“Había ido a una exposición. Fue allí donde me encontré con uno de los dos sacerdotes jesuitas que habían abusado de mí cuando era alumno del Colegio Jesuita de Berlín. De repente, me vi envuelto en una ola de entendimiento y memoria. Él me hizo preguntas pero no pude enfrentarme a él. Me volví a sentir un niño. Ya no era el hombre de 42 años, el profesional que trabajaba como consultor. Volvía a ser aquel chico tímido y flaco de 13 años y tenía, de nuevo, frente a mí a aquel tipo enorme y todo lo que pasó”. Es el relato de Matthias Katsch, un superviviente entre las decenas de miles que viven marcados por los abusos sexuales que sufrieron a manos de religiosos católicos.
El encontronazo que rompió violentamente esa “pared traslúcida” que Katsch había construido con su pasado más doloroso e inexplicable sucedió en 2005. Dos décadas después, este alemán es el rostro de la asociación Ending Clergy Abuse, la asociación que ayudó a fundar tras cerciorarse de que el delito había prescrito y que su caso era solo uno más entre miles. Su testimonio es una radiografía cruda del sistema de silencios que la Iglesia católica aún no ha desmantelado, una asignatura pendiente que comenzó a abordar el Papa Francisco pero que está lejos de satisfacer a las víctimas.
“Para mi, aquel encuentro fue como si se rompiera esa pared”, evoca sentado en un café de Roma, a unos metros del Vaticano, la ciudad-Estado que ha visitado en varias ocasiones para reclamar verdad y justicia para quienes viven con las secuelas de los abusos que padecieron en la infancia. “Sentí que me sumergía en un mar de recuerdos. Lo reconocí inmediatamente, pero no pude decir nada”.
El encuentro activó una memoria difusa, contenida por años detrás de una especie de “pared mental”. “No lo había olvidado. Si alguien me lo hubiera preguntado, habría podido decir que sí, que me ocurrió. Pero no lograba conectar eso con mis problemas afectivos, con mi depresión, con mi vida”, desliza con fortaleza. “En aquel momento desconocía que aquel tipo había abusado de alrededor de medio centenar de jóvenes del colegio en los años 70 y 80. Eso no lo sabía porque me faltaba la imaginación. Pero durante los años posteriores, conversé con más y más compañeros, y en esas conversaciones aclaramos que no éramos los únicos: que habían otros, que había una sistemática, que él tenía un sistema para acercarse a las víctimas y usar su poder espiritual para llegar al contacto físico”, relata en un español que aprendió en Latinoamérica.
Katsch acepta compartir su testimonio en una larga entrevista con El Independiente, en medio de la elección del nuevo Papa León XIV. Tiene hoy 61 años y un hablar tranquilo y preciso, como quien ha transitado todas las formas del dolor y ha decidido no callar. No busca compasión. Ni siquiera justicia para sí mismo. Reclama memoria y verdad. Desea empujar a la Iglesia católica a confrontar un pasado que arrastra sin afrontarlo abiertamente. Y abordar de una vez todos sus fantasmas, por elevado que resulte el precio. “Yo perdí la fe. Y no solo la fe como creencia, también el sentimiento espiritual”, confiesa el alemán. “Para quienes sufrimos abusos por miembros del clero, la espiritualidad no es un refugio, es una herida. Está contaminada. Y eso complica mucho el proceso de sanación”.
El tsunami de la verdad: "He abusado de cientos de niños"
La investigación colectiva que el recuerdo desencadenó en Katsch fue un auténtico tsunami. “Descubrimos que no éramos los únicos. Que él, y otro sacerdote aún más manipulador, habían abusado sistemáticamente de decenas de jóvenes”, apunta. Entre archivos y reuniones con la jerarquía católica, supieron que uno de sus verdugos había dejado el sacerdocio para casarse. “Para conseguir que se le permitiera abandonar la congregación, escribe una confesión en la que reconoce que desde que entró en la Compañía de Jesús, hice tal y tal. La carta terminaba con la frase: 'He abusado de cientos de niños'. Menos seis meses después, tenía permiso para abandonarla. Para infortunio de la Iglesia y buena suerte para nosotros, se conservó una fotocopia de esa confesión en la sede de la Compañía de Jesús en Alemania. Normalmente, estas actas se enviaba al Vaticano y no se volvían a ver”.
