Cuando el 8 de mayo de 2025 se anunció desde el balcón de la basílica de San Pedro la elección de Robert Francis Prevost como nuevo obispo de Roma, una sensación de alivio recorrió el Vaticano. El perfil de León XIV —agustino, misionero en Perú, gestor curial y sin mayor notoriedad mediática— no sugería un pontificado de impacto inmediato. El cónclave había optado por un perfil de consenso que había ido forjando una abultada mayoría meses antes de la elección. El primer Papa estadounidense de la historia nombre no prometía rupturas ni gestos épicos, sino algo mucho más preciado: calmar las aguas.
Siete meses después de aquella tarde romana, el balance del inicio del pontificado de León XIV confirma que la elección respondió a una lógica precisa. No se buscaba un papa carismático ni un reformador de titulares, sino un pacificador. Alguien capaz de rebajar la polarización interna que había marcado el tramo final del papado de Francisco, de enfriar las guerras culturales importadas desde Estados Unidos y de evitar que la Iglesia católica quedara atrapada en el torbellino político del trumpismo.
“El comienzo del papado de León XIV ha sido notable por su prudencia”, resume Miles Pattenden, profesor de Historia en la Universidad de Oxford en conversación con El Independiente. “En estos primeros meses ha gobernado mediante calidez pastoral, competencia discreta y cautela metodológica, evitando pronunciamientos temáticos o polémicas purgas curiales”.

El Papa diplomático
La elección de Prevost se produjo en un contexto particularmente delicado. La Iglesia llegaba al cónclave fatigada, dividida y sometida a una presión política inédita, especialmente desde Estados Unidos. El riesgo era evidente: que un papa norteamericano fuera instrumentalizado como símbolo en las guerras culturales globales o convertido en el reverso moral de Donald Trump. En un anti Trump.
León XIV hizo exactamente lo contrario. Desde su primera aparición pública marcó distancias. Habló en italiano y en español, no en inglés. Evitó cualquier gesto identitario hacia su país de origen. Y desde el inicio insistió en una idea que se ha convertido en el eje de su pontificado: unidad. “Ha elegido claramente la reconciliación como su marca”, explica Pattenden. “Su enfoque le ha llevado a caminar por una cuerda floja entre conservadores y progresistas en temas altamente divisivos como la misa tridentina, el papel de las mujeres o la inclusión del colectivo LGBTQ”.
Ha elegido claramente la reconciliación como su marca
Luis Badilla, vaticanista chileno y fundador del influyente blog Il Sismógrafo, subraya que la discreción inicial no fue fruto de la timidez ni de la improvisación. “Fue tal vez el comienzo más discreto, menos impactante, de todos los inicios de pontificado que yo recuerde”, afirma. “Tan discreto que algunos temíamos que el pontificado pasara desapercibido. Pero hoy está claro que respondía a una estrategia muy precisa: esperar, escuchar, ver. Pensar a largo plazo”.
Continuidad doctrinal con Bergoglio, ruptura en los modos
Comparar a León XIV con su predecesor es inevitable. Lo fue desde que la fumata blanca anticipó su designación. Pero los vaticanistas coinciden en que la clave no está tanto en el contenido doctrinal como en el estilo de gobierno.
“Francisco era un papa mucho más personalista”, sostiene Badilla. “León es más colegial, más metódico, va construyendo consensos, escucha mucho antes de actuar”. No se trata, insiste, de una ruptura ideológica: “Estamos viendo la institucionalización de la reforma de Francisco”.
León es más colegial, más metódico, va construyendo consensos, escucha mucho antes de actuar
Pattenden introduce un matiz cultural que ayuda a entender el contraste: “Francisco fue un hombre formado en un mundo pre-televisivo, con una incomodidad casi profética frente a la modernidad. León es un hijo de los años sesenta. Practica deporte, entiende de inteligencia artificial, se fotografía en motocicletas. León ofrece trabajo constante, drama mínimo y máxima accesibilidad”.
La definición que circula desde mayo entre los periodistas vaticanos se ha consolidado como diagnóstico compartido: León XIV “parece Benedicto, pero habla como Francisco”. Precisión teológica sin rigidez, cercanía sin populismo.
La ambigüedad calculada en los asuntos sensibles
La voluntad de pacificación se ha puesto a prueba en los temas más explosivos del debate eclesial. En el caso de la misa tridentina, León XIV heredó una Iglesia fracturada tras las restricciones impuestas por Traditionis Custodes. En lugar de revertirlas o endurecerlas, optó por enfriar el conflicto.
“En septiembre reconoció que el tema se había vuelto tan polarizado que la gente ya no se escucha”, recuerda Pattenden. “No anunció cambios, lamentó la politización de la liturgia y prometió diálogo. Es una ambigüedad estudiada”.
Algo similar ha ocurrido con el papel de las mujeres. León ha confirmado a mujeres en puestos clave de la Curia y ha publicado los informes de las comisiones sobre el diaconado femenino. Al mismo tiempo, ha sido explícito: no habrá cambios doctrinales.
Badilla valora esa claridad, incluso desde la discrepancia: “Puede gustar o no gustar, pero ahora sabemos lo que piensa. Uno de los grandes problemas del pontificado de Francisco fue la ambigüedad del lenguaje, que permitió construir una imagen reformista que no se correspondía con cambios reales en la doctrina”.
Puede gustar o no gustar, pero ahora sabemos lo que piensa. Uno de los grandes problemas del pontificado de Francisco fue la ambigüedad del lenguaje
La advertencia: no siempre se puede ganar tiempo
Pattenden introduce, sin embargo, una advertencia que se repite en los círculos académicos y diplomáticos del Vaticano. “La estrategia de León XIV funciona mientras el contexto le permite ganar tiempo”, señala. “Pero hay cuestiones —Israel y Gaza, la migración global, la relación entre identidad nacional y catolicismo— en las que ya no será posible dividir la diferencia”.
A su juicio, la gran incógnita del pontificado no es doctrinal, sino política: “La pregunta que definirá su papado es si este enfoque realmente sanará las divisiones profundas de la Iglesia o si simplemente aplazará un ajuste de cuentas necesario”.
Ese enfoque quedó cristalizado en su primera entrevista extensa como papa, concedida en septiembre al medio estadounidense Crux. Lejos de un texto programático, León XIV se presentó como un gobernante consciente de sus límites.
“Creo que la Iglesia necesita escuchar antes de actuar, hablar antes de decidir”, afirmó entonces. Sobre la sinodalidad, explicó que no la entiende como un eslogan, sino como una actitud: “La sinodalidad es apertura, voluntad de comprender. Es una actitud que puede enseñar mucho al mundo hoy”.
En un momento de la conversación, el papa resumió su estado de ánimo con una frase que ha circulado discretamente en el Vaticano: “No me siento abrumado; me siento responsable de escuchar más de lo que hablo”. Una actitud que volverá a demostrar en enero, con la reunión del colegio cardenalicio. “En la cuestión del Gobierno de la Curia, vamos a ver avances muy concretos”, desliza Austen Ivereigh, periodista especializado en la Iglesia latinoamericana y biógrafo de Francisco. Prevost ha convocado el consistorio extraordinario para los días 7 y 8 de enero de 2026. “Fue uno de los canales le pidieron al nuevo Papa en el precónclave y León va a hacerlo en enero. Empezaremos cambios sustanciales en el Gobierno concreto de la Curia, de la Santa Sede y la forma de ejercer el Papado”.

