El emblemático Chrysler Building, uno de los rascacielos más reconocibles del skyline de Manhattan, ha sido puesto oficialmente a la venta, marcando un hito en el mercado inmobiliario neoyorquino.
Este ícono arquitectónico de estilo Art Déco, completado en 1930, enfrenta ahora una encrucijada financiera y estructural tras años de disputas legales y deterioro progresivo.
Con su característica aguja de acero inoxidable y ornamentos inspirados en automóviles, el edificio no solo simboliza la grandeza de la era industrial estadounidense, sino también los desafíos de preservar patrimonios históricos en entornos urbanos dinámicos.
Un legado arquitectónico en transición
Diseñado por William Van Alen para Walter P. Chrysler, el edificio fue concebido como un "monumento personal" que superaría al Bank of Manhattan Building en la carrera por el título del más alto del mundo.
Su construcción incluyó un audaz golpe de efecto: una aguja de 38 metros ensamblada en secreto dentro del edificio y elevada en 90 minutos, llevando su altura total a 319 metros.
Aunque perdió el récord ante el Empire State Building en 1931, su diseño innovador —con gárgolas inspiradas en tapacubos de Chrysler Plymouth y un vestíbulo revestido en mármol africano— lo consolidó como joya del Art Déco.
Crisis financiera
La venta actual, gestionada por la firma Savills, surge tras una compleja batalla legal entre RFR Holding (arrendatario) y Cooper Union (propietaria del terreno), derivada del impago de 21 millones de dólares en alquileres.
Este conflicto refleja los problemas estructurales del modelo de negocio: el costo anual del suelo (32 millones) y las urgentes necesidades de renovación —sistemas eléctricos obsoletos, infestaciones y ascensores defectuosos— disuaden a inversionistas.
El último cambio de manos en 2019, por 150 millones de dólares, contrasta con los 800 millones pagados en 2008, evidenciando su depreciación.
Expertos anticipan que el precio final podría ubicarse muy por debajo de su valor simbólico, dada la necesidad de inversiones estimadas en 100 millones de dólares para modernizaciones.
Aunque su ocupación actual ronda el 100%, inquilinos reportan falta de amenities competitivas frente a torres contemporáneas.
Su destino plantea dilemas: ¿podrá un nuevo propietario equilibrar su rentabilidad con la preservación histórica? Mientras inversores evalúan riesgos, neoyorquinos observan con nostalgia cómo este testigo de la Gran Depresión enfrenta su propia reinvención.
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