"El orden internacional basado en reglas está siendo desafiado por una lógica de poder, que es mucho más injusta, impredecible y propensa a conflictos", decía en 2019 ante el Parlamento Europeo Josep Borrell, entonces Alto Representante de la Unión Europea para Política Exterior y de Seguridad Común. Borrell apelaba a que la UE aprendiera "el lenguaje del poder". Aún parecía inconcebible que Donald Trump regresara a la Casa Blanca. Seis años más tarde la Unión Europea trata de sobrevivir en mundo de superpotencias lideradas por "hombres fuertes" para los que el poder se ejerce con coerción y despotismo. Europa no es una superpotencia en el peor momento para no serlo. ¿Podrá ejercer su liderazgo a corto plazo?  

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Vivimos en un mundo de paradojas. Los que quiere hacer Europa más grande y así lo claman en un lema copiado del Make America/Europe Great Again admiran la fortaleza de Donald Trump pero la quieren atomizada en el caso de la Unión Europea. Y los que pueden hacer Europa realmente más grande no dan los pasos necesarios para concluir un proyecto sobre el que se fundan décadas de paz y progreso pero que ahora se encuentra en crisis.

Falta de coraje en momentos críticos

"La UE es una superpotencia frustrada. Tiene todos los ingredientes para ejercer liderazgo global –valores democráticos, tamaño económico, legitimidad moral, capital humano– pero le falta lo esencial: voluntad política. La UE no ha fallado por falta de medios, sino por falta de coraje. Y eso, en el mundo de hoy, es tan grave como carecer de fuerza", afirma Beatriz Becerra, ex eurodiputada liberal y vicepresidenta de España Mejor

Según Miguel Ángel Benedicto, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid, "la UE es una potencia inacabada, un proyecto incompleto, una potencia en poder blando (ayuda al desarrollo, cooperación, comercio) pero sin poder duro frente a superpotencias como EEUU o China". Destaca Benedicto, además, cómo supone un lastre en política exterior el hecho de que las decisiones se adopten por unanimidad. 

A juicio de Beatriz Becerra, el mayor fracaso de la UE se debe a su "incapacidad de hablar y actuar con una sola voz en momentos críticos". Y cita Ucrania, por la tardanza en reaccionar con la contundencia necesaria. Y Gaza e Israel, "donde la UE ha quedado desdibujada, incapaz de adoptar una postura firme y común, ha permitido que la polarización interna la silencie en uno de los mayores conflictos humanitarios de nuestra era. Y el silencio, cuando hay crímenes de guerra, es complicidad".

El desafío se llama Donald Trump

Frente a Donald Trump los representantes de las instituciones europeas y de los Estados miembro parecen desnortados, intimidados y dubitativos. Para Trump la UE es un proyecto que le resulta incomprensible. Representa todo lo que él detesta. Valores, normas, consensos. Y ese poder blando en el que los Veintisiete es líder absoluto. O lo era. Hay una falta de sincronía evidente.  

Lo hemos visto en la imposición de nuevos aranceles de Trump a la Unión Europea. Finalmente alcanzan el 15%, diez puntos más que hasta ahora, salvo al acero y el aluminio, que serán gravados con el 50%. Los productos estadounidenses entrarán en el mercado europeo sin aranceles. Además, la UE se compromete a que sus empresas inviertan 500.000 millones de dólares en EEUU, a comprar 750.000 millones en gas natural y a adquirir grandes cantidades de armamento. 

En este caso la Comisión Europea sí tiene competencias en comercio así que su papel es clave. Además, cuenta con experimentados negociadores. Y uno de los puntos fuertes de la UE es precisamente que es un gran mercado. Es cierto que había discrepancias entre los Estados sobre qué estrategia adoptar con Trump: más agresiva o más apaciguadora. Y se impusieron los apaciguadores. Hay razones de peso que lo explican. 