El documento permitió aflorar un patrón sistémico. “La Iglesia lo sabía. Tenía pruebas. Pero nunca actuó. El otro sacerdote, aún en funciones en 2010, solo fue expulsado tras ocho años de presión pública. Nunca enfrentó la justicia penal. Los delitos estaban prescritos”, agrega Katsch. Hace 15 años una adolescente reconoció al sacerdote en su casa familiar. Le contó a su profesora que él también la había tocado. Fueron al obispado. El obispo tomó nota, pero no informó a las autoridades ni a la familia. “Un año después, la niña estaba en tratamiento psicológico. Y solo por la intervención médica el caso llegó a la justicia, que impuso una multa. Nada más. La Iglesia no dijo que aquel hombre era un depredador reincidente. Permitió que siguiera suelto”.
“Lo que pasó conmigo no fue excepcional. Lo excepcional es haber roto el silencio”, replica Matthias. “Y lo hicimos tarde, porque durante décadas no tuvimos ni el lenguaje ni el valor para hablar. Porque el sistema está diseñado para callar”. Con esos testimonios que fue sumando cuando su vida se quebró, Matthias comprendió que la única respuesta posible era colectiva. “Formamos un grupo. No queríamos llamarnos víctimas. Elegimos el término 'afectados'. Porque no queríamos quedarnos en la victimización. Queríamos actuar. Denunciar. Transformar esa experiencia en algo útil para los demás”.
Descubrimos que no éramos los únicos. Que él, y otro sacerdote aún más manipulador, habían abusado sistemáticamente de decenas de jóvenes
La cifra y el abismo
Katsch rehuye de los eufemismos. En Alemania, según informes oficiales, entre el 5% y el 7% de los sacerdotes tienen antecedentes de abusos. “Cada uno de ellos, de media, abusó de entre cuatro y cinco menores. En algunos casos, decenas. Las cifras son similares en EE. UU., Australia o Francia. Estamos hablando de cientos de miles de víctimas en todo el mundo”, estima.
El horror que él y otros padecieron, advierte, no se conjuga en pasado. Katsch insiste: los abusos siguen ocurriendo. “Los programas de prevención existen, pero son fragmentarios, desiguales. Y lo esencial, la estructura que favorece el silencio, no ha cambiado. Por eso estoy convencido de que hoy sigue habiendo abusos. Solo que saldrán a la luz en una o dos décadas, como nos ocurrió a nosotros”.
Uno de los puntos más oscuros, y menos abordados, según Katsch, es la relación entre el celibato, el poder y el secreto. “El celibato no es el origen automático del problema. Pero la manera en que se institucionaliza, como condición para acceder al poder eclesial, lo convierte en un factor de riesgo. Si prometes no tener una vida sexual, te damos el poder sobre los demás. Eso crea una estructura tóxica, de hipocresía, de doble moral. Un campo fértil para el abuso”, subraya.
Un abuso no es solo sexual: es también espiritual, emocional, estructural. Y está amparado por una doctrina que, durante siglos, ha tratado la sexualidad humana como algo vinculado al pecado, al tabú. “Mientras la Iglesia no reconozca que ha fallado en su comprensión del ser humano, no podrá avanzar. El derecho canónico sigue considerando el abuso sexual como una infracción del sexto mandamiento, no como un crimen contra la integridad de la víctima. Eso lo dice todo”.
