En algún momento entre los años 2855 y 2570 a.C., en los albores de las primeras pirámides, un hombre de mediana edad fue enterrado dentro de una vasija gigante de cerámica, cuidadosamente sellada, y depositada en una tumba de piedra en Nuwayrat, a 265 kilómetros al sur de El Cairo. Hoy, más de 4.500 años después, su esqueleto no solo ha sobrevivido al tiempo y al implacable clima del desierto: su ADN ha sido recuperado en un estado excepcional, revelando datos sin precedentes sobre la genética de los antiguos egipcios.

El estudio, liderado por el Instituto Francis Crick del Reino Unido y publicado en la revista Nature, ha logrado secuenciar el genoma completo más antiguo conocido del Antiguo Egipto, un hito notable considerando las dificultades que impone el entorno para la conservación del ADN antiguo.

El análisis del ADN antiguo en Egipto es difícil debido a su mala conservación por el clima, pero se ha logrado secuenciar el genoma completo de un hombre que vivió hace entre 4.500 y 4.800 años, posiblemente un alfarero, con ascendencia del norte de África y Oriente Próximo. | Museo de Arqueología de Garstang, Universidad de Liverpool

Una mezcla genética entre África y Oriente

Según la investigación, el hombre poseía un 80% de ascendencia relacionada con antiguos pueblos neolíticos del norte de África, lo que respalda la hipótesis arqueológica de que los antiguos egipcios eran, en gran parte, autóctonos. El otro 20% de su genoma procede del este del Creciente Fértil, concretamente de la región de Mesopotamia, que hoy corresponde al actual Irak.

“La arqueología ya apuntaba a una larga historia de contactos culturales entre ambas regiones”, explicó Adeline Morez, una de las autoras del estudio, a Efe. “Pero ahora vemos que no solo hubo intercambio de ideas, sino también de personas”.

Esta mezcla genética refleja una red compleja de migraciones e interacciones que, durante milenios, tejieron el mosaico humano a lo largo del Nilo.

¿Un artesano entre élites?

El análisis osteológico del esqueleto, en manos de Joel Irish, investigador de la Universidad John Moores de Liverpool, reveló una vida físicamente muy exigente. La postura encorvada, la artrosis avanzada y el desgaste óseo indican que pasó décadas inclinado hacia adelante, con los brazos tensos y los codos doblados, probablemente fabricando objetos a mano.

“Las marcas musculares y el daño articular encajan con lo que esperaríamos ver en un alfarero”, apuntó Irish, aunque reconoce que se trata de una hipótesis. Curiosamente, su entierro en una vasija sellada, reservado usualmente a personas de estatus elevado, sugiere que este hombre pudo haber alcanzado un reconocimiento poco común para alguien de su oficio. “Quizás fue excepcionalmente hábil o logró mejorar su posición social”, sugiere el investigador.

El análisis del ADN antiguo en Egipto es difícil debido a su mala conservación por el clima, pero se ha logrado secuenciar el genoma completo de un hombre que vivió hace entre 4.500 y 4.800 años, posiblemente un alfarero, con ascendencia del norte de África y Oriente Próximo. | Museo de Arqueología de Garstang, Universidad de Liverpool/

Una tumba que desafió al tiempo

El secreto de la preservación del ADN parece residir en el propio tipo de sepultura. La vasija de cerámica actuó como un microambiente estable que protegió el cuerpo de las fluctuaciones extremas del desierto egipcio, uno de los grandes enemigos del material genético.

Los restos fueron excavados originalmente en 1902 y han pasado por distintas instituciones británicas antes de llegar al Museo Mundial de Liverpool, donde permanecen hoy. Hasta ahora, solo se habían logrado secuenciar tres genomas de época faraónica, todos unos 1.500 años posteriores al nuevo hallazgo.

Este descubrimiento abre una nueva puerta a la paleogenética egipcia, una disciplina que durante años estuvo limitada por la escasez de muestras viables.

Un rostro anónimo del Reino Antiguo

Aunque este hombre no puede representar por sí solo la diversidad del Egipto antiguo, su genoma ofrece un punto de partida valioso para comprender mejor la composición de una civilización que durante siglos fascinó al mundo. Vivió durante el paso entre el Periodo Dinástico Temprano y el Reino Antiguo, justo cuando se construía la primera pirámide escalonada de Saqqara.

“Es solo un individuo, pero nos está contando una historia que no se había podido leer antes”, concluyó Morez. Y quizá, en las huellas de barro de sus manos y el dolor en su espalda, nos deje entrever no solo su identidad genética, sino también algo de su humanidad.