Dos son compañía, tres son muchísimo mejor. Bajo las sábanas, un pie acaricia a otro mientras que un tercero en discordia se sitúa sobre ellos. Son tres cabezas, seis brazos. Lo de ménage a trois no es sino una forma pomposa de llamar al poliamor. Da igual que sea un acuerdo doméstico estable o un experimento erótico: estos romances alternativos conllevan tanto liberación sexual como caos emocional. Rompen por completo las reglas básicas de la atracción y de la intimidad, pero también las convenciones cinematográficas. Ya sea a través de ficciones de parejas aparentemente felices hasta que aparece el ex de turno, de viajes al extranjero que permiten al protagonista desinhibirse y entregarse por completo al placer, o de tensiones sexuales no resueltas en un campo de tenis, el cine es experto en el poliamor.
Ahora, parece querer demostrarlo de nuevo al más puro estilo hollywodiense. La película Materialistas, dirigida por Celine Song (Vidas pasadas) y protagonizada por Dakota Johnson (50 sombras de Gray), Chris Evans (Vengadores) y Pedro Pascal (The last of us) es una extensión del trío clásico romántico: ella (Johnson) es una ambiciosa casamentera neoyorquina cuyo corazón se encuentra dividido entre el hombre perfecto (Pascal) y el ex imperfecto (Evans). Lo típico, vaya.
Cuando el deseo ocupa todo el plano
Precisamente, todo el marketing que ha rodeado el nuevo filme se ha centrado en eso: en el trío romántico de las tres personas canónicamente más guapas del Hollywood actual. En un photoshoot, Johnson mira a Pascal mientras, a su vez, roza por detrás a Evans; el actor que dio vida al Capitán América lanza pétalos de rosa a sus compañeros, muy acarameladitos frente a la cámara... El triángulo amoroso se respira en cada imagen, en cada fotograma.
Pero esto no es nada nuevo en el mundillo del cine comercial. El año pasado, mismamente, Luca Guadagnino (Call me by your name) estrenó su erótica-deportista Challengers. Al frente, Mike Faist, Josh O'Connor y, por supuesto, Zendaya. La de Euphoria sale con Faist pero no olvida a O'Connor, su anterior pareja. Entre ellos dos también le dan a la mandanga, aunque de una manera más sutil: miradas, roces y, al final, algún que otro beso rebelde ante la lujuriosa mirada de Zendaya.
Porque el trío romántico es eso también: lujuria, sexo, deseo. En Y tu mamá también (Alfonso Cuarón, 2001), el sexo es directo, sudoroso, más explícito que en Challengers pero menos que en Soñadores (Bernardo Bertolucci, 2003). La del mexicano pone en primera plana a Luisa (una maravillosa Maribel Verdú) que introduce el deseo en dos chicos mucho más jóvenes que ella. Es tan realista que incomoda: tres cuerpos reclamando y cediendo terreno.
Por el contrario, la italiana no muestra el sexo como consecuencia de un vínculo, sino idioma principal del mismo: Matthew (Michael Pitt), un estudiante estadounidense recién llegado a París en pleno Mayo del 68, se ve absorbido por la relación simbiótica y abiertamente incestuosa de los gemelos Isabelle (Eva Green) y Théo (Louis Garrel). Bertolucci lo filma con una estética febril: el sexo es un sueño, un ritual, pero también un arma de seducción y exclusión. Y es que, cuando la dominación entra en juego, el idilio de la trieja se desmorona.
Los triángulos mueven el tablero
No todos los triángulos amorosos se mueven por el deseo explícito; a veces, el poder se ejerce con gestos, miradas o decisiones que inclinan la balanza. En Vicky, Cristina, Barcelona (Woody Allen, 2008), Juan Antonio (Javier Bardem) seduce a Cristina (Scarlett Johansson), mientras su exmujer, María Elena (Penélope Cruz), ejerce sobre ellos un influjo hipnótico, persuasivo. Allen sustituye la explícita anatomía del cuerpo por el susurro del diálogo, y lo que parece un idilio bohemio se convierte rápidamente en un delicado juego de control y dependencia emocional. La atracción se mezcla con el control, y la pasión se convierte en un terreno donde nadie está del todo cómodo: el trío ha dejado de ser una meta sexual para convertirse en un catalizador emocional.
Y, si Vicky Cristina Barcelona te invita a una copa de vino en una terraza, Closer (Mike Nichols, 2004) te lanza un vaso de whisky a la cara. En ella, el triángulo —o, más bien, cuadrilátero— se convierte en una partida de ajedrez en la que el sexo es una recompensa, un castigo y una moneda de cambio. Los personajes seducen, traicionan y vuelven a seducir, no por amor, sino para reafirmar el poder que tienen sobre los otros: Dan (Jude Law) manipula a Alice (Natalie Portman) mientras ella intenta recuperar el control sobre su propio deseo, a pesar de que Anna (Julia Roberts) juga con ambos como quien mueve las piezas de un tablero.
Algo parecido ocurre en La favorita (Yorgos Lanthimos, 2018). En ella, la dinámica de poder alcanza un nivel casi bélico: Sarah (Rachel Weisz) y Abigail (Emma Stone) se enzarzan en una guerra palaciego por el favoritismo de la Reina Ana de Inglaterra (Olivia Colman). En los pasillos de palacio, todo vale: la seducción es un arma con el asegurarse un lugar junto a la monarca.
Entonces, ¿hay manipulación en Materialistas? ¿Hay, siquiera, una pareja de tres per se? Como tal, no, no lo hay; pero de incluirla en alguna categoría habría que hacerlo en esta, en la de dominación, pero no por la sumisión, sino por la apariencia. Dakota Johnson, Chris Evans y Pedro Pascal encarnan un juego donde la atracción se mezcla con el estatus, el glamour y la pomposidad que cada uno irradia: ya no es quién quieres en tu cama, sino quién proyecta la vida que deseas tener a tu lado. El triángulo amoroso ha evolucionado, ya no es lujuria, pasión o dominación; ahora, todo es materialismo. Cause we're living in a material world.
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