La actriz y cantante francesa Nicole Croisille, voz inconfundible del "dabadabadá" de la canción icónica de la película Un hombre y una mujer (1966), ha fallecido en París a los 88 años tras una larga enfermedad. "Hasta el final luchó con fuerza y valentía", ha declarado este miércoles su agente, Jacques Metges. Con ella desaparece una figura singular de la chanson francesa: una artista a contracorriente, de voz cálida, marcada por el jazz y la comedia musical, que encontró el éxito ya entrada la cuarentena con canciones de amor que hablaban, también, a las mujeres.

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Nacida en Neuilly-sur-Seine en 1936, Croisille fue una artista precoz y polifacética. Se formó en danza clásica, canto, teatro y mimo –estudió con Marcel Marceau y Jean Hervé–, y comenzó su carrera profesional a los 17 años como bailarina en la Comédie-Française. Su primera pasión fue el jazz. A finales de los años 50 actuó con la troupe de Joséphine Baker y viajó a Estados Unidos, donde se empapó del espíritu de las comedias musicales americanas, trabajó en el Playboy Club de Chicago y participó en la gira neoyorquina de las Folies Bergère. Su primer disco, una versión de Ray Charles, llegó en 1961.

"Dabadabadá", un susurro inolvidable

Pero fue una película la que la convertiría en una presencia inolvidable. En 1966, Claude Lelouch y el compositor Francis Lai le propusieron interpretar, junto a Pierre Barouh, el tema central de Un homme et une femme, película que conquistó Cannes y dio la vuelta al mundo. La melodía, apenas un susurro rítmico –"da ba da ba da"– se convirtió en éxito mundial y ha sido objeto de numerosas versiones. Lelouch volvería a confiar en ella para otros títulos emblemáticos (Vivre pour vivre, Los unos y los otros, Itinerario de un niño mimado), convencido de que su voz dotaba a las imágenes de una "gracia eterna".

A partir de los años 70, Croisille se consolidó como cantante de variedades, con éxitos como Parlez-moi de lui, Une femme avec toi o Téléphone-moi. En 1975 fue nombrada "la voz más bella del año" en Francia. Alejada del estilo yéyé y más cercana al modelo de intérprete emocional y potente que años después seguirían Patricia Kaas o Lara Fabian, decía haber cantado "solo canciones de amor", y afirmaba conocer "lo que había aportado a la gente".

Al pie del cañón

Sin hijos ni pareja estable, se definía como una mujer libre, devota de sus perros y de la escena. Actuó en musicales como Hello, Dolly! (1992) en el Théâtre du Châtelet. En años recientes volvió a los escenarios como actriz: en 2019 se subió a las tablas con Michel Sardou en una comedia de Sacha Guitry y también en televisión: fue la antipática Yvonne en Dolmen (2005), vista por doce millones de espectadores. "Me divierto como una niña loca. A mi edad, solo me interesan los desafíos", declaró entonces.

En 2006 publicó sus memorias, Je n’ai pas vu passer le temps ("No he visto pasar el tiempo"), un título que resume seis décadas de carrera vividas con intensidad y sin lamentos. Claude Lelouch, su aliado artístico más constante, ha despedido a una amiga: "Su voz fue el alma de mis películas. Perdí mucho más que una voz. Ella fue la voz de mi vida".

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