Fernando Valladares (Mar de Plata, Argentina, 1965) se ha convertido en uno de los expertos españoles de referencia en ecologismo y cambio climático. Nadie mejor que él para hablar sobre el rumbo del planeta y los riesgos y oportunidades que tenemos ante nosotros con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente, que se celebra este 5 de junio.

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Doctor en biología, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y profesor asociado en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Valladares acumula décadas de experiencia que ha sabido redirigir hacia la divulgación. Su presencia es común en los medios de comunicación y todo tipo de foros y conferencias para hablar de la emergencia climática. Un tema mucho más amplio de lo que pueda parecer.

Para muestra, el próximo 18 de junio participará en ftalks Food Summit, un evento sobre innovación y tecnología en alimentación que se celebrará en Valencia. "La charla versará, lógicamente, sobre el cambio climático. La ajustaré un poco para adaptarla al sector alimentario, que es el tema principal del congreso, pero no me quedaré ahí. Por un lado daré cifras y datos actualizados de este problema, que es una realidad que nos debe sobrecoger y asustar a todos. Pero por otro hablaré de que tenemos la posibilidad de convertirlo en una oportunidad. Tenemos que ponernos las pilas para conseguir otro tipo de mundo donde seamos mejores personas y estemos más en equilibrio con el planeta. Es difícil, pero se puede", adelanta el experto.

Pregunta. En los últimos años hemos vivido una serie de eventos históricos, cada uno a su manera, muy diferentes. Hablo, por ejemplo, de la pandemia, o más recientemente de la DANA o del gran apagón. Usted ha hablado en alguna ocasión que algunos de ellos, como el gran apagón, se veían venir, porque teníamos señales que indicaban que podrían producirse. ¿Hay algún otro evento que le preocupe que pueda producirse, que lo esté viendo cada vez más cercano?

Respuesta. Eventos siempre tendremos, más o menos pequeños. Habrá cataclismos del estilo del apagón, fallos importantes en la cadena de suministro, desabastecimiento de cosas importantes para la salud o la economía. Pero es difícil decir exactamente qué sucederá. Igual que en 2021, cuando se veía venir un apagón, era difícil saber los detalles: cuándo ocurrirá, cómo, dónde, cómo de grave será... Pero era obvio que podría producirse, aunque algunos se negaban a aceptarlo.

Yo tuve una conversación surrealista con Red Eléctrica, porque ellos negaban esa posibilidad. Como científico les preguntaba si habían calculado la probabilidad de un gran apagón, y me decían que no se produciría en el sistema español. Hombre, la posibilidad podría ser baja, pero nunca cero. Y con el cambio climático y las tensiones actuales, iría aumentando.

Dicho esto, en general lo que más me preocupa es el tema del agua. Tenemos un problema tremendo porque no estamos sabiendo gestionarla, y la vamos a necesitar para sobrevivir. En España, el 80% va para la agricultura, y eso nos está empobreciendo en un recurso muy valioso y escaso. Un tercio del agua que tenemos está contaminada por la agricultura y la ganadería. Y esa será el agua que tengan nuestros nietos, porque el ciclo hidrológico es lento y producir agua dulce lleva mucho tiempo, y nosotros la gastamos muy deprisa.

Por eso el agua es lo que más me agobia. Estamos estirando el chicle de manera sorprendente, porque está aguantando, y lo estamos haciendo gracias a que hemos mejorado en la eficiencia del uso del agua. Pero eso no resuelve el problema, solo nos da más tiempo. Y si no haces cambios, te acabas dando una leche. La península ibérica es un lugar seco, y tenemos que utilizar el agua con cariño evitando la tentación de creernos semidioses y llenarlo todo de infraestructuras, que acaban rotas o desbordadas, y de aprovecharla para producir, producir y producir. Tenemos muy pocos años para hacer un cambio con el agua, y hablo de algo radical, no de ahorrar un poquito del grifo. Y esto no es jugar a ser profeta, son matemáticas.

P. Cuando sucede algún evento importante como los que hemos mencionado, ¿realmente sirve para que cambiemos algo, para que aprendamos la lección?

R. Por sí solos no sirven para nada. Es lo que en ciencia se conoce como movimiento browniano, que es la agitación de células o bacterias que no va a ninguna parte. Los eventos climáticos extremos generan víctimas, daños económicos y dramas, pero si no van acompañados de comunicación, empatía, humanidad y de todo lo que las humanidades saben hacer, como preguntas filosóficas, sociológicas o antropológicas, no sirven para nada.

