Lleva años ausente de los foros internacionales. Mientras otros monarcas árabes como el rey Abdalá II de Jordania optaban la semana pasada por firmar el discurso de su país en el inicio del 80º período de sesiones de la Asamblea General de la ONU, Marruecos lo dejaba en manos de su primer ministro Aziz Akhannouch. Entretanto, Mohamed VI -con una salud cada vez más quebradiza y movimientos más reducidos- presidía en Casablanca un acto de presentación del proyecto ferroviario de su área metropolitana.

Ese intercambio de papeles -en mitad de las contadas apariciones públicas del rey- se ha convertido ya en una constante en el país vecino, donde corren aires de fin de época. El deterioro físico del soberano que subió al trono hace 26 años y la guerra entre sus servicios de inteligencia alimentan los rumores de sucesión y los dilemas: continuidad, ruptura o, como dicen voces dentro del propio aparato, simple maquillaje político. Un desafío al que se suma el descontento popular, palpable en las protestas que han estallado este pasado fin de semana en una decenas de ciudades marroquíes alentadas por una juventud que denuncia el calamitoso estado de la sanidad y la educación y el mal endémico de la corrupción.

Algunos oficiales honestos se han refugiado en el extranjero. Porque ya no podían más. Se les obligaba a hacer cosas inaceptables desde el punto de vista ético y legal

El reto de Moulay Hassan

“No habrá una transición con nuevos conceptos democráticos de poder, sino continuidad con algunos cambios para que el nuevo rey adquiera legitimidad moral ante el pueblo”, pronostica en conversación con El Independiente una fuente con conocimiento de la situación en en los pasillos del poder alauí, que exige el anonimato. Todas las miradas se vuelven hacia su hijo Moulay Hassan, el príncipe heredero de apenas 22 años. “La legitimidad constitucional, política e histórica ya la tiene. Para alcanzar la moral deberá destituir al equipo de su padre, entre ellos el consejero Fouad Ali El Himma y el jefe de inteligencia y policía Abdellatif Hammouchi, y enjuiciar a algunos corruptos. Se trata de un proceso de maquillaje político, no de una transición con un concepto de ruptura”, agrega.

El diagnóstico, seco y sin metáforas, choca con la coreografía oficial de normalidad que emana del palacio. Entre comunicados, audiencias, gracias reales y una exposición calculada del heredero, Rabat ensaya una narrativa de continuidad que, sin embargo, no logra disipar la incertidumbre. Entre quienes lo apuestan todo a la seguridad, el avance de los oligarcas y las filtraciones masivas de datos que han dejado al desnudo fortunas y propiedades de altos funcionarios, el país camina por un filo delicado: el fin de un reinado que llegó con la promesa de la modernización -hoy truncada- y la gestación de otro que —según las fuentes consultadas por este diario— no plantea una ruptura, sino un reacomodo.

A la derecha, los consejeros reales con más poder. A la izquierda, los hermanos Azaitar.

Un regreso a la década 1963-1972

Hace mes y medio el país vecino celebró el vigésimo sexto año de reinado. Y las sombras alargadas de su época volvieron a proyectarse. La salud de Mohamed VI —tema tabú puertas adentro— asoma en fotografías y silencios. En paralelo, la figura del heredero gana encuadre: estudios en Rabat, chino en el currículo, presencia protocolaria dosificada —llegó a recibir a Xi Jinping en 2024— y, en 2025, el nombramiento como coronel mayor y la previsión de coordinar oficinas del Estado Mayor, un calco de la trayectoria de su padre en los ochenta. La puesta en escena, milimetrada para no enviar señales de traspaso, trata de ocultar las luchas internas.

“No se trata de un cambio de era, sino más bien de un retroceso, de un regreso a la década 1963-1972”, sostiene el historiador Maati Monjib, en entrevista con este medio. “Aquellos años en los que los servicios de seguridad dirigidos por el general Mohamed Oufkir dominaban el proceso de decisión. Hoy, sin embargo, hay dos diferencias notables: existe menos represión en términos cuantitativos, pero hay más corrupción, tanto financiera como moral. Hasta tal punto que algunos oficiales honestos se han refugiado en el extranjero. Porque ya no podían más. Se les obligaba a hacer cosas inaceptables desde el punto de vista ético y legal. Hay otros que permanecen en sus puestos, pero filtran información sensible sobre la corrupción de la élite del majzén y, a veces, de sus propios jefes. Cuando intentan dirigirse directamente al rey para alertarle, son castigados”, admite.

