La ciudad de la luz se ha convertido en marzo en el escenario intermitente de una batalla campal entre las fuerzas del Ministerio del Interior y los manifestantes contrarios a la reforma de las pensiones del presidente Emmanuel Macron. En las filas de los que se rebelan contra la subida de la jubilación de 62 a 64 años confluyen los partidos de la oposición en la izquierda y la derecha extrema, todos los sindicatos, y gran parte de la población, sobre todo los jóvenes, y entre ellos se mezclan los black bloc con vándalos sin afiliación. Es una protesta ligada a la defensa de uno de los pilares del Estado del bienestar para los franceses pero a la vez refleja el hartazgo de quienes se ven descarrilar en un mundo en crisis permanente. 

Esa incertidumbre que da paso a un malestar que va in crescendo se ve también en las huelgas en Reino Unido, Portugal y Alemania, o en las protestas en Grecia por el accidente ferroviario en Larissa. El detonante que hace estallar la mecha en cada país es distinto, pero hay una base común: un profundo desasosiego por una vida cada vez más costosa y más compleja.

La principal preocupación de los europeos es el elevado coste de la vida: sus salarios crecen mucho menos que los precios. Son en parte las consecuencias de la guerra provocada por Rusia en Ucrania. A ello se suma la revolución digital, la transformación verde y el envejecimiento de la población en Europa. En este contexto, ¿es Francia un reflejo de lo que se anticipa en otros países de Europa? 

Primavera al rojo vivo

Al invierno del descontento, con movilizaciones en Grecia, Reino Unido, Austria, Alemania o República Checa, le ha seguido una primavera al rojo vivo sobre todo en Francia, donde se niegan a aceptar que ha llegado "el fin de la abundancia", expresión del presidente Macron. Más que el fin de la abundancia lo que aprecian muchos europeos es una transformación a toda velocidad en la que el Estado del bienestar se resquebraja. Servicios como la salud y la educación públicas se deterioran y la vivienda se convierte en articulo de lujo. Los empleados ya no son clase media sino precaria. 

Así vemos jornadas de huelgas generalizadas como la vivida el 15 de marzo en Reino Unido, la megahuelga del transporte en Alemania el 27 de marzo, o las protestas en seis ciudades portuguesas de este sábado 1 de abril por el coste de la vivienda. Reclaman que sus sueldos suban tanto o más que la inflación, ahora por las nubes en la mayor parte de Europa. 

“El Partido Conservador británico lleva años hundiendo el país. La herencia de Boris Johnson y el Brexit está cobrando un precio gigantesco. La economía británica es un barco a la deriva y el impacto social es impresionante”, señala Mariano Aguirre, investigador asociado en Chatham House y autor de Guerra Fría 2.0, de reciente publicación.  

La víspera de que Rishi Sunak cumpliera 100 días en el 10 de Downing Street los trabajadores de los ferrocarriles, la educación, incluidas las universidades, convocaron la mayor huelga en 12 años en demanda de mejores condiciones salariales y abolir la legislación de servicios mínimos. Era el 1 de febrero y volvieron a la carga el 15 de marzo cuando el ministro de Finanzas, Jeremy Hunt, presentaba el presupuesto de primavera.

Abril ha empezado en Reino Unido con una huelga de 10 días de los empleados de seguridad de los aeropuertos, lo que provocará retrasos y caos en plenas vacaciones de Semana Santa. Hay previstas más acciones en todos los sectores que no han conseguido paliativos para afrontar la inflación que está por encima del 11%. 

La herencia de Boris Johnson y el Brexit está cobrando un precio gigantesco. La economía británica es un barco a la deriva y el impacto social es impresionante

mariano aguirre, chatham house

En el caso de Alemania fue llamativa la megahuelga de transportes del lunes 27 de marzo. Muchas estaciones de ferrocarril parecían lugares fantasma. Pero se evitó el caos con la recomendación del teletrabajo. Aún así cientos de miles de viajeros que tenían previsto viajar en avión resultaron afectados.

Coincidió la convocatoria de dos sindicatos profesionales: Verdi, que representa a 2,5 millones de empleados del sector público, incluidos transporte público y aeropuertos y demanda una subida del 10.5%, y EVG, que en nombre de los 230.000 empleados de Deutsche Bahn exige un 12% de incremento salarial.  

