Tanto en la pasadas elecciones generales como en la actual campaña de las elecciones autonómicas y municipales, los partidos de izquierdas han planteado subidas de impuestos con un argumento muy simplista: igualar la presión fiscal con los países europeos que la tienen mas alta

Tal argumento presenta dos grandes debilidades: es muy cuestionable dicha comparación sin más, como veremos, y además puestos a copiar a los demás podríamos replicar también otras cosas mucho mas positivas que sin embargo se ignoran -no sabemos si deliberadamente o por desconocimiento- y que serían, sin duda, incuestionablemente buenas para nuestro país: los niveles de renta per cápita y de empleo.

El pretendido mimetismo fiscal comienza por ignorar la convergencia en renta per cápita, que arrastraría la fiscal, con lo que se ponen las carretas delante de los bueyes; y ya se sabe que así no se llega a ningún sitio. España fue líder mundial, junto con Italia y entre los 23 países más ricos del mundo, por pérdida de renta per cápita en el periodo 2009-2015; y justo cuando estamos en el buen camino de la recuperación, en vez de facilitarla, se pretende obstaculizarla fiscalmente.

Cuando se conocen, además, los tipos impositivos que la izquierda piensa aumentar más, resulta que están alineados con el cultivo del resentimiento social, alejados de cualquier planteamiento racional y son contrarios al crecimiento del empleo y la riqueza. Airean las izquierdas un aumento de los impuestos a los ricos y a las empresas, cuando resulta que son los mas convergentes con la UE: nuestros impuestos al capital y la propiedad son de los más altos de Europa y los de sociedades están alineados con la media europea y la OCDE.

En España están fiscalmente penalizados el ahorro y el trabajo, mientras que los impuestos indirectos se sitúan entre los más bajos

Sin embargo los impuestos indirectos –IVA– y las tasas están a la cola de la UE y de ellos no hablan. España encabeza la UE por exenciones y menos recaudación de IVA y de tasas, incluida la asombrosa singularidad de ser el país con más kilómetros de autovías -en términos relativos- gratis del mundo: sólo los gigantes EEUU y China tienen más autovías gratis –en términos absolutos- que España con 12.000 kilómetros. Por tanto, puestos a subir impuestos, los primeros a considerar deberían ser el IVA y las tasas

Resumiendo: en España están fiscalmente penalizados –en relación con los países ricos- el ahorro y el trabajo –justamente lo que más necesitamos aumentar-, mientras que los impuestos indirectos se sitúan entre los más bajos. En todo caso, solo Italia con una renta per cápita inferior a la media de la UE tiene una presión fiscal más alta; y así les va, siguen estancados desde 1999.

En vez de propiciar el crecimiento económico y del empleo que arrastrarían mayores ingresos fiscales, la izquierda les pone freno con una propuesta fiscal en las antípodas de la racionalidad económica y fiscal*, para cultivar y atraer electoralmente el resentimiento de los votantes.

Aparte las subidas de impuestos, para imitar a otros países europeos, nada se nos dice acerca de otras imitaciones que serían mucho más positivas y muy en particular las que favorecen la competitividad y el crecimiento de la productividad, que permitirían un sano crecimiento de los ingresos fiscales; esto es, poniendo los bueyes delante de las carretas, y no al revés.

Recientemente el Circulo de Empresarios publicó un barómetro de la competitividad de la economía española que recogía la posición de España en hasta quince ranking mundiales referidos a todo tipo ámbitos: competitividad económica, facilidades para hacer negocios, turismo, energía, logística, fiscalidad, seguridad jurídica, conectividad digital, innovación, capital humano, libertad económica, emprendimiento, etc.

En la agenda del próximo gobierno no se adivinan noticias al respecto, como si creyeran que la prosperidad de las naciones viene del cielo y nada hay que hacer para merecerla y disfrutarla

Un rasgo común a todos y cada uno de los rankings es que mirándolos hacia arriba todos los países que nos preceden son dignos de admirar por sus buenas prácticas, mientras que los que nos siguen no merecen la pena ser imitados por ellas. Con la salvedad de los que miran con nostalgia nuestro peor pasado o pretenden emular hoy las “venezuelas” de turno, la inmensa mayoría de españoles debería estar de acuerdo en mejorar nuestras posiciones en dichos rankings, pues se trata de un juego de suma positiva: los ascensos en ellos se realimentan unos con otros y todo el mundo –en diversos grados– gana con ello.

