“Algún día -cuando no entrañe riesgo alguno, cuando podamos llamar a las cosas por su nombre, cuando sea demasiado tarde para exigir responsabilidades-, todo el mundo habrá querido estar siempre en contra”. Es el tuit que el periodista Omar el Akkad publicó en las primeras semanas de la operación militar israelí en la Franja de Gaza, cuando las bombas habían apenas comenzado a agujerear el enclave palestino en represalia por el ataque de Hamás. De esos 205 caracteres ha nacido ahora un libro de título homónimo que se presenta como una denuncia descarnada de la indiferencia y complicidad de Occidente en la Franja y con el Gobierno israelí en una operación que cumple 20 meses con 54.000 asesinados y un enclave completamente devastado.

El ensayo, publicado en español por Libros del Kultrum, se levanta pacíficamente contra el “liberalismo occidental” y sus dobles raseros, al desnudo si se compara la reacción en Ucrania y Gaza. “La maquinaria del sistema engulle vidas y resuelve a su antojo lo que más lo le conviene”, escribe El Akkad, un nómada nacido en Egipto, crecido en Qatar, emigrado a Canadá siendo adolescente y residente ahora en Estados Unidos. El suyo es un grito doloroso y profundamente desencantado, sin medias tintas ni censuras ni placebos, contra el mundo occidental y contra “las decepciones cotidianas provocadas por el oportunismo político o la corrupción, o el carrusel de mentiras anestésicas desplegadas en la mayor parte de las campañas electorales”. En busca de los lectores que aún defienden un sentido sincero de la justicia frente a los cálculos y las trampas del poder, El Akkad -galardonado con el Pacific Northwest Booksellers’Association Award y el Oregon Book Award de novela- ha construido una suerte de manifiesto contra la locomotora que dirige al mundo hacia el abismo.

P. El martes desde Gaza nos llegaron las imágenes de miles de palestinos tratando de conseguir comida en los puntos gestionados por la controvertida Fundación Humanitaria de Gaza tras once semanas de bloqueo israelí….

R. Es una continuación de lo que he sentido durante los últimos 19 meses, que es la sensación de que la atrocidad más grotesca de mi vida no solo está ocurriendo ante mis ojos, sino que yo, como ciudadano y contribuyente estadounidense, estoy pagando por ello, estoy haciendo que ocurra, soy responsable de ello. Creo que, desde el principio, la idea de que esta era una guerra justa era absurda para cualquiera que prestara atención a lo que estaba pasando. Y creo que cada día se vuelve más absurda, porque estamos aquí sentados hablando de lo que, según todos los criterios, son imágenes que asociamos con todo tipo de atrocidades históricas. Quiero decir, has visto las filas, has visto las puertas, has visto el horror. Pero si estuviéramos haciendo esta entrevista hace un par de días, estaríamos hablando de esa niña entre las llamas. Y si la estuviéramos haciendo hace unas semanas, estaríamos hablando de otro horror, y así sucesivamente durante 19 meses. Uno de los aspectos más angustiosos de mi reacción y de la reacción de mucha gente con la que trato a diario es este creciente entumecimiento, porque la magnitud y el alcance de esta pesadilla son tales que a veces uno simplemente se bloquea. Y tengo que recordarme a mí mismo cada día que no debo bloquearme. Como mínimo, tengo que ser testigo de lo que está pasando.

Esa hipocresía y esa desconexión serán uno de los efectos duraderos

P. ¿Hacia dónde se dirige Gaza?

R. Mis expectativas generales en cuanto a la proyección a largo plazo no han cambiado. Esto terminará de dos maneras. Terminará con el fin de una ocupación y de un proceso de degradación, humillación, expulsión y erradicación que ha durado décadas. O terminará con la desaparición de un grupo de seres humanos de la faz de la Tierra, que es lo que estamos viendo ahora mismo. Esta situación no es diferente a la del continente en el que vivo, donde la población indígena fue erradicada para dar paso a la nación de la que ahora soy ciudadano. En cuanto al impacto que esto tiene en el mundo, creo que se está viendo un nivel de rabia y frustración con toda la arquitectura del mundo occidental que yo, desde luego, no había visto antes. Y viví la invasión de Irak. Creo que la gente está viendo un nivel de hipocresía que no puede tolerar, porque sabemos que cuando se bombardea un hospital en algún lugar donde los seres humanos son considerados suficientemente humanos, se produce una indignación inmensa por parte de los mismos gobiernos y las mismas instituciones que, cuando se bombardea un hospital en Gaza, no dicen nada. Creo que esa hipocresía y esa desconexión serán uno de los efectos duraderos de este momento.