A Francisco le faltó valor. Quizá porque entendía que, si quería llegar al fondo, debía cuestionar la doctrina y la estructura de la Iglesia
"Francisco abrió puertas. Otros tienen que atraversarlas"
El escándalo de la pederastia estalló primero en Estados Unidos. En enero de 2002 el rotativo The Boston Globe publicó una serie de investigaciones que revelaron cómo la arquidiócesis de Boston, liderada por el cardenal Bernard Law, había encubierto abusos sexuales de numerosos sacerdotes durante décadas. El reportaje ganó el Premio Pulitzer y fue un punto de inflexión: inspiró denuncias en todo el mundo y fue retratado en la película Spotlight (2015). Fue el inicio de un “Metoo” que llegó también al Viejo Continente, incluida España. En 2010, el Papa Benedicto XVI fue el centro de las críticas por su papel como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe durante los años previos. En 2019, el Papa Francisco organizó una cumbre mundial sobre el abuso sexual en el Vaticano y expulsó del sacerdocio a figuras como el cardenal Theodore McCarrick.
Katsch no niega los avances iniciados por el pontífice argentino. Reconoce sus gestos, sus comisiones, sus reformas parciales. “Francisco abrió puertas. Pero nunca pasó por ellas. Son ahora otros lo que deberán atravesarlas. Le faltó valor. Quizá porque entendía que, si quería llegar al fondo, debía cuestionar la doctrina y la estructura de la Iglesia. Y eso lo frenó”, responde el alemán.
Luis Badilla, veterano vaticanista y editor del ya desaparecido Il Sismografo, lo expresa sin titubeos: “El peor daño que nosotros mismos hemos hecho a la Iglesia ha sido ocultar la pedofilia. El resultado ha sido que hemos destruido la imagen de la Iglesia desde dentro. La Iglesia se construye con la verdad, no con la mentira”. En similares términos se manifestó Giovanni Maria Vian, exdirector de L’Osservatore Romano: “Los abusos han sido encubiertos incluso por amigos del Papa. El caso del jesuita abusador en serie, Marko Rupnik, muestra hasta qué punto el sistema eclesial puede proteger a los suyos sin rendir cuentas. Treinta años de abusos a mujeres que trabajaban con él. Y la respuesta institucional ha sido vergonzosa”. Ambos vaticanistas coinciden en que el clericalismo, la concentración de poder sin control externo, es el terreno más fértil para estos crímenes.
A juicio de Katsch, Francisco estableció la Comisión Pontificia para la Protección de Menores, aprobó leyes contra obispos encubridores y recibió a algunas de las víctimas. “Pero eran inicios. No desarrolló sistemas eficaces, no institucionalizó el cambio. Era carismático, cercano, pero desinteresado en reglas, en estructuras. Lo que empezó quedó a medias. Como si se construyera solo el cimiento de un edificio y luego se abandonara la obra”.
La mentira destruye. La verdad es lo único que puede salvar la credibilidad de la Iglesia
Tras las sombras de Sodalicio en Perú
A 10.000 kilómetros de Berlín, en Perú, el periodista Pedro Salinas vivió otra forma del mismo infierno. Él no sufrió abusos sexuales, pero sí espirituales, psicológicos y emocionales. Fue miembro del Sodalicio, una organización católica que durante décadas practicó una forma de adoctrinamiento brutal, de control absoluto sobre sus adeptos. “Me hicieron creer que mi padre me odiaba. Me aislaron. Me destruyeron la vida”.
Salinas destapó uno de los escándalos más graves de la iglesia católica en América Latina. Su investigación, que ha enfrentado campañas de desprestigio, culminó con un hecho inédito: el decreto papal de supresión del Sodalicio en abril de 2025. Fue la última firma de Francisco antes de su renuncia. “El cierre fue histórico. Una señal de que, al menos en algunos casos, la Iglesia puede actuar. Pero también una muestra de lo que costó llegar allí: 25 años de impunidad, cinco obispos peruanos mirando hacia otro lado”. Los abusos sexuales, admite, era uno de los componentes de la red de Sodalicio de Vida Cristiana.
