El 25 de octubre de 1966, 281 días después de que cuatro bombas llovieran sobre Palomares, un grupo de emprendedores hizo historia sin saberlo en Montmeló. España aceleraba con energía gracias al plan de Estabilización de 1959, que facilitaba la inversión tras duros años de autarquía. Lo notaron las páginas del Registro Mercantil, donde empezaron a florecer las inscripciones. Una de ellas era Starlux. Tras el nombre y el logo, había una fábrica predispuesta a producir ingredientes para caldos, pero que acabaría alumbrando una de las marcas más famosas de la historia de este país: la Nocilla.

Aquel martes de octubre, Starlux echó a andar con una primera factoría que imitaba innovaciones presentes ya en el mercado, como los cubos de caldo concentrado. Pero sería otro plagio el que haría rica a la empresa catalana. Una mañana cualquiera de 1967, a los operarios de Montmeló les llamó la atención un camión aparcado junto a la puerta. Contenía sacos de ingredientes muy distintos a los que manipulaban habitualmente. Leche, cacao, avellanas y azúcar. Mezclados arrojaban una fórmula de éxito, como la de Coca-Cola pero sin secretismos. Quien dio con ella primero fue un pastelero italiano. Se llamaba Pietro Ferrero, vivía el Piamonte y había creado en 1946 una crema de chocolate para untar. Su gran innovación fue lograr un sabor muy auténtico pese al bajo contenido en cacao, que escaseaba en aquella Europa devastada por la guerra. La llamó Giandujot. Dos décadas más tarde, su hijo heredó el negocio y la rebautizó como Nutella.

La factoría de Montmeló se puso manos a la copia. Pero Starlux dejó su huella. Disminuyó la cantidad de avellana –en 1967 ya había excedentes de cacao- y dio a luz a la Nocilla. La crema pronto tuvo una hermana gemela de dos sabores. Se vendía mucho por su sabor, pero también porque el producto iba apoyado por costosas campañas de publicidad, con rostros famosos contratados a golpe de chequera. Nocilla se asociaba al deporte, a la diversión, a momentos dulces (nunca mejor dicho). Así fue como, durante décadas, millones de niños almacenaron la marca y sus atributos en esa parte del cerebro que nunca se borra.

Nocilla peleaba por captar adeptos con dos cremas rivales, Pralín y Tulicrem. La primera, fabricada por Zahor en Oñate, aguantó a duras penas el tipo. La empresa estaba especializada en la producción de chocolates y bombones, por lo que logró una crema de textura similar pero con menos matices que Nocilla y Nutella. El caso de Tulicrem era muy distinto. El punto fuerte de la empresa propietaria (Agra) eran las margarinas. La empresa, fundada en Bilbao en 1945, hizo negocio satisfaciendo una necesidad de la época. El elevado precio de la leche en la posguerra alentó el lanzamiento de productos alternativos a la mantequilla. Agra comercializó el Tulipán en los años 50 con notable éxito, impulsado  –al igual que Nocilla- por bombardeos publicitarios en televisión. No había mandos a distancia ni posibilidad de hacer zapping, porque sólo existía un canal.

En 1963, con el Tulipán bien posicionado en el mercado, Agra lanzó una variedad de tres sabores con un objetivo bien identificado: el público infantil. Tulicrem estaba a caballo entre la Nutella y la margarina. No sabía ni a una cosa ni a otra, lo cual generaba adeptos… y detractores. El producto echó a andar sin hacer demasiado ruido. Pero ganó fuerza gracias a una brillante estrategia de marketing. Cinco años más tarde de su estreno, el gigante anglo holandés Unilever (producto de la fusión en 1929 entre Unie y Lever Brothers) compró Agra. Con la multinacional detrás, Tulicrem comenzó a atraer la mirada de los niños en las tiendas. Porque la tapa de la crema mostraba imágenes de los personajes de cómic más famosos de la época en España, desde Mortadelo y Filemón a Zipi y Zape, pasando por Carpanta o Sacarino.

La táctica sirvió para aumentar las ventas, pero no fue suficiente para plantar cara, de verdad, a la todopoderosa Nocilla, una crema menos barata pero más fina. En 1983, Unilever dejó de fabricar Tulicrem. Pero el mundo empresarial da tantas vueltas que la multinacional acabó controlando, años más tarde, a su eterno rival. Starlux fue absorbida por la alemana Knorr en 1997. Y Unilever adquirió Knorr en 2000. La Nocilla seguía fabricándose en España, pero las decisiones estratégicas se tomaban muy lejos, en las sedes de Róterdam y Londres.

El destino guardaba una sorpresa al exitoso mix de leche, cacao, avellanas y azúcar. En 2002, Nutrexpa –hoy escindida en las firmas Idilia Foods y Adam Foods- se la compró a Unilever. En manos de la compañía catalana, Nocilla pasó a formar parte de una nutrida cartera de productos donde refulgían otras marcas con solera, con Cola-Cao a la cabeza. Pero esa es otra historia.