Monjib subraya otra novedad corrosiva: “la difamación de los opositores se ha convertido en una política pública con presupuesto de miles de millones de dirhams”. “Los países del Golfo, aliados del régimen marroquí, participan oficialmente en la financiación de periódicos y sitios web difamatorios. La difamación llevada a cabo —en los medios de comunicación— con mano maestra por aquellos a los que los periodistas llaman «Srabs», es una auténtica industria en Marruecos”, denuncia quien lo ha vivido en primera persona. “Personalmente, fui atacado, difamado, insultado y amenazado por miles de artículos de la prensa escrita a partir de 2013-2014, el año del gran giro autoritario del régimen. El escritor más leído de Marruecos en aquella época, Rachid Nini, dijo en un editorial en junio de 2016 que en un año había recibido dos mil millones del extranjero... En otro editorial dijo que yo era el enemigo número uno de la monarquía. Se trata de una auténtica incitación al delito. Guardo algunos ejemplares de esos artículos y presentaré una denuncia cuando Marruecos se convierta en una democracia y su justicia sea independiente”, desliza.

El rey Mohamed VI en un acto público reciente

Un sistema sin mediación política

La arquitectura institucional amplifica esa deriva. El Ministerio del Interior ayuda a notables apolíticos a ser elegidos mediante compra de votos, apoyo administrativo y falsificaciones, describe Monjib. Desde 2021, “el Parlamento está poblado de notables y carece de una oposición organizada y ofensiva”. Instituciones débiles y partidos debilitados significan falta de mediación. El rey queda frente al pueblo, en una una situación de riesgo para el régimen.

Las luchas internas provienen de un hecho simple: nadie quiere pagar el precio

Ese déficit de amortiguadores democráticos confluye con una economía de connivencia. En la cúspide, el holding real —Siger, Al Mada— y grandes grupos privados orbitan alrededor del poder. La oligarquía se expande con un primer ministro magnate, Aziz Akhannouch, que —como recuerdan fuentes políticas y empresariales— accedió a la jefatura del Gobierno tras una campaña con flujos de dinero sin precedentes y la misión, cumplida, de desalojar a los islamistas. El resultado, un capitalismo rentista donde los sectores más lucrativos —banca, energía, minas, distribución— se concentran y la desigualdad persiste.

El contraste es obsceno. El reino suma 7.500 millonarios y atrae nuevas fortunas, con Casablanca y Marrakech al alza, pero 2,5 millones de marroquíes siguen bajo el umbral de la pobreza, con una clase media frágil y desigualdades, alimentado la percepción dominante: dos países dentro de uno.

Seguridad contra economía: rivalidades en el corazón del Estado

El Estado profundo se disputa espacios y narrativas. Abdellatif Hammouchi, al frente de DGST (inteligencia interior) y DGSN (policía), consolidó poder desde 2003, con el giro securitario tras los atentados de Casablanca, y lo reforzó con la represión del Hirak del Rif entre 2016 y 2017. En paralelo, la DGED (inteligencia exterior) de Yassine Mansouri compite por presupuestos, acceso y relato. Entre ambos, el vice rey Fouad Ali El Himma —amigo de infancia del monarca y consejero clave— opera como bisagra y guardián de la domesticación del campo político.

En este ecosistema de lealtades, las filtraciones y las operaciones mediáticas han establecido un campo de batalla. Las bases hackeadas de la Seguridad Social y de la Conservación de la Propiedad expusieron salarios y patrimonios de altos cargos. El hacker JabaRoot divulgó presuntas propiedades millonarias de un dirigente de la DGST, experto en spyware, reactivado cerca del palacio para blindar flujos de información. Fuentes consultadas vinculan parte de esas filtraciones a pugnas internas. El objetivo: desacreditar al adversario antes de la gran recomposición que trae toda sucesión.

“Las luchas internas provienen de un hecho simple: nadie quiere pagar el precio”, analiza en declaraciones a El Independiente Hicham Mansouri, periodista de investigación en el exilio. “Cada cual busca salvar su pellejo, aunque debilite el sistema. Esa lógica de supervivencia alimenta la desconfianza, exacerban las rivalidades y aumenta la inestabilidad general. Como dice un dicho marroquí: cuando los ladrones se pelean, salen a la luz los bienes robados. En otras palabras, estas confrontaciones internas pueden muy bien sacar a la luz verdades ocultas y revelar la verdadera naturaleza de las luchas de poder en la cúpula”.