Tras años de lucha, los supervivientes siguen reclamando verdad, justicia y reparación. “Verdad significa acceso a los archivos, a los expedientes. Que los supervivientes podamos saber qué ocurrió, quién lo sabía o quién lo encubrió. Justicia implica que los responsables, directos e indirectos, enfrenten consecuencias. Que no se les proteja, que no se les cambie de destino. Y reparación, sí, también económica. Porque muchos de nosotros hemos tenido vidas rotas. El dinero no borra el dolor, pero ayuda a recomponer la vida”.
En 2019, durante la cumbre sobre abusos convocada por Francisco, Katsch planteó junto a otros la creación de un fondo internacional de compensación. Un esquema global para una crisis global. “La Iglesia es una institución universal. Debe dar una respuesta universal. Pero no hay voluntad política. Y lo más difícil es siempre la reparación económica. Porque toca el bolsillo. Porque implica asumir responsabilidades”. Y agrega: “Mi objetivo ya no es la reparación personal. No sé si algún día llegará. Pero sí quiero asegurarme de que otros no pasen por lo mismo. Esa es mi forma de seguir adelante. Esa es también mi terapia”.
"Poner a las víctimas en el centro"
El cambio real, desliza, pasa por poner a las víctimas en el centro. “No como elementos decorativos en conferencias, sino como interlocutores reales en los procesos de reforma”, advierte. “Nosotros tenemos conocimientos que pueden ayudar a prevenir. Sabemos cómo funciona el abuso. Podemos detectar señales. Excluirnos es condenarse a repetir los errores”.
Anne Barrett Doyle, codirectora de BishopAccountability.org, también comparte la opinión de que todavía hoy existen menores en peligro. "Los niños están siendo maltratados por sacerdotes y los obispos lo permiten: esa es la conclusión. Los delitos sexuales contra niños cometidos por sacerdotes siguen siendo elevados en todo el mundo, especialmente en los países en desarrollo, donde los obispos están libres de control externo. Hemos investigado la crisis de abusos no solo en Estados Unidos y Europa, sino también en México, Brasil, Argentina, Chile, Filipinas, Bolivia y la República Democrática del Congo", alerta. "Estamos consternados por lo que hemos descubierto y, en ocasiones, por lo que hemos presenciado de primera mano: la impotencia de las víctimas y la cruel indiferencia de los jerarcas. Hacemos un llamamiento al papa León XIV para que ponga fin a los abusos como prioridad de su papado".
Austen Ivereigh, biógrafo del Papa Francisco, considera que “el abuso sexual no es un problema de sexualidad sino un problema de poder”. El clericalismo, esa jerarquía que caracteriza a la Iglesia, ha sido uno de los blancos del pontificado de Francisco. Pero la resistencia ha resultado feroz. Dentro del Vaticano, hay quienes aún creen que reconocer el pasado debilita la fe. Katsch opina lo contrario: “La mentira destruye. La verdad es lo único que puede salvar la credibilidad de la Iglesia. La Iglesia debe construirse con la verdad, no con el encubrimiento”.
Con la elección de Robert Francis Prevost como nuevo pontífice, se abre una ventana de oportunidad. Prevost, conocedor del caso Sodalicio, fue uno de los pocos obispos peruanos que dialogaron con las víctimas. Salinas lo recuerda como alguien “calmado, reflexivo, que escucha”. Pero también advierte: “Tendrá que enfrentarse a las serpientes internas, a la extrema derecha eclesial, a los sectores que quieren enterrar todo esto bajo el manto del silencio”. Katsch le traslada una petición clara: “Que haga de la lucha contra el abuso una prioridad. Que establezca una verdadera cultura de protección en toda la Iglesia. Y que reconozca que las víctimas no son una amenaza, sino una oportunidad. Podemos ayudar. Pero necesitamos ser escuchados”.
