Arancha Martínez, economista: “La ayuda humanitaria no puede seguir usando papel y lápiz”

Todavía hay quien piensa que es posible el progreso pensando en términos nacionales. No hacemos más que constatar que el mundo es más uno que nunca, y los “efectos mariposa” desatan mucho más que huracanes al otro lado del planeta. Pues en los lugares a los que no miramos hay auténticos viveros de desgracia humana.

Arancha Martínez Fernández es economista, premio de la Fundación Princesa de Girona en la categoría social, y trabajaba en banca de inversión, en marketing estratégico y finanzas en París y Dublín, en Merrill Lynch. Hasta que se fue a la India. Cinco años.

P.- ¿Por qué decidiste cambiar tu vida?

R.- Yo tenía 24 años, vivía en Temple Bar, trabajaba en el sector financiero, con un buen sueldo… y fue impactante. Cuando paras en un semáforo y te dan golpecitos en la ventana, te das cuenta de que este mundo es otra cosa. Me impliqué en un programa para sacar de la calle a diez niñas, y las historias que fui conociendo de ellas durante esos seis meses fueron la razón por la que decidí dejar mi vida anterior y tratar de mejorar ese problema tan grande y complejo. No es posible hacerlo niño a niño. Había que encontrar una solución global para todos.

P.- ¿De cuántos hablamos?

R.- Diez millones, solo en la India.

P.- Podría ser una nación. La de los niños sin identidad.

R.- Esas diez niñas me hicieron ver la invisibilidad que sufren tantos niños. ¿Cómo es posible que haya tantos millones que no cuentan porque no tienen un DNI ni una identidad. Eso les hace más vulnerables. Las mafias y quienes abusan de ellos se aprovechan de ello. ¿Qué hace nuestra tecnología? Verificar el dato. Estos niños mienten mucho, claro, porque tienen miedo y no saben si el que les habla es un trabajador social o un mafioso. Hoy se llama Rashid y mañana se llama Sumit. Además, hay muchos idiomas, se añade la dificultad de escribir el nombre, y se duplican mucho los registros. La biometría da una identidad única al niño, aunque diga que se llama de otra forma. Eso permite evitar, por ejemplo, que se le vacune cinco veces.

P.- Con un proyecto así, mereció la pena quedarte allí, ¿verdad?

R.- Aquellos 5 años fueron mis años de aprendizaje. Llegas con tus ojos occidentales y la forma de resolver los problemas acaba por no tener nada que ver. Fuimos pivotando los proyectos hasta llegar a crear “It Will Be”, una organización que trabaja para introducir la tecnología que se usa en banca y comercio donde más se necesita: en la ayuda humanitaria. Ahí se seguía usando papel y lápiz.

P.- Claro, como no es un negocio rentable, parece que la tecnología no llega.

R.- La filantropía tiene la necesidad de que su ayuda sea tangible. Que un donante invierta en I+D es muy difícil. No se arriesga. Pero si quieres solucionar problemas complejos, no puedes hacerlo con soluciones simples. Es un error enorme.

P.- Uno de los principales frenos a la hora de que las personas decidamos contribuir con donativos es saber dónde va el dinero. ¿También la tecnología puede ayudar a saber exactamente en qué se invierte nuestra aportación?

R.- Que llegue el dinero es importante. Pero lo más importante es que genere impacto. Estamos trabajando, gracias a la tecnología Blockchain, en la trazabilidad de ese donativo. Nos permite visibilizar las cosas que están bien hechas, y a los que las hacemos, para ser valorados por ello.

P.- Te conocí gracias a una plataforma llamada “Pienso, luego actúo” que aúna a personas que lideran iniciativas para mejorar el mundo. Cuando apareciste allí hablabas de 100.000 niños identificados. ¿Cómo van esos números?

R.- Trabajamos con una red de más de ochenta organizaciones y ahora mismo hay identificados más de 300.000

P.- A pesar de la pandemia…

R.- Sí, el trabajo se hace en la calle, y el gobierno indio nos mandó a casa. Se ha dejado de hacer mucho. Es más grave ahora, porque lo que se ha incrementado es la pobreza y eso hace que haya más mafias. Eso hace que vuelvan los niños…

P.- … a las calles, claro. Ha de ser muy duro verlo y comprendo que decidieras cambiar el rumbo de tu vida. ¿Fue muy complicado?

R.- El primer momento en el que se asustó mi familia fue cuando dije “me voy seis meses a la India”, porque ya me conocen, y sabían que iba a ser más. Una vez allí, cuando vieron que me hacía feliz lo que hacía, costó menos. Fue un shock, porque me salí del carril por el que parece que la vida tiene que discurrir, pero siempre diré que sin ellos no habría sido posible.