí toda mi vida; como si hubiese venido ayer, como si hubiese de volver mañana. Tal vez yo sea Vicente (…) Porque nunca perdimos ni perderemos a España del todo mientras viva Vicente Aleixandre en Velintonia 3”.

La casa de la poesía

Conchita murió en 1986 y desde entonces la casa quedó clausurada. Diez años después, ante la amenaza de derrumbe y de desaparición, el poeta y crítico José Luis Cano (gran conocedor de la generación del 27 y amigo personal de Aleixandre) y Alejandro Sanz (fundador de la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre) lanzaron el desesperado grito ¡Salvemos Velintonia!, dando comienzo a una heroica lucha que ha durado 30 años y que les ha enfrentado a todos los ministros que han ocupado la cartera de Cultura durante ese tiempo y al Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid. Finalmente ha sido esta última institución, ante la negativa a colaborar del actual Gobierno socialista (Solana, Solana), la que hace unos meses compró el inmueble por más de 3 millones de euros y se ha comprometido a reformarlo e inaugurar en él la Casa de la Poesía en 2027, para celebrar los 50 años del Nobel y el centenario de la generación de la República.

El director, Javier Vila, Alejandro Sanz y Vicente Molina Foix repasan una toma del documental. | Surnames/MLK

Queda pendiente, sin embargo, otro pleito, recuerda Alejandro Sanz: recuperar la biblioteca, la correspondencia y el archivo privado del poeta, secuestrado hace años por Carlos Bousoño (uno de sus amigos y colaboradores más íntimos) y custodiado hoy por su viuda, Ruth Bousoño, que lo mantiene oculto en su casa en 55 cajas de plástico y bloqueado a los investigadores esperando poder sacar rédito económico por un legado al que no pueden acceder ni los descendientes del poeta.

El documental  

Velintonia 3, el documental dirigido por Javier Vila que llega ahora a las salas comerciales viene a convertirse, quizá sin pretenderlo, en la celebración de la victoria de un esforzado grupo de ciudadanos sobre una clase política que ha demostrado carecer de sensibilidad cultural y de una conciencia cívica de respeto hacia un patrimonio literario que pertenece a todos los españoles. Vila, director de Más allá del flamenco y encargado del montaje de Paraíso en llamas (nominada al Goya) y La fabulosa Casablanca, ha logrado recuperar la voz de Aleixandre en un documental exquisito en su filmación, donde los recuerdos aparecen en forma de huellas amarillentas que dejaron un reloj y unos cuadros en las paredes; en los rodapiés levantados, las esquinas habitadas sólo por arañas, unas cuantas puertas desconchadas, fregaderos sucios por los que hace años que no corre el agua, balcones oxidados, un jardín asalvajado… Y todo ello mecido por la sugerente música de Isabel Royán y las campanas de Llorenç Barber.

No es fácil convertir una casa abandonada en protagonista de una película en la que los textos de Aleixandre resuenan de nuevo en el espacio donde fueron creados a través de las voces de Antonio de la Torre, Ana Fernández, Mona Martínez y Manolo Solo y los poetas y periodistas de las últimas generaciones que lo conocieron dialogan y repasan la obra olvidada de un poeta cuyos versos fueron cambiando con los años sin perder nunca la intensidad originaria de la búsqueda. En sucesivas conversaciones, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Antonio Colinas, Jaime Siles, Marcos Ricardo Barnatán, Javier Lostalé, Rosa Pereda y Dionisio Cañas hablan de sus vivencias junto a él, escrutan sus libros, confiesan sus deudas literarias con un hombre, y en esto coinciden todos, de una generosidad bastante anómala en el desalmado mundo de las letras.

Próximas proyecciones

Antes de su estreno el pasado viernes 28 de noviembre en el malagueño Cine Albéniz, la cinta, que fue estrenada en el último Festival de Cine de Málaga, se ha podido ver en los festivales de Sevilla y Huelva, en la Semana del Cine de Córdoba, en el Festival de Cine de Madrid y en el de Girona. Ahora, seguirá su periplo por el resto del país, con proyecciones el próximo lunes 1 de diciembre en el Espacio Ámbito Cultural de El Corte Inglés de Callao, en Madrid, donde el director Javier Vila conversará con Gonzalo Escarpa, en el Cinema Maldà de Barcelona, al día siguiente, día 2, en la Filmoteca de Andalucía en Granada, el día 3, en el Cine Casablanca de Valladolid el día 4, y en los Cines Odeón de Sevilla y Cuenca el 12 de diciembre.

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