P. ¿Puede predecir las consecuencias de ese malestar?

R. Estamos viendo ya algunas de las consecuencias. En el país en el que vivo, si me hubieras dicho hace dos años que el sufrimiento del pueblo palestino influiría en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y que se podría argumentar que había abortado la reelección del Partido Demócrata, te habría tomado por loco. Durante toda mi vida, la idea de que el sufrimiento de personas tan lejanas pudiera influir en la política nacional era inimaginable. Y creo que una de las razones por las que estamos viendo esto es porque la gente está llegando a la conclusión de que no hay personas lejanas. No hay sufrimiento lejano. Las mismas técnicas y los mismos métodos de opresión que se utilizan allí se utilizarán aquí y se utilizarán en todas partes. Y eso es lo que veo en los campus universitarios, en las protestas callejeras. Lo que veo sobre el terreno es el reconocimiento de que no se trata de un incidente aislado que ocurre en un solo lugar, sino que es indicativo de lo que se nos hará a todos si permitimos que esto siga sin cuestionarse.

Estamos en medio de un acto de genocidio, y la historia lo recordará como tal. Y, por extensión, recordará a quién vendió las bombas y las balas que lo permitieron

P.- Es muy crítico con la falta de respuesta del mundo liberal occidental a lo que está sucediendo en Gaza. ¿Cuáles son los principales elementos que lo explican?

R.- Al menos en el contexto del país en el que vivo, en algún momento el aspecto performativo del liberalismo pasó a ocupar un lugar central y las acciones quedaron en un segundo plano. Y lo que quiero decir con esto es que, en esencia, en Estados Unidos tenemos dos partidos políticos que tienen posibilidades de gobernar a nivel federal. Y en el contexto de los Estados Unidos, se les considera un partido de izquierda y un partido de derecha. Y, por supuesto, eso no es cierto en ningún sentido. Son un partido de centro-derecha y uno cuasi fascista. Dentro del Partido Demócrata, cada vez resultaba más importante colgar una bandera de los derechos de los homosexuales en la ventana de la Casa Blanca una vez al año durante el mes del orgullo gay, o poner un cartel de Black Lives Matter en el césped, o hacer una demostración de liberalismo en lugar de trabajar. Creo que eso se fue acumulando con el tiempo, hasta que se necesitó algo como el genocidio de Gaza para mostrar con mayor claridad la desconexión entre la apariencia y la realidad. Porque, durante un año y medio, básicamente, todos hemos visto a los portavoces del Partido Demócrata y del presidente de los Estados Unidos hablar de su deseo de una paz duradera y de su apoyo a los palestinos, mientras que, al mismo tiempo, el mismo Gobierno enviaba las bombas que se utilizaban para matarlos. Es una acumulación de esta brecha entre la actuación del liberalismo y el trabajo real que se requiere. Es una de las razones por las que tanta gente decidió quedarse en casa en lugar de votar porque sentían que, en el mejor de los casos, estaban votando por una actuación, por un gesto.

P.- En España se cumple esta semana el primer aniversario del reconocimiento del Estado palestino por parte del Gobierno español. Durante este último año, ese mismo Gobierno español ha comprado equipamiento de defensa y seguridad a empresas israelíes. ¿Es esta la hipocresía que denuncia en el libro?

R.- Es indicativo de ello. No creo que España sea la única culpable. Llevo viajando desde finales de enero popr este libro. He pasado meses en Norteamérica y Europa. Antes estuve en Oriente Medio. Y la rabia y la frustración que he visto al hablar con la gente corriente es intensa. Y uno pensaría que un gobierno receptivo en cualquier país se haría eco de eso. No estamos en una situación en la que ninguno de estos gobiernos ni ninguno de estos políticos desconozcan lo que está pasando. Lo sabían desde el principio. Simplemente estamos esperando a que decidan que el cálculo político favorece la acción. Y esto se ve en las nuevas declaraciones del primer ministro de Canadá , Reino Unido y Francia… Todo esto podría haber ocurrido hace 19 meses. Pero simplemente estamos esperando a que el cálculo político tenga sentido. El cálculo moral ha estado claro desde el principio. Es uno de los aspectos más frustrantes de ver cómo se desarrolla todo. Si yo puedo ver esto con mis propios ojos, una infraestructura política que cuenta con servicios de inteligencia y dispone de todo tipo de información probablemente sabe lo que está pasando mucho mejor que yo. Y, sin embargo, sigue existiendo este abismo entre la actuación y la realidad. Pero diré que ha sido alentador ver cómo se va cerrando, porque la fuerza del pueblo y la voluntad del pueblo están haciendo que esto suceda. No tengo fe en los políticos del mundo occidental ni de ningún otro lugar, incluido España, pero sí tengo fe en el esfuerzo sostenido del pueblo para provocar este cambio.

P.- ¿Qué puede hacer el Gobierno español si existe voluntad para detener esta agresión?