Necesitamos humanidad para problemas de la humanidad, y no estamos acostumbrados a hacerlo porque normalmente se los damos a ingenieros o matemáticos, a los de ciencias duras. Incluso se nos cuela algún que otro economista, que son los peores aliados en esto. Yo los llamo extraterrestres, porque aplican una economía que no es propia del planeta Tierra, que tiene límites y determinados funcionamientos. Hablo de la economía de mercado, del capitalismo. Nos hemos acostumbrado y es lo que enseñan en las facultades, pero no es lo que necesitamos.

Yo soy positivo, aunque no lo pueda aparecer. Pienso que se pueden conseguir cosas, pero que si no nos lo proponemos, las oportunidades pasan y no habremos avanzado. Y todas estas bofetadas de realidad que nos está dando el clima son oportunidades. Por eso necesitamos hacer algo diferente.

P. ¿Qué le hace ser optimista exactamente?

R. Varias piezas. Por un lado la propia naturaleza, que es capaz de rehacerse de manera maravillosa. Como biólogo lo he medido y lo he entedido, por ejemplo estudiando los atolones del Pacífico, donde hicimos durante más de 30 años experimentos nucleares y se han rehecho. O los lobos de Chernóbil, que se han adaptado para poder vivir con la radioactividad. ¿Qué burrada puede haber mayor que esa? Es algo que me da mucha esperanza.

Luego hay otra cosa, que es que en las situaciones difíciles aflora un sentimiento que es fantástico, que es la solidaridad. Pero ojalá fuéramos capacidad de ejercerla por anticipado, antes de que las tragedias ocurran. Ese concepto, el de la solidaridad anticipativa, es el que estoy intentando desarrollar ahora, porque sabemos lo que va a pasar gracias a la ciencia. Los datos nos dicen hacia dónde vamos con el actual escenario de emisiones, de consumo de agua o de lo que sea. Podemos ver qué nos espera, así que debemos anticiparnos. Y no porque seamos católicos, cristianos, apostólicos y romanos, sino porque en el fondo eso lo que nos hace humanos, felices y a la larga, matemáticamente, lo que nos puede sacar de los líos.

Lo que pasa es que yo soy practicante de un tipo de optimismo que no es el común. No es el de supermercado, el de centro comercial, el de cómprate un coche y págalo en tres años en cómodos plazos. Yo defiendo el optimismo de los datos, el de que hay que currárselo, el de que se puede, pero no es fácil. Y si te quieres unir al asunto, vete aprendiendo el capítulo uno, y luego el dos y el tres. Arremángate y vamos.

P. Para para hacer todo eso es importante trasladar la emergencia climática que hay a la población. ¿Cómo de complicado es hacer esto realmente? Hemos visto que en los últimos meses, en los que llovió mucho en España, algunos cuestionaban el calentamiento o daban el problema por resuelto.

R. Luchamos contra una sociedad cada día más cortoplacista. Políticos, empresarios y ciudadanos buscamos resultados, conexiones y explicaciones. Fíjate, tardaremos unos seis meses en saber qué pasó en el apagón, pero la gente a las seis horas ya pedía explicaciones. Eso revela lo disfuncional que es el cerebro humano del siglo XXI, porque no estamos preparados para el medio-largo plazo.

Por eso es un desafío anticiparnos, como explicaba antes. Y comunicar todo esto es un arte, porque estas cosas fluctúan de manera natural y no podemos tomar decisiones fijándonos en el corto plazo. Mira el Foro Económico Mundial, que para mí puede ser el malo de la película, pero que en cualquier caso son es gente muy lista, muy matemática, que quiere sacar mucho dinero de su dinero. Y no hacen cálculos a la hora, al día o al año, los hacen a décadas de distancia, porque así es como se ven los patrones.

Me alegro mucho de que haya llovido últimamente, pero eso no significa que hayamos vencido al cambio climático. Nos ha salvado la campana, pero el combate es a 10 rounds. Los científicos entendemos que esto es muy complejo, pero tenemos que encontrar la manera de que la gente se fíe en la ciencia si no la quiere entender o si no tiene tiempo o formación para hacerlo.

Estamos en el periodo más seco en Europa en más de 2.000 años, es algo que sabemos gracias a unas reconstrucciones estadísticas complicadas. Yo como divulgador puedo explicártelo en 30 segundos o en 30 horas, porque llevo años estudiándomelo. Es un problema complicado e importante, y se puede explicar de muchas formas, pero hay que querer escucharlo. Y la gente cierra las orejas porque son noticias incómodas. Si de entrada no ven el premio, no prestan atención. Y aquí el premio es sobrevivir.

