Los vecinos del madrileño barrio de Chamberí están que se suben por las paredes: la construcción de un párking subterráneo privado de cuatro plantas se ha encontrado con un atípico inconveniente... del siglo XIX. A escasos metros de la glorieta de Quevedo, junto a un centro de El Corte Inglés, las obras ubicadas en la calle Arapiles se han topado con varios esqueletos completos tumbados que, según los expertos, podrían formar parte de una fosa común u osario, habituales en los cementerios de la época.
Ya se avisó cuando comenzaron las obras el pasado mes de marzo que seguramente se encontrarían con aquellos incómodos invitados, pues fue precisamente ahí donde, en 1804, cuando dicho lugar era todavía un secarral situado extramuros de la capital, Carlos IV dio la orden de construir un cementerio. Pareciera que los constructores han olvidado que hace poco más de 30 años, en 1994, se encontraron ya con 650 cuerpos durante unas obras en la misma calle. Y, aunque no lo hubieran ignorado, no hace falta tener ojo avizor para encontrar la pista que delata la existencia del mismo, pues una placa colocada a escasos metros de la excavación así lo delata: "En estos lugares el poeta José Zorrilla se dio a conocer en la despedida de Larra".
El nuevo —y moderno— cementerio del XIX
Fue en 1804 cuando Carlos IV ordenó la construcción del ahora desaparecido Cementerio General del Norte. Lo hacía por razones de salud pública: hasta finales del siglo XVIII, la costumbre funeraria era enterrar a los difuntos dentro de las iglesias. Los cadáveres se descomponían dentro de espacios cerrados, poco ventilados, generando olores insoportables y focos de infección de enfermedades contagiosas. Tomó, pues, los planos diseñados por Juan de Villanueva, inspirados en el modelo europeo, y eligió convenientemente un lugar cercano a la Puerta de Fuencarral.
Sin embargo, dicho espacio, más maldito que santo, encontró su primer hándicap en 1808, cuando no estaba siquiera abierto al público. La invasión napoleónica puso a la nación en pausa, obras de construcción incluidas. Hubo de esperar un año para que el Cementerio General del Norte terminara su edificación. Así, en 1809, ahora bajo reinado de José I, la necrópolis abrió sus puertas.
No tardó en quedarse pequeña. El levantamiento del 2 de mayo de 1808 terminó por saturar el cementerio de cuerpos, y tuvo que ampliarse. Lo mismo ocurrió 22 años después, en 1834, cuando una terrible epidemia de cólera asoló Madrid y obligó, de nuevo, a su reforma. Para entonces era ya uno de los cementerios más populares de la capital: no hay registros oficiales de cuántos cadáveres acogió el camposanto, pero los 650 exhumados en 1994, unidos a los recientemente descubiertos y a aquellos que sí lograron trasladarse a comienzos del siglo XX ponen de manifiesto el prestigio del mismo. Sin embargo, una cosa está clara: el Cementerio General del Norte acogió el cuerpo de, por lo menos, un suicida.
El entierro de un suicida
El 13 de febrero de 1837, el escritor y periodista Mariano José de Larra, símbolo del romanticismo español, se quitaba la vida en su vivienda de la calle Santa Clara. Minutos antes, Dolores Armijo, su gran amor, había acudido al hogar para recuperar las cartas de amor que ambos habían intercambiado y poner fin a su relación: la mujer se había reconciliado con su marido y estaba dispuesta a dejarlo todo para partir con él hacia Filipinas. No le faltó mucho más a Larra para, según Dolores cerró la puerta, alcanzar una pistola y pegarse un tiro en la sien.
Es por todos sabido que los suicidas no tenían cabida en los cementerios católicos, pero la fama que precedía al escritor le permitió a José Landero y Corchado, ministro de Gracia y Justicia e íntimo amigo de Larra, hacer lo necesario para autorizar un funeral en la Iglesia de Santiago, con posterior entierro en el Cementerio General del Norte. Y, mientras un autor fallecía, otro nacía, pues fue ahí, en lo que ahora es la calle Arapiles, donde un por aquel entonces desconocido José Zorrilla recitó la elegía que había escrito para su compañero: "Ese vago clamor que rasga el viento / Es la voz funeral de una campana: / Vago remedo del postrer lamento / De un cadáver sombrío y macilento / Que en sucio polvo dormirá mañana".
No le hizo falta caminar mucho: al salir del cementerio, Zorrilla era ya un poeta popular. Quizá por eso sorprende que el cementerio de las palabras cerrase sus puertas en septiembre de 1884, por no poder acoger más almas entre sus muros. Los restos que descansaban en el General del Norte fueron trasladados principalmente al Cementerio de la Almudena, pero eran tantos los cadáveres que nadie notaría la falta de unos cuantos. Hasta ahora.
La demolición del parque edificado sobre el antiguo cementerio para la construcción de un nuevo aparcamiento privado pone de manifiesto una verdad: bajo el asfalto de Madrid aún reposan las huellas de su historia. Y, para los más curiosos: los restos de Larra no permanecieron mucho tiempo en el Cementerio General del Norte: en 1843 los trasladaron al (también desaparecido) cementerio de San Nicolás, situado al sur de la Puerta de Atocha, para finalmente moverlos una última vez en mayo de 1903, ahora sí, al Panteón de Hombres Ilustres de la Sacramental de San Justo, donde el Fígaro descansa junto a otros célebres como José de Espronceda o Ramón Gómez de la Serna.
Las plazas de garaje del nuevo aparcamiento se venden por más de 40.000 euros. Impulsado por un promotor privado (Arapiles Park SL), el pasado mes de diciembre una jueza suspendió cautelarmente las obras tras una demanda de los vecinos de los edificios colindantes. Pese a los recursos judiciales, los encargados de la obra procedieron hace un mes a la tala de todo el arbolado que había en la finca antes propiedad de la inmobiliaria Merlin Properties donde ahora han aflorado los restos óseos.
1 Comentarios
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hace 12 horas
Me parece una barbaridad la construcción de este parking encima de un cementerio de alto valor histórico. Tampoco entiendo la necesidsd de un parking adicional en una zona cuajada de numerosos aparcamientos mucho más grandes. Por favor , Ayuntamiento de Madrid, defienda el patrimonio histórico de Madrid, detenga las obras, tape el hueco, y deje que los muertos descansen en paz.