"Hay dos lógicas para juzgar el acuerdo: la económica y la geopolítica. Y no coinciden. La UE sale mal parada en términos geopolíticos porque se ha mostrado débil y no ha podido liderar una coalición de países afines para plantar cara de forma conjunta a los abusos de Trump", escribe Federico Steinberg, investigador principal del Real Instituto Elcano en un artículo en la web del think tank. "Pero desde el punto de vista económico, y dejando claro que este acuerdo es malo porque destruye comercio y hará daño a algunos sectores exportadores europeos, la UE ha hecho lo que dicen los manuales de economía que hay que hacer: no responder con aranceles ante la imposición de aranceles; es decir, no pegarse un tiro en el pie", añade Steinberg. 

La seguridad lo condiciona todo

Hay otro elemento fundamental que estuvo en juego en las conversaciones: la seguridad. El propio comisario de Comercio, Maros Šefčovič, declaró al concluir el acuerdo: "No se trata solo del comercio; se trata de la seguridad, se trata de Ucrania, se trata de la actual inestabilidad geopolítica". 

Tanto este acuerdo como el compromiso del gasto del 5% en defensa acordado en la cumbre de La Haya forman parte de una estrategia europea a corto plazo para mantener a EEUU comprometido en cuestiones de seguridad y defensa, ya que la UE necesita comprar tiempo. El comisario de Defensa de la UE, Andrius Kubilius, sostiene que la UE necesita al menos cinco años para ser una potencia convencional y en ese tiempo ha de tratar de que el divorcio sea civilizado. Por eso muchos aliados europeos vieron la actitud del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, que puso en peligro el acuerdo como insolidaria, sobre todo con el flanco oriental.

La cuestión es que nadie asegura que Trump vaya a mantener los aranceles en el 15%, ya que puede recurrir a cualquier excusa para aumentarlos en cualquier momento. Con el presidente de EEUU el compromiso dura lo que él quiere que dure. Pero la confrontación pone en riesgo qué puede pasar en Ucrania. Trump solo aceptó mantener la ayuda a Kiev porque los aliados europeos se hacen cargo de las adquisiciones de armamento, y hoy por hoy, Ucrania necesita, por ejemplo, los Patriot americanos

El hecho de que Donald Trump haya aceptado reunirse con Vladimir Putin el día 15 en Alaska, sin la presencia del presidente ucraniano crea inquietud en las cancillerías europeas, totalmente del lado de Zelenski. Tanto el líder ucraniano como los principales mandatarios europeos coinciden en que no se puede negociar el futuro de Ucrania sin Ucrania.

Trump impulsa el MEGA

Pero Donald Trump no solo supone un problema por su recurso a la extorsión, como se ha visto en el caso de los aranceles, con los que ha dinamitado las reglas que han regido el comercio global en las última décadas. O por su cambiante visión sobre Ucrania. También plantea un desafío porque pretende propagar su visión nacionalista en la UE y cuenta con fervientes seguidores en los nacionalpopulistas. 

Como señala Pol Morillas, director del CIDOB, en su libro En el patio de los mayores: Europa ante un mundo hostil, "el momento más acuciante que vive Europa para una mayor ambición geopolítica coincide con el desafío a la integración europea que representa el auge del populismo euroscéptico galvanizado por la Casa Blanca". 

Son los que claman por una vuelta a una Europa que sea un club de Estados soberanos. Su lógica es que solo así será Europa más fuerte, debido a la pérdida de soberanía que existe en la Unión Europea. Y con ese referente trumpiano quieren frenar cualquier avance en la integración. 

Esta semana los MEGA han celebrado en Polonia la llegada a la Presidencia de Karol Nawrocki, apoyado por los nacionalpopulistas de Ley y Justicia (PiS). Nawrocki, que fue recibido en la Casa Blanca en plena campaña electoral por la Presidencia, va a verse con Trump el 3 de septiembre, menos de un mes después de su toma de posesión, una señal de la importancia que da el presidente de EEUU a la expansión del movimiento MAGA en Europa.