Estamos asistiendo a un pico de represión política y social, a un cierre del espacio público y mediático y a una mayor instrumentalización de las instituciones judiciales y de seguridad

Mansouri no compra la tesis de una transición suave. “No creo que la sucesión vaya a ser tan fluida como la transición de Hasán II a Mohamed VI. En aquel momento, Hasán II había preparado cuidadosamente el terreno para su hijo: liberó progresivamente a los presos políticos, inició una apertura política mediante la experiencia de un gobierno de alternancia y permitió una cierta liberalización del panorama mediático. Todo ello contribuyó a crear un clima de apaciguamiento y a proyectar una imagen de modernización que facilitó el traspaso del poder”, arguye.

“Hoy en día, la situación es radicalmente diferente, casi la contraria. Estamos asistiendo a un pico de represión política y social, a un cierre del espacio público y mediático y a una mayor instrumentalización de las instituciones judiciales y de seguridad. La normalización con Israel, impuesta en un contexto regional e internacional tenso, también ha creado fracturas dentro de la sociedad marroquí”, recuerda. La opinión pública marroquí ha sido de largo la que más movilizada se ha mostrado en el mundo árabe en los dos últimos años de guerra en la Franja de Gaza. Sus protestas callejeras, exigiendo la ruptura de relaciones diplomáticas con Israel, han desafiado al régimen. Pese a la movilización, la élite alauí ha mantenido los lazos con Tel Aviv. La cooperación económica llega hasta las hermanas del rey.

Mohamed VI con una delegación estadounidense-israelí con motivo de los Acuerdos de Abraham.

El círculo del rey, entre amistades y recelos

En la última década, el entorno personal del monarca ha sido objeto de inquietud dentro y fuera del sistema: nuevos allegados como los hermanos Azaitar -la nueva y perpetua compañía del rey- que la prensa cercana al Estado profundo ha tratado de demonizar; presuntas interferencias en la agenda y el acceso al rey; reprimendas públicas y retiradas paulatinas de exposición. La respuesta oficial fue un retorno del rey cuidadosamente publicitado y una promoción familiar que mostró a un núcleo cohesionado: el príncipe heredero, su hermana Lalla Khadija y escenas ordenadas de vida privada.

El Palacio Real ha optado por proteger y graduar la proyección del heredero; mimarlos detalles de la agenda de sus tres hermanas —Lalla Meryem, Lalla Hasnaa y Lalla Asma—; vigilar a su primo Moulay Hicham, el príncipe rojo defensor de una monarquía constitucional, y administrar una relación complicada con su ex esposa Lalla Salma, madre de sus dos hijos, llamada a reingresar en la iconografía oficial si el príncipe asciende al trono.

Algunos aprovechan la enfermedad del rey para avanzar con sus peones, preparándose para el futuro y la era de Hasán III, que creen cercana

Peligros entre rumores de sucesión

“A la situación del país se suman luchas internas entre los servicios de seguridad y, más ampliamente, dentro del círculo íntimo del rey. Estas rivalidades debilitan la coherencia del aparato estatal y alimentan la incertidumbre. En cuanto al Gobierno, parece estar en gran medida ausente, incapaz de responder a las expectativas sociales y económicas, y adolece de una imagen pública extremadamente pobre”, asevera Mansouri. “En este contexto, la perspectiva de la sucesión parece mucho más incierta e inestable que la orquestada por Hassan II. En lugar de una transición controlada, corre el riesgo de ir acompañada de tensiones internas, fracturas sociales y una legitimidad debilitada”.

En medio de esta guerra de facciones, una fuente anónima con acceso a las alturas considera que “el peligro no proviene del Estado profundo, ni de los príncipes, ni del exterior, sino del pueblo, harto de corrupción”. “Si el nuevo rey no investiga los casos de corrupción de colaboradores de su padre, de líderes políticos y altos mandos de inteligencia, se enfrentará a un pueblo que ya no acepta la corrupción. Imagínese, añade, bajo presión de los servicios el Gobierno retiró del Parlamento el proyecto de ley contra el enriquecimiento ilícito. No ha ocurrido en ningún otro país”, apunta.

Mohamed VI en un acto público reciente.

