“La Iglesia debe preparar a sacerdotes capaces de explicar la masturbación. Es una cuestión que no se resuelve colocando en los baños un letrero que diga: 'Dios te ve'”. El veterano Luis Badilla evita los rodeos. Habla directo. Es una de las referencias más libres e independientes del Vaticano, entre una parroquia, la periodística, que -entre tanta sotana y liturgia- a menudo termina resultando “más papista que el Papa”.
Badilla, durante años administrador de la bitácora Il Sismografo, aborda una de las sombras de la Iglesia católica y sus dos milenios flirteando con el deseo y los pecados de la carne que tanto repudia en público su ortodoxia oficial. La sexualidad es uno de esos asuntos de los que se habla poco en el Vaticano, aunque esté por todas partes. “La institución se debe enfrentar con valentía y transparencia a la cuestión de la moral sexual, porque ahí están de por medio otros problemas. La Iglesia no ha resuelto su problema con la sexualidad humana. Su modelo es pura caricatura”, arguye este periodista en conversación con El Independiente.
Badilla no está solo en esta lucha pacífica por reconocer lo obvio: el erotismo y la sensualidad. Una creciente minoría de voces -desde la curia romana hasta la periferia del catolicismo europeo- reclama esa revolución pendiente. La sexualidad, insisten las voces consultadas por este diario, sigue siendo un campo de batalla no resuelto para la Iglesia católica. Un espacio en el que conviven la doctrina tradicional, las contradicciones internas, el monstruo de la pederastia y una sociedad que se mueve a otra velocidad y en otra dirección.
La Iglesia no ha resuelto su problema con la sexualidad humana. Su modelo es pura caricatura
El cuerpo negado
"No puede pretender dirigir la vida sexual de las personas si no forma a sus propios sacerdotes para comprenderla", murmura Badilla. A su juicio, el problema empieza en la formación. Se enseña a los futuros curas a reprimir, no a integrar esta dimensión de la vida humana. A juzgar, no a acompañar. El resultado -desliza- causa incomprensión, doble vida y, en los casos más extremos, el abuso de poder disfrazado de autoridad espiritual. “No es posible que el celibato sea aún un tabú”, agrega.
El periodista francés Frédéric Martel, autor del ensayo Sodoma: Poder y escándalo en el Vaticano, esboza lo evidente: "Por supuesto que los sacerdotes tienen sexualidad. Muchos tienen novias, otros son homosexuales, otros están casados. Si se acepta eso, habría que reescribir toda la teología". Martel, que investigó durante cuatro años esa realidad sumergida del sexo entre los prelados, sostiene que el sistema está construido sobre una mentira estructural: "No se puede sostener el celibato obligatorio cuando ni siquiera quienes lo imponen lo cumplen".
El celibato -ese voto que para muchos define al sacerdocio católico- se halla en el epicentro de esta crisis que debería asumir como reto el nuevo Papa León XIV. "Cuando los sacerdotes son heterosexuales, no aceptan el celibato. Y si son homosexuales, la Iglesia es la única opción que se les ofrece para aceptar su condición", afirma Martel. La consecuencia es una estructura eclesiástica donde el silencio es norma, la represión es rutina y el chantaje, una herramienta de supervivencia.
Anatomía de una doble moral
En 2023, una carta de los obispos escandinavos -procedentes de países con apenas un 2% de población católica- agitó las aguas en Roma. "La misericordia de Dios no excluye a nadie", escribieron, al tiempo que defendían una visión tradicional del cuerpo como creación divina. Reconocían la dignidad de toda persona, sin importar orientación sexual o identidad de género, pero advertían contra una "ideología de género" que -según ellos- trivializa el cuerpo y la diferencia sexual. “Ese documento explica que no se puede ofrecer menos que la tradición cristiana, pero sin demonizar a los demás. Hay que acoger a los homosexuales, cualquier forma de amor estable, aunque sea imperfecta. Es la mejor línea de Francisco”, Giovanni Maria Vian, exdirector de L'Osservatore Romano.