R.- Mi respuesta es la misma para muchos países, tanto de este continente como del continente en el que vivo. Y eso incluye una serie de puntos. Pero el primero de la lista, el más importante, es detener la venta de armas. Estamos en medio de un acto de genocidio, y la historia lo recordará como tal. Y, por extensión, la historia recordará quién vendió las bombas y las balas que permitieron que se llevara a cabo este genocidio. Por lo tanto, como cuestión de máxima urgencia, eso es lo primero. Eso sería lo mínimo. Más allá de eso, no solo España, sino todos los países con un mínimo de poder tienen la obligación de empezar a desmantelar las condiciones que permitieron que esto ocurriera en primer lugar, es decir, el robo de tierras palestinas y la ocupación de este territorio, así como las terribles condiciones en las que se obliga a vivir a estas personas, que si se aplicaran en España o en cualquier otro país, conducirían exactamente a lo que falta actualmente cuando le ocurre a los palestinos. Y así, en el corto plazo, simplemente detener la venta de estas herramientas de muerte masiva que se están utilizando para matar a estas personas. Y más allá de eso, comenzar el proceso de reconocimiento de que este robo está ocurriendo y contrarrestarlo, de manera que tengamos las bases para una paz real y duradera, en lugar de una simple tormenta, un fin temporal del derramamiento de sangre.

Sigo sin tener ninguna duda de que una sola llamada telefónica de la Casa Blanca podría detener esto mañana mismo

P.- ¿Veremos una reacción de aislamiento internacional contra Israel como la que sufrió la Sudáfrica del apartheid?

R.- No sé cómo responder a esa pregunta, aunque lo he pensado mucho, porque, por un lado, el movimiento para imponer sanciones o incluso una simple reprimenda ha resulta glacial. Ha sido increíblemente lento, por no decir inexistente. Pero luego pienso en ejemplos como el apartheid sudafricano o el fin de la segregación en Estados Unidos como política oficial, por ejemplo. Y encuentro muy pocos ejemplos de una transición ordenada de un estado a otro. Por lo general, no hay nada y luego el muro se derrumba de golpe. Por eso no puedo descartar la posibilidad de que algo así ocurra también aquí, porque hay gente en todo el mundo que se despierta cada día y ve imágenes de niños hambrientos. Eso no es poca cosa. Por eso puedo imaginar una situación en la que se abra la puerta de par en par y veamos algo así. Y creo que, en realidad, sería algo atractivo para algunos de estos gobiernos, porque les permitiría argumentar que se trataba de un ser humano concreto, Netanyahu, que fue quien engañó a todo el mundo y a quien se le puede atribuir toda la culpa de lo que ha pasado. Podría ser que dentro de un año estemos aquí sentados y nada haya cambiado. Y podría ser que mañana se derrumbe este muro y veamos un movimiento rápido, muy rápido. Sinceramente, no lo sé.

P.- Durante la última semana hemos escuchado voces internas en Israel, que se han alzado contra las agresiones a Gaza. Ehud Olmert ha denunciado que Israel está cometiendo crímenes de guerra en Gaza, y Yair Golan que “los soldados israelíes disparan por diversión”. ¿Está cambiando algo sobre el terreno en Israel a nivel interno?

R.- Sospecho que hay una creciente conciencia de las consecuencias duraderas de este genocidio más allá de los próximos meses o incluso de los próximos años. Saben que esto quedará grabado en los libros de historia de una manera que marcará para siempre a este Estado y a esta sociedad. Cuando una figura política en Israel dice algo así, no es muy diferente de cuando lo dice una figura política en Canadá, Estados Unidos o cualquier otro lugar. Y lo que quiero decir es que, en la mayoría de los casos, es después de que se jubilan. Es doblemente frustrante, porque muchas veces se trata de seres humanos que, no hace mucho, estaban en una posición de poder en la que podían haber hecho algo al respecto y decidieron no hacerlo, y luego, como por arte de magia, se dieron cuenta de lo que realmente es en el momento en que ya no tenían que preocuparse por la reelección. Eso me resulta muy frustrante porque hace difícil tomar estas declaraciones al pie de la letra y no solo como una forma de salvar las apariencias por parte de quien las pronuncia.

P.- Hay una campaña en marcha para ampliar los asentamientos en Cisjordania, al mismo tiempo que se consolida la ocupación militar de Gaza. ¿Cómo detener ambos movimientos y cómo de irreal es abogar hoy, como hace la diplomacia occidental, por la solución de los dos Estados?

