Al caer la tarde del sábado, con Roma teñida del naranja intenso del atardecer, el nuevo Papa León XIV cruzó en silencio el umbral de Santa María la Mayor. Llevaba en la mano una rosa blanca. Caminó sin ceremonia hacia la tumba de Francisco y se arrodilló, entre la expectación de turistas y fieles. Un gesto breve, íntimo, cargado de significado. En su primera salida como pontífice, Robert Francis Prevost eligió rendir homenaje a quien llamó su “amigo y guía”, el Papa Francisco, fallecido el pasado 21 de abril.
No fue un acto de protocolo. No hubo aviso previo. Tampoco cámaras ni palabras públicas. Solo un desvío inesperado al regresar de Genazzano, donde por la tarde había visitado el santuario de la Virgen del Buen Consejo. El pontífice llegó poco después de las 16.00 hora local para realizar "una visita privada" al santuario, regentado por los religiosos de la Orden de San Agustín y que alberga "una antigua imagen de la Virgen, querida por la Orden y por la memoria de León XIII", indicó la oficina de prensa de la Santa Sede.
"Tras la festiva acogida por parte de varios cientos de personas reunidas en la plaza frente al santuario, el papa entró en la iglesia, donde saludó a los religiosos y se detuvo a rezar, primero delante del altar y luego de la imagen de la Virgen, donde con los presentes recitó la oración de Juan Pablo II a la Madre del Buen Consejo", señala la nota.
Tras recitar el Ave María y cantar la Salve Regina, León XIV "se dirigió a los presentes en la iglesia, saludándolos a ellos y a los genazzanos reunidos fuera" y les dedicó estas palabras: "He deseado mucho venir aquí en estos primeros días del nuevo ministerio que la Iglesia me ha confiado, para llevar adelante esta misión como Sucesor de Pedro”.

De rodillas frente a la tumba de Francisco
Después, prefirió no volver al Vaticano. Eligió el mismo desvío que solía tomar Francisco, el que le llevaba al icono mariano del Salus Populi Romani, su refugio antes y después de cada viaje. Allí, a unos metros, descansa ahora su cuerpo, por deseo expreso.
El templo estaba lleno. El murmullo se transformó en ovación al ver al Papa entrar por una puerta lateral. “¡Viva el Papa!”, gritaron los presentes. Entre ellos, músicos que acababan de interpretar himnos marianos.
León XIV, que fue nombrado cardenal por Francisco y elegido Papa el jueves, ha dejado claro su propósito: continuar su legado. Por la mañana, ante los cardenales que lo eligieron, había hablado de “la preciosa herencia de Francisco” y de un camino “marcado por la esperanza y el cuidado de los más frágiles”.

“Reanudemos el camino, animados por la misma esperanza que nos da la fe”, había dicho por la mañana a los cardenales, en su primera reunión con el Colegio que lo eligió. Un mensaje que encontró eco en el mármol blanco que guarda el cuerpo de su antecesor, fallecido a los 88 años. León XIV se definió entonces como un “humilde servidor, indigno sucesor”, en línea directa con la estela de Francisco.
“Desde San Pedro hasta mí, el Papa no es más que un servidor humilde”, dijo, citando la misma línea que Francisco repitió durante su pontificado. El eco de esa humildad fue visible cuando, al salir de la basílica, saludó a la multitud con un simple pulgar en alto desde la ventanilla de su coche.
La decisión de visitar a Francisco y luego a la Virgen que lo acompañó en vida no fue casual. Lanza un doble mensaje: en el pasado inmediato y en la tradición más antigua. En la herencia y en la fe. El mensaje que transmite León XIV en sus primeros pasos parece claro: el nuevo pontificado no empieza de cero. Empieza de rodillas, sobre la tumba de un Papa que quiso reformar la Iglesia.
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