El alemán que se puso al frente de la denuncia de la pederastia asegura no ir a la caza de “culpables individuales, sino que busca un cambio sistémico”. Reconoce que la Iglesia es una institución milenaria, a veces más preocupada por su imagen que por sus fieles, pero también es consciente de que los testimonios derriban muros, como el suyo. El que durante décadas sostuvo él mismo para alejarse de algo del pasado que no sabía descifrar, que no encajaba pero que dolía. “No pedimos una revolución. Solo pedimos que los niños no sufran abusos y que se ponga fin a un crimen que aún hoy amenaza a nuestros niños y jóvenes. Que se proteja a las próximas generaciones. Y si para lograr eso hay que cambiar toda la institución, que así sea”.
La visión de León XIV: un pasado con sombras
Prevost, en su etapa previa como obispo y misionero agustino, ha denunciado los abusos sexuales en la Iglesia Católica, pero le persiguen las críticas de algunos colectivos por su falta de acción. Durante su episcopado en Chiclayo, Perú (2015–2023), se vio involucrado en casos de presunto encubrimiento relacionados con denuncias de abuso sexual cometidos por los sacerdotes Ricardo Yesquén Paiva y Eleuterio Vásquez Gonzáles, en 2007.
Las presuntas víctimas afirmaron que Prevost no investigó adecuadamente sus denuncias. Sin embargo, la Diócesis de Chiclayo sostuvo que él siguió los procedimientos establecidos: se reunió con las víctimas en abril de 2022, las animó a iniciar acciones civiles y remitió los resultados de una investigación canónica al Dicasterio para la Doctrina de la Fe. A pesar de ello, en 2024, las víctimas manifestaron que no se llevó a cabo una investigación penal canónica completa, y una investigación periodística concluyó que la indagación eclesiástica no fue exhaustiva.
En declaraciones a este diario Anne Barrett Doyle, codirectora de BishopAccountability.org, desempolva estos casos. "Tiene un historial de resistencia a revelar al público información sobre abusos. Durante los últimos dos años, como prefecto del Dicasterio para los Obispos, Prevost supervisó los casos presentados en virtud de la Vos estis contra obispos acusados de abusos sexuales y de encubrimiento. Mantuvo el secreto de ese proceso, sin revelar nombres ni datos. Bajo su supervisión, ningún obispo cómplice fue despojado de su título", denuncia la activista.
"¿Hará el papa León XIV de la lucha contra los abusos y el encubrimiento una prioridad absoluta? En 2023, cuando estaba llegando a su fin el primer sínodo de un mes de duración sobre el futuro de la Iglesia, se le preguntó al cardenal Prevost si se había hablado de los abusos. No fue 'central', respondió. 'Toda la vida de la Iglesia no gira en torno a esa cuestión específica, por importante que sea', añadió", recuerdan desde esta asociación, que celebra su acción contra Sodalicio en Perú. El periodista Pedro Salinas, conocido por destapar abusos en el Sodalicio de Vida Cristiana, denuncia en declaraciones a El Independiente al ahora Papa, afirmando que siempre apoyó a las víctimas y que las acusaciones de encubrimiento en su contra eran infundadas .
"Algunos podrían aconsejar dar al nuevo pontífice el beneficio de la duda. No estamos de acuerdo. Es el papa León XIV quien debe ganarse la confianza de las víctimas y sus familias. En sus primeras semanas, podría destituir y denunciar públicamente a diez obispos cómplices. Podría empezar por el obispo Geraldo Alminaza, de Filipinas, que en diciembre permitió en secreto que dos sacerdotes acusados de violación reanudaran su ministerio, y por el obispo Enrique Díaz Díaz, de México, que no hizo nada para impedir que un sacerdote aparentemente torturara y violara a niños abandonados en los hogares que él mismo había creado para ellos. También podría aclarar su propio historial. Debe abordar las acusaciones de las víctimas en Chiclayo", insiste Barrett Doyle.
En declaraciones al periódico peruano La República, Prevost expresó: "Si eres víctima de abuso sexual de un sacerdote, denúncialo. Rechazamos los encubrimientos y el secretismo; eso causa mucho daño. Tenemos que ayudar a las personas que han sufrido debido a malas acciones".
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