Tres meses exactos después del golpe de Estado del 23-F, una decena de atracadores pusieron en vilo a toda España con el asalto al Banco Central de Barcelona. Casi 300 rehenes, armas de fuego, explosivos, y la exigencia de liberar al teniente coronel Antonio Tejero y otros tres responsables del golpe pusieron en jaque durante 48 horas al Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo. Fueron 36 horas de secuestro que acabaron con la primera actuación de los GEOs en España. Y muchas preguntas sin responder.

Mar Padilla se sumerge ahora en la revisión de un asalto que llegó a poner en cuestión el futuro de la Guardia Civil. Fue Rodolfo Martín Villa, entonces ministro de Administración Territorial, quien en un momento del asalto verbaliza la posibilidad de disolver el cuerpo. "Lo explica el fiscal Alejandro del Toro en sus papeles, me lo confirmó el periodista Martí Gómez" explica Padilla. Quien lo contó fue el director de comunicación del Gobierno, Ignacio Aguirre, en un corrillo a los periodistas que se quedaron la madrugada del domingo en la Moncloa para ver qué pasaba.

Tres meses después del 23F había una gran desconfianza "porque había "una psicosis golpista que se intentó no transmitir a la población" pero estaba ahí. Y la desconfianza era especialmente acusada hacia la Guardia Civil. De hecho, "la psicosis era tan importante que fueron las propias fuerzas de seguridad las que dieron por sentado que dentro podría haber guardias civiles".

Implicación de la Guardia Civil

Los asaltantes en ningún momento dicen que son guardias civiles, la sorpresa viene cuando en una de las llamadas, un mando de la Guardia Civil cree reconocer en una de las voces de los asaltantes a Gil Sánchez Valiente, miembro de la benemérita implicado en el 23F, que salió llevándose un maletín. "Esa confusión se da como un hecho cierto casi desde el principio".

Dentro de la Guardia Civil, empezando por el director general del cuerpo, José Aramburu Topete, "eran conscientes de qué había pasado el 23F y podía volver a pasar" relata Padilla. Y el propio Calvo Sotelo abonó después la tesis de una conspiración de la extrema derecha para desestabilizar al Gobierno en su intervención ante el Congreso de los Diputados.

Finalmente, el secuestro concluyó la tarde del domingo 24 de mayo con la entrada de los GEO en el edificio del Banco Central, en la confluencia de la Plaza Cataluña con Las Ramblas. El millar de policías que llevaban más de 24 horas manteniendo el cerco al edificio tomado por los asaltantes fueron testigos de la salida de los rehenes y de los atracadores que intentaron camuflarse entre ellos.

Un encargo de la extrema derecha

No había guardias civiles entre ellos. Sólo un grupo de delincuentes habituales liderados por José Juan Martínez Gómez, alias El Rubio, o Número Uno para los rehenes a los que retuvo durante 36 horas en el Banco Central. Cuatro décadas después, José Juan sostiene que el asalto fue un encargo de la extrema derecha para sustraer del Banco Central documentación comprometida sobre el 23F.

Pero su compañero en el asalto, Mariano Bolívar, lo desmiente. "El Rubio es un fantástico. Le gusta demasiado la prensa. Viviría de esto si pudiera. Pero la historia política es un cuento. Lo que queríamos era llevarnos el dinero. Vamos, robar" relata a Padilla.

El Gobierno de Calvo Sotelo, humillado por un puñado de ladrones, no quiso explicarse más allá de lo obvio y enterró el asunto lo más rápido posible. Algo que no le resultó difícil en un momento en que ETA y el Grapo seguían actuando casi a diario.

"Pasaban tantas cosas en la transición, era un momento tan explosivo en todos los sentidos". Después del 23F llega el asalto al Banco Central "pero también sigue habiendo atentados terroristas, se preparan unas elecciones generales, y tienen claro que el asalto no les deja en buen lugar".

En todo caso, concluye, "está claro que, buscada o no, provocó una crisis, corta en el tiempo, pero importante en el momento porque veníamos de tres meses exactos del 23F. Llevábamos seis años de democracia después de 40 años de dictadura y una Guerra Civil muy cruenta".

Descontrol en la sala de control

El libro retrata también el descontrol en el puente de mando gubernamental a la hora de hacer frente al asalto. Un descontrol magistralmente recogido por los relatos posteriores del fiscal de guardia que lo vivió en primera persona, Alejandro del Toro. Su crónica de la lista de llamadas telefónicas al Banco Central durante las horas de secuestro recoge desde llamadas de las autoridades a entrevistas radiofónicas en directo, madres y esposas interesándose por sus familiares secuestrados e incluso un cliente del banco que reclamaba el presupuesto de un crédito para unas reformas.

"Las llamadas son grotescas. Es una escena entre Gila, Berlanga, entre la tragedia y lo cotidiano". Lo primero que piden los GEO cuando llegan a Barcelona, la tarde del sábado, es un negociador único y que se corten las comunicaciones con el Banco Central para dejar una sola línea de teléfono.

Pero sus peticiones son desestimadas por las autoridades presentes, que no son pocas. "Lo estuvieron sopesando pero les dio reparo por miedo a que les acusaran de poner cortapisas a la libertad de prensa. El resultado es que todas las líneas del banco estaban abiertas".

Esteban Pendás, mando de los GEO en esos momentos, señala como uno de los momentos más críticos la entrada en el banco del delegado del Gobierno, Juan José Rovira Tarazona, y el director de la Policía, José Luis Fernández Dopico, que ellos desaconsejaron. "Pecan de novatos, de inocentes, no había precedentes de cómo gestionar una crisis así en democracia" explica Padilla. Pero esa decisión demuestra, a la vez, que "era cierta la voluntad de hacer todo lo posible para liberar a los rehenes".

Una historia por contar

El asalto al Banco Central y la gestión que se hizo "es un momento tragicómico en que hacen un grupo dentro del grupo para seguir trabajando mientras hablan todos con todos" concluye la autora. También "un historion pendiente de que alguien lo investigara. Es una historia que entre los barceloneses, sobre todo de una cierta edad, sigue estando ahí, y es uno de los misterios de la transición".

En un tiempo de revisión crítica de la transición, llegó el momento de repasar también este capítulo. "Creo que fue un intento de robo en el que, en un momento, en esos contactos entre delincuentes, fuerzas de seguridad del Estado y elementos de la extrema derecha" que se daban, se produjo una convergencia de intereses. Las referencias de El Rubio a un tal "Luis Antonio" que sería el responsable del encargo, o las llamadas de un misterioso personaje que se autodenomina "Legionario Rojo" abonan esa tesis.

Aunque los historiadores especializados en la transición y la extrema derecha nunca encontraron nada, advierte Padilla. "Yo tampoco, pero es plausible que José Juan, con su historial, tuviera contactos con la extrema derecha como los tuvo con la extrema izquierda y el anarquismo y le ayudaran a armar este entramado".