Andrew Tate sigue siendo ciudadano de Vanuatu. Lo ha confirmado este jueves Kiery Manassah, portavoz del gobierno del pequeño archipiélago del Pacífico, que concede nacionalidades exprés a cambio de una inversión mínima de 130.000 dólares. Según Manassah, cuando se le otorgó la ciudadanía, "Interpol y el Reino Unido lo autorizaron". No se tomarán medidas mientras no haya una condena firme.

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El dato no es menor. Tate, autoproclamado influencer de éxito, exkickboxer profesional y profeta de la masculinidad alfa, acumula cargos por delitos sexuales en varios países. El pasado 28 de mayo, la Fiscalía de la Corona del Reino Unido confirmó que ha autorizado 21 acusaciones penales contra él y su hermano Tristan. Andrew suma diez cargos, incluidos violación, trata de personas, control de la prostitución con fines lucrativos y agresión contra tres mujeres. Su hermano, once cargos más. Los hechos investigados se remontan a entre 2012 y 2015, y la policía británica emitió una orden internacional de detención en 2024.

Ambos hermanos afrontan además un proceso abierto en Rumanía por tráfico de menores, relaciones sexuales con menores y blanqueo de capitales. La extradición al Reino Unido, autorizada por los tribunales rumanos, está en suspenso hasta que se resuelvan los procedimientos judiciales en Bucarest. En paralelo, cuatro mujeres británicas impulsan un proceso civil por daños y perjuicios contra Andrew Tate por violación, coerción y violencia sexual. Y en Los Ángeles, su exnovia ha presentado una demanda por agresión sexual y maltrato. Tate niega todos los cargos.

Fallo del sistema

Que alguien con semejante historial pueda adquirir un pasaporte en plena investigación judicial habla de un sistema fallido. Vanuatu no es una excepción: su programa de golden visas, en principio destinado a atraer inversión extranjera, ha sido utilizado por múltiples sospechosos de corrupción, evasión fiscal o crímenes graves. La Unión Europea revocó a finales de 2024 la exención de visado al país precisamente por estas prácticas. Pero el caso Tate ha puesto nombre y rostro reconocible a una opacidad que suele quedar en los márgenes diplomáticos.

Porque Tate no es solo un prófugo potencial: es un icono cultural. En Adolescencia, la serie de Netflix que retrata la deriva emocional de los adolescentes digitales, su figura se menciona como un tótem de la manosfera anglosajona. Su retórica misógina, basada en la humillación, el éxito narcisista y la dominación masculina, circula por TikTok y YouTube con una eficacia inquietante. Como apuntaba The New York Times, "el algoritmo ha sustituido a la autoridad paterna", y en ese nuevo ecosistema, las frases de Tate se repiten como catecismo emocional entre chavales que buscan referentes en el vacío.

Papa de la 'manosfera'

Las plataformas han amplificado su discurso incluso cuando ha sido vetado: cuanto más lo expulsan, más atractivo se vuelve para quienes lo perciben como víctima del sistema. Lo que ofrece no es solo una visión del mundo, sino un modelo de masculinidad resentida, en guerra abierta contra cualquier signo de vulnerabilidad, afecto o igualdad.

Por eso, el problema no se resuelve solo con una extradición o una sentencia. La maquinaria que ha hecho de Tate un millonario y un líder de opinión para millones de jóvenes sigue en marcha. El dinero que le abrió las puertas de Vanuatu es el mismo que financia su impunidad discursiva. Y aunque acabe siendo condenado, la sombra de su influencia ya ha hecho parte del daño: ha modelado una narrativa en la que el abuso se disfraza de éxito y la misoginia de verdad incómoda.

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