Isabel Díaz Ayuso, prendida en rojo sobre otros rojos, vestida de rojo Cersei sobre el rojo de la talabartería telonera, de la heráldica castellana de leones lobos devorando granadas o sotas, tomó posesión de su cargo como presidenta de la Comunidad de Madrid. Demasiado rojo, quizá, que es como demasiado imperio o demasiado papado para un Gobierno de coalición hilado con suspicacias y vigilado por alfiles negros de Dios e incluso de la Justicia. Ayuso, como un cordón rojo moviéndose en una cortina roja, o una novia roja en una cama roja, no es que se siente sobre sangre, sobre la púrpura de la venganza, pero la de Madrid es una presidencia que arde igual que los leones de los escudos que trepan por el oro trenzado o se despeñan desde almenas con luceros.
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