“No hubo caos porque la gente se organizó bien, pero es previsible que haya nuevas huelgas. Los sindicatos aquí son sectoriales y menos radicales que los franceses. Los lazos de solidaridad son más fuertes en Francia”, señala Ignacio Rubio, creador del podcast Inteligencia Alemana. Con una inflación de 7,4% en marzo, la vida se ha encarecido sustancialmente en Alemania, a pesar de que el gobierno aplica medidas para paliar el efecto del elevado precio de la energía, consecuencia de la invasión rusa de Ucrania. Alemania había apostado por la energía barata procedente de Rusia y ahora ha tenido que cambiar de política a toda velocidad y a mayor precio. 

En el sur, destacan las huelgas en Portugal. Según datos de la Dirección General de Empleo, se han multiplicado por cuatro de enero de 2022 a enero de 2023: de 51 a 204. En Educación se registran el 80% de los paros registrados. Las mayores centrales sindicales son CGTP (comunista) y UGT (socialista), pero ha ganado mucha fuerza un sindicato independiente ligado a educación, STOP. 

En Portugal los partidos a la izquierda del gobierno se han debilitado mucho pero controlan los sindicatos y los movilizan"

Ángel rivero, profesor uam

"En Portugal los partidos de izquierda, Bloco y Comunista, se han debilitado mucho por no haberle apoyado en los presupuestos tras la geringonça (el pacto que suscribieron con el socialista). Como controlan los sindicatos los movilizan en contra del gobierno. La inflación [ronda el 8%] es una de las principales quejas, pero también problemas sectoriales como el que afecta a la educación, ya que los profesores tienen sueldos muy bajos, y a la vivienda, cara en las grandes ciudades por el boom del turismo. En este ambiente de enfado está creciendo Chega, el partido cercano a Vox que está consiguiendo una influencia política sobresaliente. Están triunfando en barrios obreros de Lisboa y en el Alentejo, antiguos dominios comunistas”, afirma Ángel Rivero, profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid. 

La 'malaise' francesa

La demanda en Francia en este momento no es por la inflación sino por lo que consideran pilar fundamental de su estado del bienestar, las pensiones. Jean-Luc Mélenchon, líder de la Francia Insumisa, lo presenta así: "Quieren robar a los franceses dos años de su vida", en referencia a que se acceda a la pensión a los 64 años en lugar de 62, por debajo de la media comunitaria. Pero la cuestión de las pensiones es un detonante. 

"En Francia hay un malestar acumulado que se lleva arrastrando mucho tiempo. Ya lo vimos con los chalecos amarillos. La capacidad de controlar el conflicto de Macron es baja y tanto los partidos de la oposición, tanto a la izquierda con Nupes (donde está la Francia Insumisa) y a la derecha, Reagrupamiento Nacional de Le Pen, han aprovechado la ocasión. También los sindicatos, que han perdido afiliación, pero son capaces de organizar la protesta social y hacerse visibles. Va a mantenerse la tensión social. Es una situación especial pero puede ser un anticipo de lo que puede darse en otros países", explica Rivero. 

El malestar siempre existe y se canaliza cuando hay una estructura de oportunidad. Si sigue la situación de incertidumbre, habrá más protestas

javier redondo, profesor en la univ. francisco de vitoria

Para Javier Redondo, profesor de Ciencia Política en la Universidad Francisco de Vitoria, "el malestar siempre existe y se canaliza cuando hay una estructura de oportunidad. Si sigue la situación de incertidumbre, habrá más protestas. Cada una, de acuerdo con las características de cada país. Hay hartazgo pero está instrumentalizado. Francia marca el paso porque es una incertidumbre que divide a la sociedad entre los nativos digitales y los que se han quedado atrás en la última revolución tecnológica". 

Según Redondo, "Francia refleja el nuevo conflicto: tecnocratismo frente a la política de los perdedores dela globalización. Reivindican un mundo que no es, por eso son populistas quienes lo defienden a la izquierda y la derecha. Quieren conservar la Francia de ayer". 

El foco de todas las críticas en Francia es Macron, debido a su empeño en seguir adelante con la reforma de las pensiones, que ve necesaria por el crecimiento demográfico, y por haber recurrido al artículo 49.3 que permite aprobar el proyecto de ley sin voto en la Asamblea Nacional. En Francia vuelve a haber una jornada de movilizaciones el próximo jueves 6 de abril. Será la décimo primera convocatoria. En la última de marzo descendió la participación y volvió a haber disturbios, aunque no tan graves como la precedente cuando intentaron quemar el ayuntamiento de Burdeos. 

