El tiempo no ha curado las heridas. Diez años después de aquel septiembre de 2015 en el que la fotografía de un niño kurdo sirio sin vida en una playa turca recorrió el planeta, la familia Kurdi vuelve a suplicar silencio. Lo hace elaborando una petición clara: que se respete su intimidad y que se deje de difundir la imagen que convirtió a Alan Kurdi, de tres años, en un símbolo involuntario de la tragedia siria.
 
“El décimo aniversario del fallecimiento de Alan es un momento increíblemente difícil para la familia”, reconoce Tima Kurdi, tía del pequeño y autora del libro The Boy on the Beach, a través de un portavoz de ACNUR en Canadá, en declaraciones a El Independiente. “Las heridas emocionales siguen muy presentes, y Tima ha pedido a los medios de comunicación que respeten su privacidad y la de su familia mientras continúan con su duelo”, agrega. “También solicitamos respetuosamente que, si es posible, no se utilice la foto de Alan en su cobertura, ya que sigue causando un gran dolor a la familia”, advierte en una jornada en el que algunos medios han optado por desempolvar el fotograma.

Tima y Abdalá junto al barco de rescate de migrantes que fue bautizado con el nombre de Alan Kurdi

Una imagen que sacudió al mundo, pero no lo cambió

El cuerpo inerte de Alan, vestido con una camiseta roja y pantalones cortos, tendido sobre la arena de Bodrum, se convirtió en el fogonazo que condensó el drama de cientos de miles de refugiados sirios huyendo de la guerra civil. Durante semanas, el planeta pareció estremecerse. Europa abrió temporalmente sus puertas. Las portadas de los periódicos se llenaron de indignación y promesas. Lo hicieron, además, multiplicando un error: el menor se llamaba Alan y no Aylan, como se encargó de difundir la prensa anglosajona.

Miembros de la misión de rescate "Alan Kurdi" salvan a un menor en 2019. | EP

Cambió algo durante los dos primeros meses… después, nada. Los países europeos volvieron a cerrarnos las puertas en las narices

Tras el primer impacto, la marea se replegó. Los muros se alzaron de nuevo, las fronteras se cerraron y las rutas del Mediterráneo siguieron tragando vidas. “La fotografía de Alan no sirvió para nada”, me decía en 2016 su padre, Abdalá Kurdi, cuando le visité en el Kurdistán iraquí. “Cambió algo durante los dos primeros meses… después, nada. Los países europeos volvieron a cerrarnos las puertas en las narices. Los refugiados siguen muriendo cada día”.

Las cifras le dan la razón al progenitor de Alan. UNICEF estima que en la última década -hasta abril de 2025- han muerto o desaparecido aproximadamente 3.500 niños en la ruta central del Mediterráneo, la que conecta el norte de África con Italia. Un dato que equivale, en promedio, a un niño por día durante estos diez años.

En el naufragio de hace una década, el tercero de sus intentos por alcanzar la isla griega de Kos, Abdalá perdió también a su esposa, Rehana, y a su otro hijo, Galib. A partir de entonces vivió atrapado en un duelo perpetuo. “Estoy vivo y no lo estoy”, me confesaba tres años más tarde, en 2019, cuando le localizó en los alrededores de Erbil, en el Kurdistán iraquí. Alan, su hermano y suy madre fueron enterrados en el enclave kurdo sirio de Kobane. “A nadie le gusta ser refugiado y abandonar su casa”, deslizó.

Abdalá Kurdi se reúne con el Papa Francisco durante su visita a Irak en 2021. | EP

El peso insoportable de un icono

La fama involuntaria de Alan persiguió a la familia. En 2019, el inicio del rodaje de una película turca, “Aylan Baby”, sin autorización de los Kurdi, volvió a desgarrar las heridas. “Los responsables han faltado el respeto a nuestra familia. Tenemos el corazón roto al escuchar que una cinta se está rodando sin nuestro permiso”, denunciaba entonces Tima, que desde Canadá se había convertido en portavoz y protectora de la memoria de su sobrino.

La familia nunca buscó que Alan se convirtiera en un icono. “No podemos volver a ser los mismos”, me contaba Tima en otra ocasión. “Para el mundo han pasado años, pero para nosotros sigue siendo como si hubiera ocurrido ayer”. La foto que conmovió al planeta se ha convertido, para ellos, en una daga que se clava cada vez que reaparece.

Abdalá estableció la Fundación Kurdi para ayudar a los niños migrantes.

La batalla por preservar la memoria

En esta década, mientras el nombre de Alan se imprimía en pancartas, campañas solidarias, titulares y hasta barcos de rescate, los Kurdi intentaron reconstruirse en medio de una diáspora que los dispersó entre Irak, Turquía, Siria, Alemania y Canadá. Abdalá creó una fundación para ayudar a otros niños desplazados, empeñado en dar a otros lo que no pudo ofrecer a sus hijos. “Todo lo que me importa son los niños. Lo único que quiero es que tengan buena ropa, que estén alegres”, repetía como un mantra.

Pero el dolor no ha desaparecido. El náufrago que vio morir a toda su familia ha intentado rehacer su existencia pero sigue prendido a los recuerdos, a esa vida interrumpida abruptamente. “Se casó de nuevo pero vive de altibajos. Puede estar feliz jugando con un niño y al instante siguiente hallarlo abatido y triste. Es una herida que no se cura”, comentó Tima.

La foto que se viralizó como símbolo de la empatía es, para ellos, el recordatorio más cruel de su tragedia íntima. Ahora, cuando se cumplen diez años, su petición es clara: dejar de reproducir la imagen y permitir que Alan descanse en paz. “Somos seres humanos y tenemos derecho a ser protegidos”, clamaba Tima hace años, cuando todavía creía que el mundo podía cambiar. Hoy, su mensaje es más íntimo, más desgarrado: respeten nuestro duelo; no usen más la foto de Alan.

(Foto de ARCHIVO) Imagen del niño en una campaña en Reino Unido.

Todo lo que me importa son los niños

El mar, entretanto, sigue devolviendo cuerpos. Las rutas migratorias continúan devorando vidas. Y la foto que prometió cambiarlo todo sigue siendo, para la familia Kurdi, la herida que nunca cicatriza. Abdalá Kurdi sigue siendo lo que decía un año después de aquella imagen.  “Vivo sumido en una tristeza que no tiene fin. A diario recuerdo a mi familia y revivo el desastre”. “Quiero que cesen las guerras y que todos los que tuvieron que huir vuelvan a su patria. Que los líderes del mundo reconstruyan los países que ellos mismos destruyeron y que los niños sean protegidos. Hasta mi muerte voy a hacer todo lo que pueda para ayudar a la infancia. Solo quiero que después de mi óbito me recuerden como aquel que ayudaba a unos pobres niños y que Alá me recompense por ello”.