El episodio  se ha vuelto símbolo: el veto de los aparatos a cualquier rendición de cuentas que toque intereses instalados. La contención institucional, en un sistema donde el rey reina y gobierna, deja margen estrecho para autocorrecciones. De ahí que Monjib apunte a una gestión policial de la élite sin equivalente, reforzada con una pieza nueva: la cooptación de salafistas —“los llamados salafistas del majzen”— en el ecosistema mediático ideológico que hostiga a opositores con fatuas y estigmas. “Actúan principalmente en la web, pero a veces también en la televisión. Lanzan fatuas que ponen en peligro la vida de los opositores antimonárquicos, ya sean islamistas moderados o demócratas laicos. Se les recompensa con importantes emolumentos y prestigio”, denuncia. “Algunos aprovechan la enfermedad del rey para avanzar con sus peones, preparándose para el futuro y la era de Hasán III, que creen cercana. Pero no saben que su destino será el mismo que el de Driss Basri y su camarilla tras la muerte del rey Hasán II, hace apenas un cuarto de siglo. Aunque el rey está enfermo, las fuentes mejor informadas dicen que su vida no corre peligro”, añade.

La normalización con Israel —en el marco de los Acuerdos de Abraham y la contrapartida estadounidense sobre el Sáhara Occidental— abrió fisuras sociales y tensionó tanto a islamistas como a sectores nacionalistas. Para Monjib, fue un golpe muy duro para la legitimidad del régimen. Detrás, un cálculo: cementar logros diplomáticos en el Sáhara, exhibir nacionalismo y estabilidad ante socios —Unión Europea, Estados Unidos y países del Golfo— y captar inversiones. El Mundial 2030 con España y Portugal prometía un horizonte positivo; apagados los focos, volverán —advierten los expertos— los viejos demonios: las fracturas socios regionales y la oligarquía capaz de subvertir el Estado a su conveniencia.

La fuente anónima insiste: la transición al trono será normal y fluida, porque el hermano del actual rey, “Moulay Rachid no quiere gobernar y vive como un jubilado”. “Por su parte, el príncipe rojo Moulay Hicham se ha alejado definitivamente del palacio. La prensa de los servicios de inteligencia habla de las supuestas ambiciones del príncipe rojo por el trono, ya que los servicios de inteligencia, en particular el dúo El Himma-Hamouchi, necesitan un enemigo interno para encubrir muchas prácticas ilegales, como las detenciones de activistas y su implicación en casos de corrupción financiera”, argumenta.

Cuando los elefantes luchan, las hormigas son las que mueren. Pero parece que hoy en día el rey es tan débil que algunos actores podrían intentar influir en el curso de los acontecimientos

Monjib considera que “el rey ha decidido incluir en el próximo Gobierno y Parlamento a partidos creíbles y populares”. “De este modo, si alguna vez le ocurre algo —le deseo una larga vida—, la transición se llevará a cabo sin problemas”, apunta.  “No hay riesgos políticos inmediatos. El monarca sigue siendo bastante popular. Pero su régimen ve cómo su legitimidad se erosiona progresivamente. Debido a la pobreza, la injusticia de la justicia, el desempleo, la corrupción y la falta de libertades y de Haq -palabra polisémica muy utilizada por el pueblo en Marruecos y que significa aproximadamente: derecho-libertad-dignidad- La firma hace unos años de la normalización con el Israel de Netanyahu fue un duro golpe para el régimen”, enumera.

El legado de Mohamed VI deja algún avance y enormes sombras: inversión en infraestructuras, aperturas en el derecho de familia, apuestas por energías y África; pero también un modelo de desarrollo donde la concentración de poder económico en torno a Al Mada y satélites sofoca competencia y ascensores sociales. La marca personal de Mohamed VI se ha asentado en su estilo de vida exuberante, su patrimonio inmobiliario y la expansión de la fortuna real. La era Mohamed VI también deja lecciones: gobernar por ausencia —largas estancias fuera y delegaciones— tiene costes: vacíos que llenan otros —amigos, aparatos, oligarcas—; señales confusas al cuerpo social; tiempos que se alargan cuando la población pide respuestas cortas a penurias largas.

Marruecos se abre a un período relativamente incierto. Quienes conocen bien los secretos de palacios apuesta por cambios de equipo para dar forma a una “transición maquillada”. Monjib exige desmontar la industria de la difamación y devolver a la política su dignidad. Mansouri alerta del precio de una sucesión improvisada. “Las élites políticos en Marruecos solían evitar pensar en las crisis de la monarquía. Decimos que cuando los elefantes luchan, las hormigas son las que mueren. Pero parece que hoy en día el rey es tan débil que algunos actores podrían intentar influir en el curso de los acontecimientos”, resume el activista y defensor de derechos humanos Fouad Abdelmoumni.