El historiador Jordi Canal vuelve a las librerías con 25 de julio de 1992: La vuelta al mundo de España. Un libro que rescata la memoria de los Juegos Olímpicos de Barcelona como excusa para retratar la España de final del siglo XX. "El 25 de julio de 1992 es un momento que permite tener una foto de lo que era la Barcelona, la Cataluña y la España de aquel momento" explica Canal.
Un retrato, sobre todo, de la "Cataluña que pudo ser", más mestiza, bilingüe y cosmopolita. Una Cataluña que no gustó al nacionalismo de Jordi Pujol, explica, que se aplicó con esmero en desmontar ese éxito. Un proceso en el que ve el sustrato de la actual crisis independentista, de la que no ve que los indultos sean la solución. Crítico y pesimista con la gestión política de esa crisis, reclama al Gobierno medidas para que los independentistas no puedan cumplir su "lo volveremos a hacer".
Pregunta.- Ese año 92 con los JJ.OO, la Exposición Universal, etc ¿es el punto culminante de la transición?
Respuesta.- Soy de los que piensa que la transición termina en 1982, pero es el punto culminante de lo que se está construyendo desde la transición. España es un país plenamente democrático, está creciendo económicamente, el estado de las autonomías funcionaba relativamente bien, y había mostrado que su lugar en el mundo no era el que había tenido durante el siglo XX sino que le tocaba algo mejor. Eso queda muy claro organizando los Juegos y la Expo, pero también la II Cumbre Iberoamericana, la Capital Cultural de Madrid y la Cumbre Árabe-Israelí que reunió un año antes a todos los dirigentes mundiales en Madrid. Es la vuelta al mundo de España, y el 25 de julio es la foto fija de ese momento.
1992 es la vuelta al mundo de España y el 25 de julio es la foto fija de ese momento
P.- Es también el inicio del declive.
R.- Si, a partir de 1993 empiezan los problemas. Recesión económica, la legislatura de la crispación, sigue el terrorismo de ETA… Algunos sostienen que la crisis hubiera sido más dura sin lo que se hizo en el 92, pero en todo caso empieza la caída. En el caso de Cataluña además empieza el desmontaje de la Cataluña posible que habían mostrado los Juegos y que el nacionalismo desmonta para construir esa Cataluña nacionalista que es la que finalmente se impone.
P.- ¿Por qué los Juegos no tuvieron más poso en la sociedad catalana, cómo se pasa tan rápido de esa foto fija a la Cataluña de Pujol?
R.- Es sorprendente. En los 80 el pujolismo ha hecho ya muchas cosas para desmontar esa Cataluña posible. Un uso perverso pero muy efectivo del caso Banco Catalana, las acusaciones de sucursalismo a los no nacionalistas, un uso permanente de la televisión, la inmersión lingüística como elemento que va más allá de la lengua para introducir una determinada idea del mundo y de las relaciones de Cataluña y España. Eso avanza en los 80, pero la sociedad resiste y los Juegos ayudan.
P.- ¿Jordi Pujol no quería los Juegos Olímpicos?
R.- Pujol no controla los Juegos. Él dice en sus memorias que fue leal con los juegos, pero no es cierto. Lo hizo públicamente, pero en el despacho de al lado Prenafeta está dando mucho dinero a entidades como Òmnium o la Crida para boicotear el proyecto. Es interesante ver como a sus hijos y cachorros -que son los que después han liderado el procés, como Jordi Sánchez, David Madí o Joaquim Forn- los mandaban a desmontar eso. Los Juegos le sirven al nacionalismo para ver que hay otra Cataluña posible y que hay que hacer un esfuerzo suplementario para desmontarla. El proceso de nacionalización crece, o se intensifica, en los 90. El procés no hubiera sido posible sin ese sustrato de nacionalización de la etapa pujolista.
P.- ¿Le sorprende el modo en que la opinión publicada ha sepultado los JJ.OO. en Cataluña?
