Se conocieron con Lucy entre las manos y comenzaron a discutir. Uno era el científico que había descubierto a la madre de la humanidad y el otro un joven ayudante de la familia Leakey, famosos paleoantropólogos, en el Museo Nacional de Kenia. Eran Donald Johanson y Tim White y aquella discusión provocó una amistad, y una posterior ruptura, que llevó al segundo a descubrir un esqueleto aún más antiguo y a tener que hacerlo entre disparos, robos y algún que otro encontronazo con sus colegas científicos.

Porque fue White el que en 1994, aunque no lo hizo oficial hasta el 2009, encontró a Ardi, que con 4,4 millones de años de antigüedad se considera nuestro ancestro más antiguo. Pero no fue un camino ni un descubrimiento fácil sino más bien una historia que parece sacada de una película de aventuras y que ahora el periodista Kermit Pattison, tras diez años de investigación, publica con el título Hombres fósiles. La búsqueda del esqueleto más antiguo y lo orígenes de la humanidad (Capitán Swing).

Aquí narra cómo Johanson y su asistente Tom Gray encontraron a Lucy en Hadar, Etiopía, un 24 de noviembre de 1974. Años más tarde, y gracias a la insistencia de White, llegaron a la conclusión de que tanto ella, y el resto de esqueletos encontrados en esta zona -como los fósiles que la antropóloga británica Mary Leakey había hallado en Laetoli, Tanzania-, pertenecían a la misma especie: los Australopithecus afarensis.

Donald Johanson (izquierda) y Maurice Tieb (derecha) con el esqueleto de Lucy en el campamento de Hadar.

También recuerda que sacar los huesos de Lucy de Etiopía había sido toda una aventura. Tuvieron que salir del país en 1976 por "las purgas en las ciudades, la insurgencia de la guerrilla y la guerra tribal en la represión del Afar". "A Johanson le preocupaba no poder sacar su fósiles del país de forma segura debido a que la burocracia estaba prácticamente congelada por el miedo. Para su alivio, un joven y amable ministro firmó su permisos de exportación. "Cuando este hombre volvió a su casa esa misma noche fue asesinado", cuenta Pattison sobre cómo el paleoantropólogo consiguió salir de milagro y llegar a Kenia, donde conoció a White.

"Johanson mostró sus fósiles de Hadar a Richar Leakey, que había hecho descubrimientos en Kenia, y a su equipo para que los inspeccionaran en el Museo Nacional de Kenia (...) Cerca de ellos merodeaba un joven científico al que Johanson no reconoció: un estudiante de posgrado estadounidense con grandes gafas, pelo lacio y bata blanca de laboratorio que examinaba los fósiles con atención. Era Tim White, entonces aprendiz en los equipos de Leakey. Pensó que era tímido pero no hablaba porque no creía la interpretación que estaban dando de que los fósiles, los de Leakey y los de Johanson, pertenecieran a dos linajes distintos y así se lo hizo saber pese a que las dos poblaciones estaban separadas por miles de kilómetros y al menos medio millón de años".

De izquierda a derecha: Tim White, Richard Leakey, Bernard Wood y Don Johanson.

Tiempo después, White acabó tarifando con los Leakey y Johanson, sabiendo que aquello le iba a costar la enemistad de una familia muy poderosa, se lo llevó con él. "Al final decidí que no podía seguir adelante sin él", aseguró, a lo que Pattison añade en su libro que "su colaboración reescribiría el pasado humano" ya que en 1977 estuvo por fin de acuerdo con White. "Se trataba de una sola especie".

La historia a partir de entonces tiene varios capítulos, disputas entre colegas, insultos, negaciones... Pero lo importante ocurrió casi quince años después, a partir de 1990. White quería ir a Hadar, donde había aparecido Lucy, porque estaba convencido de que allí encontrarían un esqueleto más antiguo todavía. Johanson se unió a su equipo pero la guerra civil que se desató en el país provocó que los trabajos de campo se paralizasen y que tras terminar, con un territorio todavía hostil y dividido, solo White se atreviera a continuar acompañado de un pequeño equipo.

"Partió en diciembre de 1991 con otros pocos para hacer el trabajo de campo, fueron en un convoy de camiones escoltado por vehículo militares y pick-ups equipadas con ametralladoras y entraron en territorio tribal con cinco soldados del frente democrático revolucionario del pueblo etíope", cuenta Pattison. También que aunque al principio los indígenas que se iban encontrando fueron bastante agradables todo cambió de un momento a otro cuando al entrar al territorio de los Issas comenzaron a dispararles y al intentar huir uno de sus guerreros arremetió contra ellos.

El equipo de excavación descubre poco a poco los huesos del esqueleto. Cada bandera marca la ubicación de un hueso. TIM WHITE

Al final consiguieron convencerle de que no iban a hacerles nada y les dejaron pasar, hasta les pidieron disculpas. Llegaron sanos y salvos y se pusieron a trabajar. Estuvieron excavando años hasta que a finales de 1994, el ya paleoantropólogo de la Universidad de California en Berkeley (EEUU), desenterró en la depresión de Afar, en Etiopía, un esqueleto que acabó descubriendo que tenía más de 4,4 millones de años y que pertenecía a una especie a la que se bautizó como Ardipithecus ramidus.