Los sindicatos franceses, encabezados por la CGT y CFDT, que han mostrado una insólita unidad en esa ocasión, están apelando a Macron para que ceda y retire la reforma de las pensiones con el fin de que no sea Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen quien saque más rédito político de la crisis. Sin embargo, Macron considera que esta reforma es imprescindible para que el sistema sea sostenible y el país pueda acometer los retos de la reindustrialización.

Macron está pensando más en su legado que en la popularidad que pueda o no tener ahora. Sin embargo, al recurrir al decreto y no pactar con una mayoría de fuerzas políticas y sociales un cambio tan trascedente para los franceses está quemando al gobierno de Borne y sus posibilidades de impulsar otras reformas pendientes. El riesgo de que Macron se convierta en un pato cojo (siga en el poder pero sin capacidad de sacar adelante sus proyectos salvo por decreto) es cada vez mayor. Y eso no hará más que aumentar la desafección que ya existe. 

La cuestión de las pensiones debería ser objeto de un debate nacional, un debate franco, transparente y amplio"

andrea betti, profesor de rrII en univ pontificia comillas

Aunque se considera que Francia es “el país de las protestas”, a la vez es un modelo político para muchos europeos. “En este caso los problemas de Francia son los de muchos otros países: los derivados de la demografía, porque cada vez hay más gente mayor y viven más tiempo. “El tema de las pensiones es un detonante de una rabia subyacente, si bien los franceses deberían mirar más a su alrededor. Hay que defender el estado social pero también saber adaptarse a la realidad. Lo que es cierto es que la cuestión es muy importante y debería ser objeto de un debate nacional, un debate franco, transparente y amplio. Algo así no se aprueba por decreto”, señala Andrea Betti, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Pontifica Comillas. 

Siete de cada diez franceses están en contra de la reforma de las pensiones, que también aumenta hasta 43 los años cotizados para cobrar la jubilación íntegra. Con el artículo 49.3, Macron atizó el fuego de la revuelta. El gobierno de Borne hizo frente a dos mociones de censura de la oposición, que logró superar aunque una por solo nueve votos, pero sigue estando cuestionado en la Asamblea Nacional y en las calles. 

Según Adriaan Kühn, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Francisco de Vitoria, “el sistema en Francia necesita una reforma básica que acarrea un gran coste político. La cuestión de fondo seria la capacidad del sistema democrático para reformarse. Hay un cambio demográfico que fuerza estas reformas y esto afecta al estado del bienestar. Es una cuestión difícil de resolver pero no podemos verlo con patrones del siglo pasado”. 

Los ciudadanos frecuentan cada vez menos ambientes donde hay que llegar al consenso para tomar decisiones... Ahora la gente estalla cuando está al límite"

adriaan Kühn, profesor rrII en la universidad francisco de vitoria

También apunta cómo el individualismo prima en este siglo XXI y está bajando la afiliación a partidos, sindicatos y asociaciones. “Los ciudadanos frecuentan cada vez menos ambientes donde hay que llegar al consenso para tomar decisiones. Cualquiera en un club estudiantil sabe que hay que negociar y si todos están descontentos el resultado es satisfactorio. Cada vez menos personas tienen esa experiencia y estalla cuando está al límite. Y se interpreta el conflicto como una cuestión identitaria: esto va contra mí sin que seamos conscientes de los diferentes roles que desempeñamos en la sociedad”, afirma Adriaan Kühn, quien reprocha a los jóvenes que se unan al happening de las protestas pero luego no militen en partidos o se inscriban en asociaciones. Considera a su vez que es imposible pensar que van a vivir como la generación de sus padres. 

Una generación de crisis en crisis

Los jóvenes franceses, que desde el principio estuvieron presentes en las movilizaciones, ahora son conscientes de que muchos trabajadores no pueden mantener huelga tras huelga por el coste económico. Están dispuestos a seguir adelante. Hay estudiantes y colectivos que los representan, y también algunos radicales, los llamados black bloc, que justifican la violencia contra lo que representa el Estado. En estas protestas hay una minoría de vándalos amantes de la destrucción sin más. También las fuerzas del orden han sido criticadas por el uso excesivo de la fuerza. 