P. ¿Qué indicadores científicos relacionados con el cambio climático le parecen los más preocupantes?

R. No sabíamos que el mar iba a estar tan caliente durante tantos días al año. Es un indicador muy potente, y nos ha pillado un poco descolocados a los científicos. Pero hay otros, como la temperatura atmosférica o las dinámicas de los glaciares. El abanico es muy amplio, porque hay indicadores numéricos, sociales, geopolíticos o económicos, y todos apuntan a una dinámica exponencial.

A ver si alguien se cree que Netanyahu va a devolver los Altos del Golán, que tienen un gran valor estratégico por el mar de Galilea y el agua. Vamos a ver el recrudecimiento de muchos conflictos, crisis humanas y bélicas por el cambio climático. Y otro indicador es el deterioro de las instituciones y la falta de credibilidad en las democracias. Por eso muchos jóvenes piensan que con Franco se vivía mejor. La comunicación para tomar medidas y mitigar el cambio climático o adaptarnos a él no está funcionando bien.

P. En todo este contexto, una de las soluciones que hay para intentar mitigar los impactos es la renaturalización, de la que usted habla mucho. ¿Qué tal lo está haciendo España en este campo?

R. En cuanto a I+D y a desarrollo en restauración ecológica tenemos a lo mejores especialistas y muy buenas series temporales, que han seguido la recuperación de ecosistemas importantes. Tenemos un montón de la superficie de España protegida, espacios naturales, la red Natura 2000, etc. que nos van dando esa información para entender mejor cómo renaturalizar y cómo están funcionando algunas de las medidas. España en eso está súper bien situada, pero no estamos a la altura de ese conocimiento.

Los políticos, una vez más están aplicando o prometiendo medidas muy a corto plazo. La naturaleza tiene una condición para ayudarnos y para que ella misma se recupere, y es el tiempo. Para entendernos, de forma un poco coloquial podríamos decir que habría que multiplicar los plazos humanos por 10. Entonces, lo que tú querrías en un día, necesitas diez. Lo que tú querrías en un año, necesitas una década. La naturaleza necesita más tiempo para hacer las cosas. Luego es muy sostenible, muy resiliente y tiene un montón de propiedades fantásticas, que nunca una gestión artificial va a poder imitar. Pero tiene esa condición.

P. ¿Qué cosas cree que van a cambiar en la vida de las generaciones que están naciendo ahora por culpa del cambio climático?

R. Es difícil recrearlo de manera realista completamente agarrados a la ciencia. A mí me gusta a veces fantasear, pero hay que entender que entramos en un terreno muy especulativo. Para esto quizás necesitemos la ayuda de gente más creativa, que con los datos pueda usar la ciencia para recrear cómo será el día a día.

Teniendo eso en cuenta, hay cálculos de cuántas muertes podrían ser evitable de aquí al 2050, de los millones de personas que van a sufrir por calor o de cuántos viven en zonas que serán inhabitables, que serán un tercio del planeta para finales de siglo. Indudablemente las nuevas generaciones se moverán mucho menos que nosotros, salvo que haya un gran avance científico, porque será caro viajar y habrá dificultades logísticas. Habrá un mayor aprecio por lo local, si lo queremos ver en positivo.

Luego habrá muchos cambios en las comidas, porque con los recursos que consumimos en producir un kilo de carne producimos muchos kilos de vegetales. Nos guste o no, la dieta será más vegetal, y algunos alimentos que hasta ahora han sido comunes serán totalmente un lujo. Y lo mismo pasará con la ropa. Habrá miles de cambios.

P. ¿Cómo podemos encontrar un equilibrio para tener un sistema económico que no haga que sobrepasemos los límites del planeta?

R. Hay unas piezas que son imprescindibles, y luego necesitamos motivación. Las piezas imprescindibles son la luz y los taquígrafos. Se tiene que saber más abiertamente cómo ganan dinero las principales empresas y cuánto recaudan. Es un paso de democracia que no solo no lo estamos dando, es que estamos yendo en sentido contrario. Mira por ejemplo Trump, que está haciendo más oscuro todo borrando información.

Un requisito clave es que todos entendamos cuánto cuestan cosas como el agua para entender la lógica de reducir esas actividades económicas, porque no las podemos pagar en términos planetarios. Pero solo con eso no será suficiente, porque hay que romper inercias históricas, dejar de hacer las cosas que hemos estado haciendo hasta ahora. Y para eso hace falta una motivación muy potente que frene a los intereses digamos, del sector privado, pero que también sea capaz de motivar a la ciudadanía a largo plazo, porque esto no se resuelven en un mes ni en un periodo electoral. Esto es David contra Goliat, pero la ventaja es que somos muchos 'Davides'.



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