"Nosotros os tenemos envidia a los estadounidenses porque nosotros somos rehenes de Bruselas. La única manera de cambiar la situación es tener una relación más fuerte con Estados Unidos con la esperanza de que en Europa también triunfe la agenda conservadora", decía Francesco Giubilei, director de Fondazione Tatarella y Nazione Futura en un encuentro de los MEGA, creación rumana, en Varsovia.

Polonia es precisamente un ejemplo de cómo la polarización entre liberales y nacionalpopulistas frena cualquier aspiración europeísta. Hay retrocesos en inmigración con medidas que ponen en cuestión la vigencia de Schengen, a pesar de que no hay oleadas de migrantes en la frontera. Y lo más grave: estas pujas internas debilitan a los gobiernos e impiden que se concentren en impulsar una agenda europea. 

Qué hacer para ser grande

Durante años, la UE ha sido demasiado comprensiva con las democracias iliberales, como define el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, su peculiar forma de entender las violaciones continuas del Estado de derecho. Para ser grande, Europa, subraya Beatriz Becerra, "no puede tolerar ni democracias liberales en su seno, ni los chantajes desde fuera". Y apunta que ha de "invertir sin miedo en defensa, en innovación, en inteligencia artificial y en poder blando con respaldo duro". 

Coinciden los expertos en que la Unión Europea tiene que ejercer su liderazgo, que no es una opción. "Para que la UE sea más grande necesita una mayor integración y una menor dependencia y una narrativa que vaya más allá de lo económico. Es una de las grandes pruebas de Europa, esa falta de alma. La única manera sería tener una narrativa común, crear un nuevo nacionalismo europeo. A nivel geopolítico habría que renunciar a las decisiones por unanimidad, y sobre todo luchar por una autonomía estratégica en defensa, industria, a nivel alimentario, como hacen otros países. Hemos de convertirnos en una potencia geopolítica y defender nuestros propios intereses", señala Miguel Ángel Benedicto. 

Susana del Río, académica y analista política, apunta como clave al poder continental de Europa. "Para que la Unión Europea se vea, sea vista y pueda ejercer como superpotencia, debe sincronizar ser UE con ser Europa. La Unión Europea debe enfocar más su cara geoestratégica en su poder continental que es Europa, indica la politóloga. En este sentido, hemos visto cómo el Brexit no ha impedido que el Reino Unido participe en las iniciativas de ayuda a Ucrania en coordinación con otras potencias europeas. De hecho, Reino Unido, Alemania y Francia mantienen un diálogo sobre cómo compartir el paraguas nuclear. "Hacer realidad la autonomía estratégica europea e invertir en Defensa son vectores clave para poder hablar con voz propia y fuerte ante los caprichos de Trump", añade Susana del Río.

Hay señales positivas como el paso dado por Alemania al liberarse del freno de la deuda para invertir en defensa. Su nivel de deuda, de un 60%, le permite concentrarse ahora en invertir en la industria de defensa y resetear su Ejército. Son buenas señales. 

Pero la Unión Europea no va a ejercer liderazgo solo por el empuje de un país, aunque sea la primera potencia de los Veintisiete. "Para ser grande, Europa necesita, al menos, tres cosas: unidad política real, no solo económica ni institucional; autonomía estratégica, que no es aislacionismo, sino capacidad de decisión propia; coherencia moral, que significa defender los derechos humanos sin doble rasero, tanto en Ucrania como en Gaza”, señala Beatriz Becerra. 

La Unión Europa ha demostrado hasta ahora que se crece ante los desafíos. Así lo vimos en la pandemia. En la actualidad estamos en un momento trascendental que definirá qué papel tendremos los europeos en el mundo que viene. O nos sentamos en la mesa de las decisiones o somos parte del menú. O somos fuertes para hacer lo que queremos, o sufriremos por ser débiles. Lo decía Tucídides hace dos mil años. Y sigue siendo cierto. 

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