Pero para llegar a esa conclusión y, sobre todo, para tenerlo todo muy atado, tardó 17 años. Él y su equipo analizaron minuciosamente 110 muestras de este esqueleto de hembra en la que se conservaban las manos, los pies, las piernas, la pelvis y gran parte del cráneo. Por fin, en 2009, publicaron los resultados en la revista Science con 11 artículos en el que habían participado un total de 47 investigadores de 10 países diferentes. La conclusión: se trataba del esqueleto más cercano encontrado hasta momento en el que nuestra rama evolutiva se separaba de la de los simios.

Ardi, tal y como la imaginó el artista Jay Matternes. Se representaron los huesos rotos o ausentes para representar un esqueleto completo.

"El esqueleto de Ardi cuestionó las creencias fundamentales sobre cómo nos convertimos en humanos, cómo nuestros antepasados se escindieron de los otros simios, cómo llegamos a caminar erguidos y cómo evolucionaron nuestras manos hábiles. Demostró que el aspecto de estos primeros ancestros humanos era de manera sorpresiva muy diferente al de los chimpancés modernos, considerados a menudo como modelos del pasado humano", explica Pattison sobre la importancia de este descubriendo en el que habían participado veteranos del equipo que interpretó el esqueleto de Lucy en los 70 y los 80.

Y añade que "por lo que respecta al reconocimiento del nombre, Lucy sigue siendo el ancestro humano más conocido. No obstante, en términos científicos, Ardi fue más relevador". "Lucy representaba una nueva especie dentro de un género ya conocido; era una variante más antigua de un tema anatómico que poco a poco fue viendo la luz a lo largo de medio siglo. Ardi representaba algo del todo novedoso: no solo una nueva especie, sino un nuevo género y un híbrido hasta ahora desconocido de simio arborícola y bípedo terrestre", explica.

Comparación plantar: chimpancé, Ardi y humano.
Los huesos del cráneo de Ardi tras ser limpiados.
Recreación digital del cráneo de Ardi.
El esqueleto de Ardi esperando a ser montado.

Porque éste nos "reveló una etapa evolutiva nunca vista y exigió repensar de nuevo nuestros orígenes". Y eso, aquella revolución, no sentó bien a todos dentro del mundo científico. "Dejaron la bomba caer y entonces... se hizo el silencio. Las mismas personas que deberían haber mostrado entusiasmo por semejante descubrimiento parecieron hacer caso omiso de los hallazgos. Como supe más tarde, las razones fueron múltiples: algunos colegas discreparon de un modo vehemente con las conclusiones; otros temieron enzarzarse en discusiones que lo más probable es que acabaran de forma desagradable; y otras personas trataron de condenar al fósil a la irrelevancia ignorándolo. Tanto Ardi como el equipo que la descubrió parecían ser personas non gratas. Llegaron a referirse a White como "El-que-no-debe-ser-nombrado"", asegura el autor del libro.

"Tachó a un colega de idiota, a otro de carroñero y a otro de payaso, y a muchos más los redujo a la categoría de cabronazos"

KERMIT PATTISON

Y parte de aquello se debió al carácter de White, que "tenía un agudo intelecto, poca paciencia para las tonterías, saltaba a la mínima, una larga lista de descubrimientos y un listado aún más largo de enemigos". "Tachó a un colega de idiota, a otro de carroñero y a otro de payaso, y a muchos más los redujo a la categoría de cabronazos. Da la impresión de que necesitaba estar en permanente lucha contra alguien: científicos famosos, críticos académicos, administradores de universidad, funcionarios de antigüedades etíopes, directores de revista, incompetentes de todo tipo. Esto provocó que muchos colegas se negaran a asistir a las conferencias si él estaba presente", añade.

Pero Pattison, cuyo libro White ha odiado y admirado a partes iguales, no deja de alabar su trabajo y su descubrimiento. "Los investigadores del equipo de Ardi pasaron años bajo el fuego cruzado de las tribus nómadas enfrentadas. Trabajaron con herramientas dentales y púas de puercoespín para rescatar frágiles fósiles de bloques de tierra y reconstruyeron un esqueleto a partir de fragmentos", asegura y continúa diciendo que "su misión estuvo a punto de malograrse debido a disparos o a burócratas hostiles porque llegó un momento en que el Gobierno etíope les revocó el permiso de trabajo de campo, les impidió entrar en el museo nacional y les prohibió examinar los fósiles que ellos habían encontrado".

Ahora, Tim White se encuentra en Burgos. Lleva viviendo aquí desde hace unos meses junto con su mujer y ambos trabajan analizando y comparando los fósiles de Atapuerca para demostrar cómo nuestros ancestros evolucionaron en África y Europa hasta convertirse en humanos modernos. Lo hacen en el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana donde este paleoantropólogo que ha recorrido los grandes yacimientos del mundo asegura que el de Atapuerca "es icónico en el mundo" y que "no hay otro lugar así".