Desde hace cinco noches decenas de miles de jóvenes marroquíes se citan en las calles del país vecinos. Han convertido el Mundial de fútbol de 2030, que Marruecos organizará con España y Portugal, en la diana de sus proclamas. El evento con la que el régimen alauí quería presentarse al mundo a la altura de la orilla norte del Mediterráneo y el circo con el que las autoridades querían convencer a su población es el catalizador de una ira dormida durante años que desafía el status quo.

En las avenidas de Salé o Rabat, las piedras se amontonan junto a vidrios rotos y restos de barricadas improvisadas. La rabia, convocada primero en las redes sociales y luego extendida a las calles, ha desbordado a las fuerzas de seguridad marroquíes en la mayor oleada de protestas de la última década. El grito es sencillo y se repite como un mantra: “menos estadios, más escuelas y hospitales”. Bajo ese lema, la Generación Z ha convertido el Mundial de 2030 en símbolo de un malestar más profundo: la desigualdad, la corrupción y la falta de horizontes para millones de jóvenes.

Quién convoca las protestas

Es uno de los grandes enigmas que se repite en los análisis: ¿quién congrega, quien marca los tiempos, quién gestiona redes y discursos? “No estamos ante un líder conocido ni un partido estructurado, sino ante un activismo digital descentralizado que recuerda las manifestaciones espontáneas de los años 80”, explica a El Independiente un conocido opositor.

Desde el sábado, una ola de protestas recorre Marruecos bajo el grito de “menos estadios y más escuelas y hospitales”. Las movilizaciones emergen, en gran medida, a través de redes sociales como TikTok, Instagram y Discord, con la plataforma Gen Z 212 como impulsor del movimiento —un acrónimo que conjuga la generación Z con el código telefónico marroquí “+212”.

Aunque Gen Z 212 se define como un colectivo sin liderazgo visible —alejado de partidos tradicionales o sindicatos—, su capacidad de movilización digital ha sido notable: los servidores de Discord -una plataforma nacida del mundo de los videojuegos- ha pasado de unos pocos miles de miembros a decenas de miles en días en Marruecos. La ausencia de cabezas visibles ha servido al régimen policial para tratar de alimentar las teorías de la conspiración, apuntado -como de costumbre- a la vecina Argelia o a los saharauis.

En realidad, simboliza a una juventud digitalizada, descentralizada y con demandas sociales, más que un actor político clásico: jóvenes del entorno urbano, altamente digitales, que actúan sin estructura formal pero con una gran capacidad de convocatoria. Se oponen a al Estado marroquí —apoyado por las fuerzas de seguridad— que defiende la narrativa de “legalidad y orden” frente a los disturbios y mantiene la prioridad del Mundial como palanca de desarrollo.

Contra qué se levanta la revuelta

Las protestas surgen de problemas sociales que, soterrados o ignorados por las autoridades durante años, han alcanzado un punto de no retorno. Por encimas de ellas subyace un conflicto simbólico sobre el modelo de Estado, la distribución del presupuesto y el lugar de la juventud en la política nacional. Sus principales reivindicaciones giran en torno a:

1. Prioridades del gasto público

Un elemento clave de la ira popular reside en lo que muchos consideran un desequilibrio de las prioridades: mientras el Estado invierte fuertemente en estadios e infraestructura para el Mundial de fútbol 2030, la sanidad pública, la educación y los servicios básicos languidecen.

2. Deterioro en sanidad y educación

Algunas de las protestas locales, por ejemplo las de la sureña Agadir, han sido alimentadas por las condiciones hospitalarias deficientes. Se denuncia una atención médica insuficiente, falta de especialistas y recursos precarios. El detonante definitivo fue la muerte de ocho mujeres durante el parto en un hospital público en Agadir, lo que provocó indignación generalizada.

3. Desempleo juvenil, desigualdad y corrupción

En Marruecos, los jóvenes entre 15 y 24 años que ni estudian ni trabajan (los llamados “ninis”) representan un porcentaje significativo —en torno al 25 % del total juvenil—. Hace un año los intentos masivos de llegada a nado a Ceuta mostraron también la desolación y frustración de una juventud que quiere emigrar ante la absoluta falta de oportunidades y ascensor social. Según datos del ministerio del Interior, dos tercios de los manifestantes son incluso menores de edad.

En paralelo, existe una sensación extendida de que las élites políticas y económicas operan con redes clientelares, tal y como lleva meses exponiendo un hacker que ha filtrado decenas de documentos sensibles que desvelan las propiedades y las corruptelas de ministros y altos funcionarios de los servicios de inteligencia.

4. Desconfianza en las instituciones estatales

Los manifestantes reclaman una gobernanza más transparente y responsable. Muchos consideran que la monarquía y su aparato político han cedido terreno al clientelismo y al elitismo, marginando zonas rurales o periféricas. Una reclamación que dejó también al desnudo hace dos años el terremoto que afectó al Atlas y la posterior gestión de las ayudas y la reconstrucción, con protestas periódicas de sus supervivientes.

  1. Ataque al Gobierno sin citar al rey

Los manifestantes han evitado, hasta ahora, criticar directamente a Mohamed VI y se han centrado en el primer ministro y su gabinete, responsabilizándolos de la deriva del país. En regímenes autocráticos es habitual que los primeros ministros y ministros carguen con la responsabilidad para evitar siempre que la culpa llegue a la cúspide.

Lo que dicen las autoridades

Desde su estallido, las protestas han escalado en intensidad. Se han registrado disturbios, incendios, ataques a vehículos policiales y enfrentamientos con fuerzas del orden. Una sucesión de hechos ante los que las autoridades marroquíes han respondido con firmeza.

Los altercados afectan a 23 provincias; hay más de 400 detenidos y al menos 263 agentes de seguridad heridos. Los daños materiales preliminares alcanza a 142 vehículos policiales calcinados, 20 automóviles particulares incendiados y edificios y comercios saqueados.

En Leqliaa, cerca de Agadir, la Gendarmería abrió fuego contra un grupo que supuestamente intentaba asaltar una comisaría. El balance: tres jóvenes muertos y un número indeterminado de heridos, según la versión oficial. El Ministerio del Interior atribuye a los manifestantes el uso de “armas blancas, piedras y cócteles Molotov”.

Las autoridades han amenazado con sanciones “ejemplares”, con penas de hasta 20 años de prisión y cadena perpetua en casos agravados.

El primer ministro Aziz Akhannouch expresó su pesar por las muertes y prometió atender las demandas sociales, pero dentro de un marco de orden. El discurso oficial intenta deslegitimar las protestas subrayando los episodios violentos y describiéndolos como una amenaza directa a la seguridad nacional.

Hacia dónde van las protestas

Es difícil de pronosticar pero los observadores del país vecino advierten de los riesgos inmediatos: escalada violenta en más localidades con resultados impredecibles; represión más dura con arrestos masivos y juicios rápidos; fragmentación interna del movimiento entre la protesta pacífica y la radicalización; polarización política, con el riesgo de que el sistema cierre aún más los espacios de protesta. Concesiones reales —como mayor inversión en salud y educación o reformas institucionales— podrían desactivar la espiral de violencia.

La revuelta que sacude Marruecos no es un estallido aislado ni un movimiento tradicional. Es la voz de una juventud que no se siente representada, que exige dignidad y servicios básicos frente a megaproyectos que perciben ajenos. El Mundial de 2030, concebido como escaparate internacional, se ha convertido en el detonante de una brecha interna.