Sin embargo en la agenda del próximo gobierno no se adivinan noticias al respecto; como si creyeran –sin confesarlo, claro- que la prosperidad de las naciones viene del cielo y nada hay que hacer para merecerla y disfrutarla.

Es un hecho histórico doctrinalmente muy consolidado y con infinidad de comprobaciones empíricas al respecto, que la prosperidad de las naciones a lo largo de la historia se fundamenta en dos factores que se realimentan dialécticamente: la innovación tecnológica y el marco institucional. Tal y como todos los rankings internacionales reflejan, la riqueza florece en presencia de la libertad y por tanto de reglas de juego que la facilitan, mientras que la pobreza es el rasgo común de las naciones sin libertad.

Sería bueno que el próximo Gobierno prestara atención a los ranking y abriera un debate nacional sobre lo que funciona mal y bien en comparación con las mejores prácticas de los países que nos preceden en ellos, lo que nos llevaría a comprender las verdaderas claves de la productividad, la competitividad, el crecimiento económico, el pleno empleo, el equilibrio fiscal, factores todos ellos directamente relacionados con el mejor porvenir de las naciones.

Los políticos deberían acostumbrarse a aceptar con normalidad que su función tiene más que ver con “hacer cosas útiles para la sociedad” que “pensar lo que hay que hacer”

Desde esta nueva perspectiva, los medios de comunicación tendrían temas distintos de información alejados de las intrigas palatinas que tantas páginas llenan cada día y tanto sopor nos producen, dejando, eso si, un poso de “todo va mal” que es lo que finalmente se deposita sobre la ciudadanía.

A pesar de los desmanes políticos que originaron la reciente crisis económica y la corrupción, “el estado de la nación” es razonablemente bueno, con grandes áreas de mejora a nuestro alcance, por lo que tenemos serias razones para ser cautamente optimistas, frente al mensaje del pesimismo decimonónico que todavía se vende en nuestro país como las rosquillas.

Y una de las tareas previas necesarias para que este estado de ánimo nuevo pueda cuajar es que la sociedad civil española deje a un lado la tendencia a entregar en exclusiva a los políticos la tarea de preparar el futuro.

Es absurdo pensar y aun más actuar como si solo los que se dedican profesionalmente a la política fueran capaces de aportar soluciones a los problemas de la sociedad. Más bien sucede lo contrario: es en la sociedad civil, cuya inteligencia es obviamente superior —por mera cuestión de cualificación y tamaño— al de la clase política, donde residen más y mejores respuestas para gobernar. Los políticos deberían acostumbrarse a aceptar con normalidad que su función tiene más que ver con “hacer cosas útiles para la sociedad” que “pensar lo que hay que hacer”.

En los países escandinavos es muy frecuente recurrir a profesionales expertos de la sociedad civil para que con el debido conocimiento de causa, toda su libertad, rigor e independencia intelectual, aconsejen al Gobierno sobre los más diversos asuntos de interés general; y, además, les hacen caso.

La tarea de preparar el futuro de nuestro país debe ser compartida. Probablemente no está en nuestra tradición participar en esas tareas, algo que si está en las tradiciones políticas anglo-sajonas o escandinavas, pero seguramente el grado de madurez alcanzado por nuestra democracia requiere ahora un paso adelante en esta dirección.

La sociedad española es mucho más compleja y moderna de lo que se desprende de la acción política. Eso es lo que justamente ponen de manifiesto informes como el del Círculo de Empresarios; pero aún estamos lejos de que esa compleja modernidad se traduzca en una sociedad civil amplia y participativa. Influyente en suma.


Jesús Banegas es presidente del Foro de la Sociedad Civil

*Para profundizar seriamente en el tema es aconsejable leer, entre otros, estos dos Informes:
Ahorro privado y fiscalidad, Miguel Sebastián y Manuel Díaz, Universidad Complutense, I Foro David TAguas (Madrid, 19 febrero de 2015)

¿Deben bajar o subir los impuestos en España? José Luís Feito, Instituto de Estudios Económico (diciembre de 2018)