“El interés del documento radica en la visión global y abierta sobre la sexualidad, un elemento crucial de la historia del cristianismo y de las religiones. En los últimos años, tras la revolución sexual que marcó la segunda mitad del siglo pasado, el tema ha vuelto, de un modo dramático, al primer plano en la Iglesia católica (pero no sólo allí), sobre todo por la escandalosa tragedia — pasada y presente— de los abusos cometidos por el clero sobre menores y religiosas. Además, considerar la homosexualidad como algo aislado del tema general se ha convertido en motivo de división y de broncos enfrentamientos dentro de la Iglesia”, subraya Vian en su reciente libro El último Papa.
En la carta, el obispo Erik Varden, uno de los firmantes, hijo de padres luteranos convertido al catolicismo, subraya: "La sexualidad forma parte de nuestra identidad como imagen de Dios". Pero también reconoce la dificultad de integrar esa dimensión dentro de una vida de fe. La carta escandinava, a pesar de su tono respetuoso, fue leída como un gesto valiente en un contexto de polarización creciente. Otro de los autores de la misiva es Anders Arborelius, el cardenal carmelita y obispo de Estocolmo que sonó en las quinielas de potenciales Papa en vísperas del cónclave.
La Iglesia no cambiará porque para hacerlo tendría que desmontar toda su arquitectura sexual construida desde la Edad Media
"Actos impuros"
El debate sobre la sexualidad en la Iglesia no es nuevo. Pero sí lo es la urgencia con la que vuelve a la palestra. En su libro Atti impuri, la historiadora Lucetta Scaraffia -que lleva décadas estudiando sexualidad e Iglesia- recuerda que la formulación del sexto mandamiento -"no cometerás actos impuros"- es un invento tardo-medieval. En el texto bíblico original simplemente se lee: "no cometerás adulterio". El cambio, promovido tras el Concilio de Trento, sirvió para ampliar el control sobre la vida íntima de los fieles.
A partir de ahí, la masturbación, el uso de anticonceptivos, las relaciones homosexuales, el concubinato o incluso el deseo dentro del matrimonio comenzaron a ser vigilados y sancionados. La sexualidad se convirtió en un campo de batalla moral donde todo acto era susceptible de pecado. "Nunca se ha escuchado a una mujer sobre el tema", denuncia Scaraffia, quien advierte del peligro de confundir la violencia sexual con el pecado personal. "Se edulcora el crimen bajo una capa de espiritualidad", concluye. “El escándalo de los abusos, la dificultad de que se acepte la propia moral matrimonial y, en general, las dificultades de la cultura católica para plantearse seriamente la cuestión de la sexualidad constituyen en la actualidad los problemas más graves y urgentes que debe afrontar la Iglesia católica”, asevera la historiadora.
Francisco, entre el gesto y el statu quo
En Sodoma, Martel retrata un clero profundamente dividido: una red de clérigos homosexuales (muchos reprimidos, otros no tanto), una jerarquía que vive entre la fachada y el privilegio, y una base que se siente abandonada. "La Iglesia no cambiará porque para hacerlo tendría que desmontar toda su arquitectura sexual construida desde la Edad Media", sentencia.
La profunda crisis de vocaciones que atraviesa tampoco juega a favor. En Francia mueren 800 sacerdotes al año y se ordenan apenas 60, subraya Martel. “En España e Italia el panorama no es mejor. Dentro de diez años no habrá sacerdotes", alerta. La razón no es solo espiritual. Es también sexual: los jóvenes, simplemente, no están dispuestos a asumir una vida de castidad forzosa. Y la Iglesia, atrapada en su rigidez doctrinal, parece incapaz de ofrecer una alternativa. “La cuestión es cómo encontrar personas que estén dispuestas a convertirse en sacerdotes. Y hoy en día sabemos que los sacerdotes, cuando son heterosexuales, simplemente no aceptan el celibato. Simplemente no lo quieren. Y si son homosexuales, no tienen otra opción que ir a la Iglesia para, básicamente, aceptar su propia homosexualidad”, alega Martel, escéptico sobre la posibilidad de cambio. “No soy católico. Dudo que se aborden estos temas pronto, como el fin del celibato o la ordenación de mujeres, y que puedan cambiar pero la demografía lo hará posible”, opina.
