Cuando David Bisbal grita "One, two, three, four!", no está contando compases: está abriendo la pista. Es sábado por la noche en Brooklyn, llueve con ganas y el cantante almeriense, recién cumplidos los 46, entra en escena como si estuviera en plena Feria de Almería. Traje negro, sonrisa de oro y la energía intacta de quien lleva más de veinte años haciendo vibrar al público. Arranca con Corazón latino y la sala se convierte en una verbena improvisada bajo techo.

PUBLICIDAD

Pocas horas después de fotografiarse en lo alto del Rockefeller Center con algunos de los jugadores del New York City FC, el concierto –parte de su gira estadounidense que lo ha llevado por Chicago, Los Ángeles y lo llevará hasta Orlando el 15 de junio– fue una celebración desacomplejada de lo que Bisbal representa: pop emocional, ritmos bailables, una voz que sube y baja con naturalidad, y un repertorio que es ya, para muchos, parte del equipaje sentimental de la diáspora hispana.

Porque eso había en el Brooklyn Paramount: banderas de Perú, México, España, Andalucía y Estados Unidos ondeando entre un público entusiasta, entregado desde el minuto uno, que cantó "Lloraré las penas" como si fuera un himno generacional. Bisbal las fue recogiendo y colgando una a una al cuello, en un gesto que combinó espontaneidad kitsch y gratitud genuina.

Del susurro a la cabriola

"Será la mezcla de culturas", dijo él, como explicación a esa euforia. Pero el propio Bisbal es, a estas alturas, una mezcla singular: hijo del OT más naïf, superviviente del huracán del pop latino de los 2000, crooner de estadio y animador de verbenas globales. Puede permitirse saltar de "Dígale" a "Bulería" sin que chirríe, del susurro a la cabriola.

En un momento más íntimo, se cambió la chaqueta negra por una camisa de leopardo y unos pantalones de cuero que parecían sacados de su archivo 2002. Y funcionó: el viaje en el tiempo fue bien recibido. Sonaron también sus duetos recientes, como "Vuelve, vuelve" (con Danna Paola) o "Si tú la quieres" (con Aitana), confirmando que su repertorio ha envejecido con él: con oficio, sin complejos.

El guiño a su tierra llegó cuando, con acento andaluz sin domesticar, contó que en Almería le gusta dejar la puerta "entornailla". Más que una anécdota, una contraseña para los que saben lo que es vivir lejos. "Hay que dejarla así por si acaso", pareció decirle a los que emigran pero no se van del todo.

El final fue previsible y feliz: "Bulería" primero y "Ave María" como traca final. Una lluvia de teléfonos móviles, brazos en alto y coros a pleno pulmón cerró la noche. Bisbal, el del rizo mítico y el giro imposible, sigue ahí: en forma, en ruta y con una bandera para cada uno.

PUBLICIDAD