Los Juegos recuerdan lo que el nacionalismo no quiere aceptar, que una sociedad más abierta, más mestiza, más bilingüe y más cosmopolita era posible
R.- No me sorprende, porque los Juegos recuerdan lo que el nacionalismo no quiere. Que una sociedad más abierta, más mestiza, más bilingüe y más cosmopolita era posible. Los Juegos simbolizan eso, una relativa lealtad institucional, la colaboración entre las grandes instituciones del Estado. El COI, con Samaranch, el Gobierno, con Felipe González -que de hecho es quien paga los Juegos- y el Rey, porque sin su apoyo los Juegos no hubieran sido posibles.
De hecho, los Juegos empiezan a ser posibles cuando el Rey los apoya, porque a principios de los 80 el Gobierno de Calvo Sotelo directamente se opone, el COE no tiene ninguna idea de hacerlos y el PSOE duda. El PSOE deja de dudar cuando el Rey los apoya y Narcís Serra pasa a ser ministro.
P.- Hasta entonces era una idea loca de Serra y Samaranch.
R.- Exacto. Por tanto la Corona tiene un papel muy importante.
P.- También hubo tensiones.
R.- Se dan las tensiones lógicas de cualquier gran evento. Algunos empresarios, junto a Samaranch, querían construir la Villa Olímpica en El Prat, o los proyectos del Estadio Olímpico. Son fricciones lógicas. Otras son más complejas, y ahí la institución menos colaborativa es la Generalitat.
P.- En el libro retrata la negociación hasta el último detalle de todos los elementos de la ceremonia inaugural.
R.- Hubo que negociarlo todo. Había que ser capaz de integrar Barcelona, Cataluña, España y Europa y las cosas salieron bastante bien. Sabemos que la Generalitat presionó para que en la clausura hubiera rock catalán, y al final fueron Peret y Los Manolos. Ese es el problema de la Generalitat, que quien controla los Juegos no son ellos y temen que si sale bien va a proyectar a Maragall. Ellos dicen que los Juegos van a españolizar Cataluña, y como están nacionalizando en sentido contrario intentan crear los máximos problemas. Pero a pesar de ello la colaboración institucional es razonable.
P.- Destaca dos personajes, más allá de los políticos: el cantante Jaume Sisa y el escritor Juan Marsé. ¿Representantes de esa Cataluña mestiza que pudo ser?
R.- En el caso de Marsé es muy evidente, sus novelas representan a otra Barcelona y una integración normalizada de esa otra Cataluña. Sisa es un buen ejemplo de esa otra Cataluña, en ese momento está viviendo en Madrid porque Barcelona se le está haciendo opresiva.
P.- Sisa se fue a Madrid en los 80 porque Cataluña se le hacia opresiva ¿estamos viviendo un momento similar?
R.- La Movida es irrepetible, pero se podría leer en clave de atractivo. Madrid es más atractivo que Barcelona desde un punto de vista cultural, y se le ha añadido que también tiene mucho más atractivo económicamente. El procés se ha llevado por delante muchas cosas, entre otras, la Cataluña atractiva para los inversores.
P.- ¿Cataluña ha dejado de ser amable con el procés?
R.- Es evidente. Ha dejado de ser amable hacia fuera y hacia adentro. La fractura social provocada por el procés es muy importante. En 2021 eso se nota menos que en 2017, pero es algo que va a tardar tiempo en ser reconstruido. Otra cosa que se ha llevado por delante es el prestigio de las instituciones y de la política. La Generalitat, que era el gran símbolo de la Cataluña del posfranquismo, ha perdido ese prestigio.
Pujol hizo un doble juego con las Olimpiadas y una cierta ambigüedad con el independentismo
P.- Pujol niega ahora su responsabilidad en el proceso independentista.
R.- Las memorias sirven para agrandar la figura del político. Es evidente que Pujol jugó un doble juego con las Olimpiadas y una cierta ambigüedad con el independentismo. Pujol es un autonomista convencido, pero que está construyendo un país. Es la idea de Prat de la Riba, hay que asegurar la nación, porque cuando esté bien estructurada podrá reivindicar un estado, pero en su época no se había planteado el segundo paso. Después apoya el procés pero no tengo claro si era una estrategia de convicción o para no quedar descolgado del relato del procés. Luego vienen sus problemas judiciales, la derrota parcial del procés y ahora puede decir que se arrepiente.
P.- ¿En el momento actual los indultos son deseables o un error?