Trump, Estados Unidos y el riesgo de la instrumentalización
Si había un terreno minado para León XIV, ese era el de la política estadounidense. El peligro de convertirse en el “anti-Trump” global era real. Y, sin embargo, ha logrado evitarlo. “No busca el conflicto directo”, explica Ivereigh. “Para entender cómo responde León al derrumbe del orden mundial asociado al trumpismo hay que leerlo con atención. Sus mensajes son claros, pero no estridentes”.
Ivereigh subraya una doble estrategia. Por un lado, mensajes morales inequívocos —sobre migración, paz o justicia— sin personalizar el conflicto. Por otro, un modelo de liderazgo alternativo: “Está ofreciendo a los americanos otro líder global que no es Trump. Otra forma de gobernar, arraigada en el Evangelio y no en el cristianismo del MAGA”.
Ese estilo ha tenido efectos internos. “Por primera vez en muchos años”, afirma Ivereigh, “el episcopado estadounidense ha mostrado una unidad sorprendente, por ejemplo, en la condena de las deportaciones masivas de migrantes. Es un efecto León”.

Nueva York: el gesto más político
El movimiento más elocuente en este terreno llegó el 18 de diciembre, con el nombramiento del nuevo arzobispo de Nueva York. León XIV aceptó la renuncia del cardenal Timothy Dolan, figura emblemática del catolicismo más conservador y próximo a Trump, y designó a Ronald A. Hicks, sacerdote de Chicago con una larga trayectoria misionera en América Latina.
Nueva York no es una diócesis cualquiera. Es una de las sedes más influyentes del país. Para Giovanni Maria Vian, exdirector de L’Osservatore Romano, el mensaje fue inequívoco: “Está buscando hombres de consenso. No extremistas. Está pacificando la Iglesia también en Estados Unidos”.
En política internacional, León XIV ha optado por una diplomacia de bajo perfil. “No da titulares, y lo hace a propósito”, explica Vian. “Condena las violencias en Ucrania y en Oriente Próximo, pero evita frases que permitan colocarlo de un lado u otro”. Ese enfoque, discreto y pragmático, se alinea con su formación agustiniana. “Desconfía del poder político”, añade Vian. “Pero no es ingenuo. Es un Papa muy práctico”.
Como buen agustino, desconfía del poder político. Pero no es ingenuo. Es un Papa muy práctico
Siete meses después de su elección, León XIV ha logrado reducir el ruido. No ha eliminado las controversias, pero ha cambiado el tono. Ha rebajado la temperatura del debate interno y ha devuelto previsibilidad al gobierno de la Iglesia. “El balance es bueno y transmite confianza”, resume Badilla. “Ha logrado en siete meses una pacificación. No porque hayan desaparecido las diferencias, sino porque ha cambiado el estilo del debate”, agrega.
No obstante, las incógnitas siguen presentes entre los pasillos del Vaticano. La principal pregunta sin respuesta es si esta estrategia sanará las fracturas profundas o si simplemente las mantiene en suspenso. Solo el tiempo resolverá la cuestión. Giovanni Maria Vian lo resume con optimismo por lo venidero: “Es un papa que no quiere protagonismo, y eso hoy es revolucionario. Ha pacificado sin humillar, ha corregido sin dramatizar y ha gobernado sin gritar. En tiempos de líderes ruidosos, eso puede parecer poco. En realidad, es muchísimo”.
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