En Fabero aún huele a carbón. Sobre todo, el recuerdo. Lo hace de modo intenso y con cierta añoranza. En este pequeño municipio leonés de apenas 4.000 habitantes no hace tanto que las calles estaban abarrotadas, que las tienda no daban abasto y que los bares no cerraban en todo el día para atender los tres turnos de la mina. En este rincón de la comarca de El Bierzo han empezado a aprender a vivir sin él. Saben que el subsuelo aún esconde un tesoro negro valioso pero que por ahora las normas y la conciencia medioambiental hacen imposible volver a soñar con tiempos pasados.
Oficialmente las minas cerraron en 2018. La gran mina a cielo abierto de Fabero, la ‘Gran Corta’, lo hizo años antes. Primero llegaron los recortes, después los EREs y finalmente el cierre. Lo único que quedó fue la historia y la inmensidad de aquel monte medioambientalmente herido que durante años llevó orgulloso la etiqueta de ser una de las minas de carbón a cielo abierto “más grandes de Europa”. La herida económica y social del cierre dejó otra: la medioambiental. Y no pequeña: 722,24 hectáreas de cavidades, pozos y suelos contaminados.
Es el legado que deja una actividad minera iniciada a finales del siglo XIX y que terminó hace sólo siete años. La decisión de la UE de clausurar las minas de carbón no competitivas fue su sentencia de muerte. Hoy el uso del carbón en España para generar energía es residual. El año pasado apenas representó el 1,1% del mix energético de nuestro país. Tampoco el Gobierno quiere que el carbón siga formando parte de nuestra historia. Demasiado contaminante.
Recuperar la herida medioambiental del carbón es hoy el siguiente reto. El Instituto para la Transición Justa –dependiente del MITECO- tiene en marcha siete proyectos similares a los de la ‘Gran Corta’ de Fabero. Dos de ellos también están en Castilla y León: Torre-Villagatón, de 90 hectáreas de superficie afectada, y la mina de Casares-Ladil-Charcón, de 250 hectáreas. Junto a ellas se trabaja en la recuperación de tres minas de carbón más en Asturias: Bustiello, Cerredo y Tormaleo. La última está en Aragón, en Mequinenza. Actuaciones que conllevan por el momento un desembolso de 150 millones de euros, con los que se rehabilitará un total de 2.000 hectáreas profundamente dañadas por la explotación del carbón durante muchas décadas.
En mayo de 2022 comenzaron los trabajos para sanar la mina de Fabero. Aquel paisaje casi lunar debía recuperar, dentro de lo posible, su aspecto. Lograrlo completamente será imposible, pero mitigarlo no. Tampoco darle otro uso, pasar de la explotación minera a la turística, ganadera o recreativa. Incluso está proyectada un aula paleobotánica. Es lo que plantea el proyecto que lleva a cabo TRAGSA en colaboración con la sociedad pública de Castilla y León, SOMACYL. El plazo de 36 meses -y 38,23 millones de presupuesto- se agota dentro de un año. En junio de 2026 todo debería haber concluido.
Senderos, rutas y 680.000 árboles
Tras mover más de 2 millones de metros cúbicos de tierras, el verdor ya ha regresado a algunos puntos. La degradación de muchas de las zonas de la mina ha desaparecido o se ha suavizado. Aún queda trabajo, pero cuando los 680.000 árboles proyectados estén plantados y las sendas peatonales terminadas, el pasado negro empezará a mezclarse con el más propio de la montaña. Nunca será como fue, pero sí mejor de lo que ha sido.
Con la recuperación del entorno se confía en poder dar una nueva vida al entorno y atraer visitantes. Se han proyectado 10 kilómetros de senderos y rutas en bicicleta y un ‘Graviti Park’ para la práctica de la bicicleta de montaña. Para todo ello se tendrán que habilitar miradores, aparcamientos y accesos. También se han plantado y sembrado 23 especies diferentes de árboles y 9 especies herbáceas y arbustivas.
La primera fase fue descontaminar los suelos y cerrar las minas la segunda. Ahora se afronta la última etapa para recuperar, en la medida de lo posible, la vegetación en la zona. La intervención ha conllevado una profunda remodelación topográfica, acondicionar huecos, escombreras y cortados, mediante laudes y laderas, además de conformar una red hidrográfica en todo el área, desaparecida por la actividad minera.
"Algunas minas no cumplieron con la recuperación"
“Recuerdo cuando las minas estaban a pleno funcionamiento. Esto era muy distinto. Mis abuelos trabajaron en la mina, lo hizo mi padre y mis tíos. Aquí llegaron a trabajar más de 3.000 personas. Sólo en Fabero llegamos a ser más de 7.000 habitantes, hoy somos apenas 4.000 y cada año seguimos perdiendo habitantes”, asegura Mari Paz Martínez, alcaldesa de Fabero.