R.- No es el momento adecuado para los indultos, no se dan las condiciones. Primero debería haber una cierta autocritica y la única autocritica que hemos visto es reconocer algunos errores para corregirlos y seguir adelante. No hay autocrítica en sentido democrático de reconocer que lo que se hizo el 6 y 7 de septiembre era antidemocrático. Y lo que me parece más grave, cada vez que pueden dicen que lo volverán a hacer, mientras desde fuera Puigdemont juega constantemente al desprestigio de España en las instituciones europeas.
P.- ¿Pueden servir para destensar, como sostienen PSOE y Podemos?
R.- Creo que no. Más allá de que le pueda servir al Gobierno para obtener votos y sacar la legislatura adelante, pero no es una solución de reconstrucción. Lo que debería hacerse desde el Estado es intentar hacer imposible que lo vuelvan a hacer, y eso significa dar algún paso decidido en controlar los instrumentos que están en manos de la Generalitat y los partidos independentistas y les permiten estar en ello. El control de la escuela, TV3, la acción exterior.
El Estado debe hacer imposible que los independentistas lo vuelvan a hacer controlando la escuela, TV3 y la acción exterior
El Estado debería hacer posible que podamos vivir en una cierta normalidad, no en una situación en la que cada día ocurre algo que altera la acción del Gobierno, distraído por estos personajes que quieren volver a hacerlo. No sabemos de qué manera, han aprendido de sus errores, quizás piensan en un golpe más posmoderno todavía, pero en todo caso están convencidos.
P.- ¿Tendrán el valor de volver a intentarlo después del 155 y de pasar por prisión?
R.- La reincidencia es posible, seguramente bajo otras formas. Controlan el Parlament, los recursos de la Generalitat y sigue habiendo entre un 40 y 50% de la población que les apoya. Por eso me parece que los indultos no solucionan nada. Los indultos se leen desde el independentismo como una señal de que el Gobierno depende de ellos, que lo pueden manejar y no acaba de atreverse a cambiar las cosas. Deberíamos aprender de la década anterior a 2017 y no confiar en que no lo harán, en la lealtad de unas personas que han demostrado un día tras otra su deslealtad con el Estado.
P.- ¿Le frustra que el PSOE vuelva a la estrategia de la contentación y el PP a la estrategia de las firmas?
R.- Sí. Volvemos a la estrategia de principios de siglo, a la ceguera de gobiernos que creían que en el fondo se les podía comprar. El Estatut también les parecía una manera de encajar mejor Cataluña en España y acabó siendo un desastre. Y con la recogida de firmas se creó un inmenso polvorín que es el que acaba estallando en 2010 y llevándonos al procés. Me sorprende esa capacidad de volver a repetir ciertos errores.
Me sorprende esa capacidad de PSOE y PP de volver a repetir ciertos errores
P.- Dedica un capítulo a uno de los personajes más controvertidos de la reciente historia catalana, Juan Antonio Samaranch.
R.- Hay que reconocer los méritos de cada uno. Sin Samaranch los Juegos no habrían sido posibles. Es uno de los catalanes más importantes de la segunda mitad del siglo XX. La sociedad catalana actual tiene un problema con el pasado. Es incapaz de entender que gente como Porcioles o Samaranch hicieron un trabajo de construcción de la ciudad y el país muy importante. Eso lo reconocieron Maragall, Narcís Serra e incluso Pujol en algún momento. El nacionalismo y la izquierda tienen problemas con el pasado. El hecho de que el Ayuntamiento de Barcelona retire la medalla a Juan Carlos I es un despropósito, no es una medalla a su reinado, sino por haber contribuido a los Juegos y el crecimiento de Barcelona. Y eso lo hizo. El problema es ideologización constante del pasado, esa lectura presentista y esa imposición de la memoria por encima de la historia.
P.- ¿Qué le parece esa nueva numeración que convierte a Pere Aragonès en 133 presidente de la Generalitat?
R.- Es una tontería más en la construcción del mito nacional de Cataluña, que es el relato dominante. Cataluña es una de las naciones más antiguas de Europa, ahora parece que si conseguimos confundir la Generalitat actual con la medieval quizá descubrimos que somos muy demócratas. La Generalitat nace en 1931, otra cosa es que existiera una institución en la Edad Media que no tenía nada que ver.
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