R.- Hace poco tuve una conversación con un amigo mío en Portland, donde vivo en Estados Unidos, y hablábamos sobre esta idea de cuál es la solución. ¿Cómo detenemos esto? En este momento, parece inútil hablar de ello debido a la magnitud abrumadora de la matanza. Pero al mismo tiempo, eso significa que todo importa. Así que donde yo vivo, llamar a tus representantes electos y gritarles todos los días, aunque sea lo más insignificante, importa. Porque ir a protestar importa. Enviar dinero a las organizaciones y grupos que realmente están trabajando para salvar a estas personas de la inanición y una muerte dolorosa importa. Todo importa, por trivial que pueda parecer en sí mismo. Sigo sin tener ninguna duda de que una sola llamada telefónica de la Casa Blanca podría detener esto mañana mismo. Pero si el Gobierno israelí creyera realmente que la retirada del apoyo de Estados Unidos a esta nación tendría consecuencias reales, esto terminaría mañana mismo y se extendería al llamado proceso de paz, en el sentido de que si alguna vez se ejerciera una presión real, veríamos de repente que este proceso avanza a un ritmo más rápido que nunca.

No puedo concebir la idea de sentarme a pensar en una solución a largo plazo cuando veo un derramamiento de sangre interminable todos los días

Por lo tanto, para mí, cualquier cosa que presione a los políticos de la nación más poderosa de la Tierra para que actúen, para que frenen al Estado que está operando de forma abrumadoramente interesada con el apoyo de Estados Unidos, es de vital importancia. Pero también me resulta muy difícil sentarme aquí y hablarles de una solución de un solo Estado o de dos Estados o de cualquier solución cuando cada mañana me despierto y hay decenas, cientos de seres humanos siendo masacrados. Lo más importante en este momento, con diferencia, es poner fin al exterminio masivo que se está produciendo. No puedo concebir la idea de sentarme a pensar en una solución a largo plazo cuando veo un derramamiento de sangre interminable todos los días.

P.- Ha sido muy crítico con la administración Biden. Con todas las cautelas, ¿existe alguna ecuación de esperanza con Trump, sabiendo de su pragmatismo y de su afán por hacer negocios en el golfo Pérsico, incompatible con la continuación de la guerra?

R.- No estoy seguro, e incluso esa es una respuesta sorprendente. En cualquier otro momento, al menos durante mi vida, si me hubieras preguntado quién es más probable que logre una solución a esta situación, una administración demócrata o republicana, no lo habría dudado ni un segundo. Diría inmediatamente que los demócratas, por supuesto. Y creo que es una acusación espectacular contra la sed de sangre de la administración Biden hacia los palestinos y su antagonismo personal. Quizás Trump tenga más posibilidades. Pero así estamos: tal vez el ser humano maquiavélico y puramente transaccional que ocupa actualmente la Casa Blanca tenga más posibilidades que lo que se suponía que era una administración demócrata racional.

P.- Acaba su libro con una llamada a “desmantelar la locomotora”. “Nunca hubo necesidad de esta maldad. Algunos vagones llevan una capa dorada y otros están pintados con sangre, pero de todos nosotros tira la misma locomotora. O la desmontamos ahora y construimos algo completamente nuevo, o nos despeñaremos precipicio abajo”…

R.- Llevo meses de gira. No sabría decirte cuántas personas se me acercan después. Son eventos multitudinarios. Cuando presento un libro, con suerte acuden cinco personas. Y para este libro han venido 500. Y no es porque les guste yo, ni porque les guste el libro, es porque hay una inmensa frustración acumulada. Y este parece uno de los pocos espacios donde pueden desahogarse un poco. Así que constantemente se me acerca gente para decirme: «No quiero seguir en mi trabajo. No quiero seguir formando parte de este grupo. No quiero seguir formando parte de este sistema». Y estoy hablando de abogados de derechos humanos, de periodistas de algunos de los periódicos más importantes del mundo. Parece haber una desconexión enorme entre el nivel administrativo o directivo de estas organizaciones y las personas que realizan el trabajo en primera línea. Y esto es más evidente en un periódico, porque un periódico publica un producto dirigido al público todos los días. Y había periodistas de estos periódicos que me decían: «No quiero seguir trabajando para esta organización”.

Así que, basándome en esas experiencias, especulo sobre lo que creo que será esta nueva ola de organizaciones que no son tan grandes ni tan bien financiadas como, por ejemplo, el New York Times, pero que se construyen desde cero con un espíritu diferente, con una filosofía fundacional diferente, porque hay mucha gente profundamente desilusionada con los sistemas de los que forman parte. Ahora bien, se trata de un trabajo increíblemente difícil. Quiero fundar un periódico. No tengo dinero para ello. Pero sé que todo el deseo está ahí porque lo veo todos los días cuando hablo con la gente. Y creo que este será el factor determinante, no solo en lo que respecta a los medios de comunicación, sino a todas las organizaciones. Se va a producir una división entre quienes piensan que se puede tomar el sistema actual y llevarlo en una dirección mejor, y quienes piensan que está podrido hasta la médula. El potencial de fracaso está en ambos bandos, pero la gente está mucho más dispuesta a trabajar ahora que en cualquier otro momento de mi vida.