Pareciera que la Iglesia no quiere reconocer que la sexualidad humana es una creación divina, porque en ella Dios puso inteligencia, voluntad y fantasía
Una sexualidad divina
"La sexualidad humana es animal pero también divina", insiste Badilla. “A veces pareciera que la Iglesia no quiere reconocer que la sexualidad humana es una creación divina, porque en ella Dios puso inteligencia, voluntad y fantasía, elementos que no existen en la sexualidad animal. Si no existiera la sexualidad, no existiría la iglesia, porque se habría terminado la especie”, argumenta. "La riqueza está en la prolongación del hombre en otro hombre, de una generación en otra. Pero la sexualidad tiene que ser enfrentada en modo sano, integral y transparente”, detalla quien censura un discurso oficial instalado entre el puritanismo y la condena, sin espacio para una pedagogía afectiva o una teología del deseo.
La institución que sucedió al panteón romano y griego -de ese Eros y Cupido, símbolos del deseo sexual y de la atracción pero también fuerzas primordiales del mundo, uno de sus motores- lleva 2.000 años calculando su relación con la erótica. Ningún otro tema la coloca en mayores contradicciones o le crea más tensiones, entre poder y cuerpo, entre ideal y carne. Los obispos llegados del norte reconocen en su carta que “el anhelo de amor y la búsqueda de la plenitud sexual tocan íntimamente a los seres humanos”, pero reprochan que “nuestra sociedad, intensamente consciente del cuerpo, de hecho se toma el cuerpo a la ligera, negándose a verlo como significativo de la identidad” y se reivindican como refugio.
“Ahora bien, las nociones de lo que es ser humano y, por tanto, ser sexual, están en constante cambio. Lo que hoy se da por sentado, mañana puede ser rechazado. Quien apuesta mucho por teorías pasajeras corre el riesgo de salir terriblemente herido. Necesitamos raíces profundas. Intentemos, pues, apropiarnos de los principios fundamentales de la antropología cristiana, tendiendo la mano, con amistad y respeto, a quienes se sienten alejados de ellos. Le debemos al Señor, a nosotros mismos y a nuestro mundo, dar cuenta de lo que creemos y de por qué creemos que es verdad”, concluye la epístola.
La visión de León XIV: un celibato limitado, en el horizonte
"Como joven, te será más difícil vivir el celibato. Pero más adelante, verás que vivir la obediencia es lo más difícil”. Fue el consejo que recibió el ahora Papa León XIV de un sacerdote durante su formación como agustino.
Reservado y medido, el nuevo pontífice -que fue prefecto del Dicasterio para los Obispos antes de su elección como Obispo de Roma- no ha abordado directamente el asunto del celibato y la sexualidad en sus contadas entrevistas, pero tendrá que abordarla. En algunas regiones como la Amazonía resulta urgente. Durante el pontificado de Francisco, se discutió la posibilidad de permitir sacerdotes casados en ciertas áreas, pero no se tomó una decisión definitiva. Su sucesor tendrá que resolverlo antes o después, a la luz de la escasez de seminaristas y las particularidades culturales.
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2 Comentarios
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Lo más visto
hace 3 semanas
Jesús lo decidió así
hace 3 semanas
El señor Carrión sigue dándonos la turra con la cuestión del celibato y el sexto mandamiento. La doctrina de Jesús es exigente, al cielo se llega por la puerta estrecha, la gracia y la lucha personal ayudan al hombre y a la mujer.
Si no te gusta, ahí tienes la puerta.