Afirma que el cierre fue traumático y que se llevó a cabo sin que se les dejara “pasar el duelo”: “Aquí nadie lo entendió”. Martínez recuerda las huelgas de los últimos años, las dificultades de la empresa y “los meses en los que los trabajadores no cobraban”. Después llegó la marcha de miles de ellos a otros lugares y países en busca de otra oportunidad minera: “Muchos se fueron a Riotinto, a Salamanca o incluso a México, Cuba o África”: “En 2018 aún pensábamos que la ‘Gran Corta’ permanecería como una alternativa de emergencia energética, como una vía para solucionar problemas energéticos futuros. Hasta que en España se prohibieron las centrales térmicas…”, señala la alcaldesa. Ocurrió en la última actualización del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC). El cierre de las centrales que empleaban carbón inicialmente programado para 2030 se adelantó a 2025.
Judith Carreras es la directora del Instituto para la Transición Justa. Asegura que la Administración se tiene que hacer cargo de los proyectos de recuperación en aquellas minas en las que las compañías que las explotaban quebraron y “no cumplieron con sus obligaciones”: “Son las minas las que tienen la obligación de hacer la recuperación. Ha habido empresas que han hecho su trabajo y otras no. Por ahora estamos actuando en siete minas pero hay alguna más”.
En el caso de la ‘Gran Corta’ de Fabero, Carreras asegura que se ha avanzado y que se ha completado el proyecto en un 75%. El resto deberá ejecutarse en el próximo año: “Además de reparar el impacto en el medio ambiente se busca dar nuevos usos a toda la zona. En este caso serán usos forestales y ganaderos para crear pastizales. También se contemplan usos recreativos, con senderos peatonales. En muchos casos son actuaciones que se llevan a cabo después de escuchar a las juntas vecinales”, recuerda. Añade que también se está trabajando otras actuaciones como la conservación del patrimonio minero o proyectos de conservación geológica.
"Aquí queda carbón para 200 años"
Los tres últimos años han sido un alivió laboral, aunque con un impacto limitado. La recuperación de la mina a cielo abierto emplea a 70 trabajadores, muchos de ellos procedentes de la mina. Dionisio tiene 57 años. Trabajó en la mina leonesa y ahora también participa, cuando es necesario, en la recuperación de la ‘Gran Corta’ de Fabero. Su vida laboral se escribe con cierres. Fue precisamente la quiebra de Sintel, la compañía de telefonía, la que en 1998 le forzó a buscar una alternativa. Tras ser despedido, la encontró en la mina. Cuando ésta también cerró, se sumó al proyecto de recuperación medioambiental de los yacimientos.
Cuando ahora ve cómo está quedando reconoce que le gusta, que poco se parece con el aspecto que tenía cuando las voladuras y el traslado de los escombros y la extracción del carbón movían la economía de la zona. Ahora su labor en muchas ocasiones consiste en llevar tierra vegetal para cubrir la mina. De ella debería brotar y enraizar la vegetación que se está plantando, “robles y encinas, fundamentalmente”, señala: “Está quedando bien. Creo que se va a poder recuperar mucho”, afirma Dionisio. Confía en que proyectos como el circuito de bicicletas que está previsto “y que dicen que va a ser el más grande de Europa” funcionen y sean una vía de atracción de turismo a la zona.
Javier es algo más joven, 46 años. Su experiencia en la mina es más reciente y más corta. Comenzó en 2006 y apenas seis años después empezaron los problemas, las huelgas, los ERES y el cierre. Nunca pensó que llegaría ese momento. Recuerda que las condiciones de trabajo eran buenas y la bolsa de carbón del subsuelo casi inagotable. Por eso ahorró y compró una casa para instalarse en Fabero. El trabajo desapareció, pero él sigue allí: “Cuando trabajaba aquí ni me planteaba que eso pudiera terminar un día. Aquí aún queda carbón para 200 años. Si la actividad de la mina se ha acabado es por temas políticos”, apunta convencido.
Lamenta que ahora Fabero se haya convertido en poco menos que un “pueblo fantasma” en comparación a lo que fue, a lo que recuerda de su adolescencia. Aún no pierde la esperanza en que algún día todo vuelva, que la necesidad de carbón reactive esta industria: “Quizá yo no lo vea, pero bastaría con volver a echar a andar las centrales térmicas y sacar carbón de nuevo. ¿Vamos a desaprovechar el carbón que tenemos y comprar la luz a otros países?”.
La repoblación la ve bien y en un estado avanzado, pero se muestra escéptico ante el resultado: “Repoblar todo eso es complicado. Necesitará muchos años. Tendrá que pasar mucho tiempo para que ahí veamos algo parecido a un bosque. Y quien sabe, quizá entonces llegue otro político y decida volver a poner a funcionar todo”.
Es el final del carbón en España. También de las centrales térmicas que lo emplean. De las 15 centrales térmicas españolas sólo cuatro siguen hoy operativas y aún emplean carbón. Este año tienen que reconvertirse o cerrar: dos en Asturias (Aboño y Soto de Ribera), una en Cádiz (Los Barrios) y otra en Mallorca (Alcudia). En el caso de las dos centrales asturianas se transformarán en centrales de gas natural. Las solicitudes de cierre están en fase de evaluación por el MITECO. Por ahora, las centrales pueden seguir operando, aunque hayan solicitado el cierre o hayan recibido autorización de cierre, hasta que realicen su cierre efectivo y comiencen el desmantelamiento.
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