La oleada de incendios que asoló el noroeste peninsular el pasado mes de agosto ha confirmado un fenómeno de reciente observación por los expertos que preocupa y que requiere de estudio. Se trata del comportamiento extremo del fuego durante la noche gracias a su propagación convectiva; ocurre en determinadas circunstancias en incendios de sexta generación.
Marc Castellnou, Inspector jefe del cuerpo de Bomberos de la Generalitat de Cataluña afirma que esos incendios convectivos nocturnos han ocurrido este verano en España. Castellnou es el ingeniero forestal que popularizó el término de incendios de sexta generación para referirse a estos fuegos extremadamente difíciles de controlar por su capacidad de interactuar con la atmósfera y propagarse rápidamente.
Lo que se ha observado ahora es que en determinadas circunstancias el incendio es capaz de hacer que la noche, normalmente una aliada para los bomberos, se convierta en un monstruo contra el que no se puede hacer nada. Castellnou explica que, debido a atmósferas más cálidas y noches tórridas, los fuegos ahora pueden mantener su intensidad y expansión incluso después del anochecer, una situación que antes era rara.
Los incendios de sexta generación se caracterizan por su enorme energía, su imprevisibilidad y su capacidad para generar fenómenos atmosféricos propios, como los peligrosos pirocúmulos. Estos son enormes columnas de humo y calor que ascienden hasta la atmósfera y que, en los casos más extremos, pueden llegar a generar sus propias tormentas, rayos secos e incluso cambios súbitos en la dirección del fuego, aumentando el riesgo tanto para las cuadrillas de extinción como para la población.
Este proceso seca aún más la vegetación y el entorno, facilitando la rápida propagación de las llamas. La generación de fuertes corrientes de aire que además de mantener el fuego vivo pueden arrastrar materiales incandescentes a gran altura y dispersarlos aumentando el riesgo de nuevos fuegos secundarios.
“Los fuegos convectivos tienden a penetrar en la noche o mantenerse durante la noche. La razón por la cual lo hacen físicamente todavía no está del todo clara”, afirma el ingeniero. “Pero es una tendencia que detectamos en Chile, después en Portugal y lo hemos visto en Grecia y lo hemos visto luego en España”, añade. Según detalla, este verano se han registrado noches convectivas en Galicia, Zamora o León: “Lo hemos visto en los incendios de León, en el las Médulas, en el incendio del Barco en Ávila, en Galicia y también en incendios portugueses”. Si bien deja claro que no todos los incendios que se han declarado en agosto son de sexta generación.
Según este experto, antes esto no pasaba porque las columnas de calor por la noche no podían ascender hasta la atmósfera y solo los incendios muy extremos durante el día podían hacerlo. "Ahora lo que estamos viendo es un crecimiento de las noches convectivas de propagación de incendios", asegura.
“Esto tiene especialmente vinculación en esos momentos de ola de calor intensa, noches de calor persistentes. En invierno no tiene que pasar”. Las noches, tradicionalmente favorables para las labores de extinción, se están perdiendo “por culpa del cambio climático, que hace que las ventanas nocturnas para la extinción sean cada vez más estrechas o simplemente no estén”, afirma.
El cambio climático hace que las ventanas nocturnas para la extinción sean cada vez más estrechas o simplemente no estén
Ferrán Dalmau ingeniero forestal y experto en prevención y extinción de incendios, ratifica las sospechas sobre las noches con fuegos covectivos que hicieron de los incendios un infierno. “Los primeros datos que tenemos nos indican que en los peores días del episodio las propagaciones de noche han sido tan malas como de día”, asegura. “Hemos visto velocidades de propagación nocturnas más propias de situaciones diurnas. Y las recuperaciones de humedad del combustible han sido muy escasas. De noche, suele recuperar algo de humedad… pero no".
“Siempre hemos tenido incendios por la noche que se propagan porque hace viento, pero esos no son los incendios convectivos que estamos empezado a observar ahora durante la noche”, afirma Castellnou. “Cuando se produce una noche de estas con fuego convectivo, no hay manera de atacar al fuego de ninguna manera, no hay manera de solucionar el tema".
Castellnou reconoce la urgencia de estudiar este nuevo comportamiento para poder anticiparlo y proteger mejor tanto a la naturaleza como a quienes combaten el fuego: “Ahora lo observamos, pero no lo predecimos, entonces hay que tener capacidad de predecirlo”.
Desarmados ante el fuego
La formación de pirocúmulos agrava exponencialmente las dificultades, ya que “no hay manera de atacar al fuego de ninguna manera, ni hacer nada”. Además, “por la noche los medios aéreos tampoco funcionan, y es mucho más difícil de trabajar, porque tampoco tienes visión del terreno, con lo cual todo es un poco más complejo. Toda la ventaja que daba la noche desaparece”.
Ignacio Perez-Soba, decano del Colegio de Ingenieros Forestales de Aragón hace hincapié en cómo las noches tórridas, aquellas en las que el termómetro no baja de los 25 suponen un cambio para los sistemas de extinción. Según explica, la noche tiene unas ventajas evidentes: baja la temperatura y aumenta la humedad relativa. “Y otro menos evidente es que los vientos de ladera cambian de sentido. O sea, durante el día son vientos anabáticos, que son vientos ascendentes, porque por todas partes hay calor. Entonces las partes superiores de las laderas están con plena insolación. Si el incendio está abajo, la ladera está caliente, pero la parte de arriba también. En cambio, cuando llega la noche la parte de arriba es la primera en enfriarse y entonces se producen los vientos catabáticos, que son los vientos descendentes, que eso supone que en ese momento el viento empuja las llamas hacia lo quemado”, explica.
Pero esa ventana de oportunidad se pierde se cierra con el calor. “No tienes una bajada significativa de la temperatura, no tienes más humedad relativa que aumenta con la noche y los vientos locales pierden su importancia porque claro, en los incendios, sobre todo si son grandes, los vientos locales pierden mucha importancia porque pasan a tener más los generados por el propio calor del incendio”, asegura.
En el calor está gran parte de la culpa. La ola de calor empezó el día 3 de agosto y el 8 empezaron los grandes incendios a arrasar hectáreas. "Tenemos que acumular calor para tener energía para que tengan lugar estos procesos, unos procesos que cada vez observamos más pero que han llegado para quedarse", sentencia Castellnou.
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