Son jóvenes que han vivido en su piel la crisis permanente. Crecieron con la crisis financiera, luego sufrieron la pandemia cuando más ganas tenían de salir, ahora ven cómo los precios son disparatados en relación a sus sueldos y adquirir una vivienda es inalcanzable. También son más conscientes de las consecuencias del cambio climático. En Francia son las pensiones lo que les lleva a estallar. Aunque sea algo que vean lejos sí refleja que son los perdedores. Sienten la urgencia y demandan acción. 

Cuando Macron dice que “la muchedumbre no tiene derecho a tomar la calle”, saltan como un resorte. 

En Grecia la tragedia ferroviaria de Larissa ha sido el detonante de las mayores protestas en una década. En las movilizaciones, acompañadas de una huelga de 24 horas, han participado activamente los jóvenes. Muchos de los 57 fallecidos eran jóvenes que volvían de pasar un fin de semana de asueto. Un tren de carga y uno de alta velocidad colisionaron cuando circulaban por la misma vía.

Las autoridades quisieron culpar al jefe de estación pero la población exigía responsabilidades más arriba, ya que atribuía el accidente a la falta de inversiones y de personal en ferrocarriles. Dimitió el ministro de Transportes, Kostantinos Karamanlis, y la tragedia pesará en las elecciones previstas para mayo, si bien la tasa de voto en la gente joven suele ser baja, es posible que esto les movilice. 

Lo que nos dice ese enorme movilización en Grecia es que esta generación ha dicho que ya basta"

costas gousis, director de proyectos en eteron

Según Costas Gousis, director de proyectos en Eteron-Instituto de Investigación y Cambio Social en Atenas, está creándose una nueva generación política en Grecia. "Lo que nos dice esa enorme movilización es que esta generación ha dicho que ya basta", dice Gousis en una entrevista en NPR. 

Los jóvenes ya se movilizaron en Grecia contra un plan para que la policía controlara los campus universitarios, o contra la privatización parcial de la educación o la violencia contra las mujeres. Nick Malkoutzis, cofundador de MacroPolis, una web de análisis político y económico, cree que para los jóvenes el accidente del tren prueba que su país es un lugar inhóspito para ellos, según cita NPR. “Muchos de ellos miran el futuro y no ven posibilidades de que cambien la cosas para mejor. Y es una realidad deprimente”. 

Son estos jóvenes quienes más sienten la sensación de vulnerabilidad. Son asimismo los más conectados y se unen más fácilmente a las movilizaciones espontáneas. Lo que es más difícil es que esa protesta sea motor de cambio.

Ha aumentado la movilización en Europa, pero la capacidad de incidencia es cada vez menor"

carme colomina, investigadora cidob

“Ha aumentado la movilización en Europa en los últimos años, pero la capacidad de incidencia es cada vez menor. Se dan varios fenómenos: un malestar acumulado, un desencadenante y cómo hacer sostenible la protesta y que sea motor de cambio. El estudio Mass Movilization Project de Harvard nos dice que en 2020 y 2021 solo un 8% de las protestas tuvo éxito, frente un 42,4% de la década pasada. Son movilizaciones más frecuentes pero más cortas por la acumulación de crisis. Cuesta estructurarla y que se traduzca en una política concreta”, explica Carme Colomina, investigadora senior del CIDOB.  

A veces se traducen en un voto protesta, como lo visto en Países Bajos con el reciente éxito del Movimiento Campesino-Ciudadano tras el intento del gobierno de imponerles restricciones a las emisiones de gases, o en desafíos al poder como lo que vemos en Francia. "Hay un malestar latente y emerge pero de forma efímera. Acaban siendo protestas fragmentadas. La erosión de la cohesión social es llamativa, según el Global Risk Report. Hay más protestas pero se dan en sociedades más fragmentadas. El telón de fondo es el mismo: el coste de la vida, la pérdida del estado del bienestar, la crisis en la representatividad, la polarización de la sociedad y una fuerte sensación de desapego”, añade Colomina. 

Lo preocupante es que ese malestar se traduzca en una tolerancia a la violencia que ciertos colectivos vuelven a ver legítima en el contexto de la reivindicación social. Como los jóvenes griegos que se identifican con las víctimas del tren, aumenta la sensación de que el mundo se ha vuelto un lugar inhóspito.