La bautizada como Plaza de los Rehenes de Tel Aviv se llenó de banderas azules y blancas entremezcladas con enseñas estadounidenses. En el paseo marítimo, frente al Mediterráneo, un gigantesco cartel proyectaba el perfil inconfundible de Donald Trump junto a un mensaje: “Thank you, President Trump”. El mismo hombre que durante años agitó la política mundial con su furia tuitera fue recibido en suelo siraelí como un salvador. Las familias de los rehenes, exhaustas tras más de dos años de espera, lo vitoreaban mientras ignoraban al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ninguneado públicamente.
“Mi Ariel está en casa, y estoy abrumada por la emoción y la alegría”, declaró Arbel Yehoud, superviviente del cautiverio y pareja de Ariel Cunio, en un mensaje distribuido por la principal asociación que reúne a las familias de los secuestrados. “Quiero agradecer al presidente Trump, a su enviado especial Steve Witkoff y a la administración estadounidense por crear una nueva realidad y salvar mundos enteros”. Sus palabras con la imagen perfecta del nuevo equilibrio de poder que ha establecido la liberación de los 20 rehenes vivos: Trump, el pacificador; Netanyahu, el perdedor humillado.
El “Presidente de la Paz”
Trump pronunció su discurso más triunfal en la Knesset, el Parlamento israelí. “Estamos asistiendo al amanecer histórico de un nuevo Oriente Medio”, proclamó ante los 120 miembros del Parlamento israelí. A su lado, Netanyahu sonreía. Elpresidente —que viajó a Israel y Egipto para una visita de apenas ocho horas— se presentó como artífice de la paz. “Los rehenes han vuelto. Se siente bien decirlo”, exclamó, entre aplausos. En el libro de visitas del Parlamento dejó su rúbrica en letras gruesas: “Es un gran honor para mí. Un día maravilloso, un nuevo comienzo”.
Trump, que durante semanas había presionado a Netanyahu para aceptar el cese de hostilidades, ofreció incluso una mano tendida a Teherán: “La mano de la amistad y la cooperación está siempre abierta”, dijo. Su tono mesiánico contrastaba con el intento del primer ministro de reivindicar su legado. “Es un ganador, debería ser perdonado”, bromeó Trump aludiendo a las causas judiciales por corrupción que pesan sobre Netanyahu. “Cigarros y champán, ¿a quién le importa eso?”.
El magnate, transformado ahora en una suerte de diplomático que dice haber resuelto “siete guerra”, no solo reclamaba el mérito de haber puesto fin a la guerra; se atribuía el monopolio de la paz. “Israel ha ganado todo lo que podía ganar por la fuerza de las armas. Ahora debemos construir la paz”, insistió. El Parlamento lo ovacionó de pie mientras dos diputados de la izquierda eran desalojados de la estancia tras pedirle que reconociera Palestina.
La noche secreta del Mar Rojo
Detrás de ese espectáculo había una negociación tan insólita como arriesgada. Según reveló Axios, la paz de Gaza se gestó en una villa del Mar Rojo, en la ciudad costera egipcia de Sharm el Sheij. Allí, a las once de la noche de un miércoles, Steve Witkoff y Jared Kushner, enviados personales de Trump, se reunieron cara a cara con cuatro líderes de Hamás. La delegación islamista estaba encabezada por Khalil al Hayya, que había sobrevivido a un intento de asesinato israelí en Doha semanas antes.
“Si les das la mano, habrá acuerdo”, les advirtió un alto funcionario qatarí. Trump había dado luz verde en persona a esa reunión durante una cita privada en el Despacho Oval. Los mediadores egipcios, turcos y qataríes presenciaron la escena. Witkoff fue directo: “Los rehenes son ahora más una carga que un activo para ustedes. Es hora de avanzar.” Cuando Al Hayya preguntó si traían un mensaje de Trump, Witkoff respondió: “El presidente garantiza que serán tratados con justicia y que se cumplirán los 20 puntos del plan de paz”.
La paz se firmó fuera de las cámaras y al margen de Tel Aviv
Minutos después, el jefe de inteligencia egipcio regresó con la frase que cambió el curso del conflicto: “Basados en la reunión que acabamos de tener, tenemos un trato”. Era el segundo contacto directo entre emisarios de Trump y Hamás, después de un intento fallido meses antes en Doha para liberar rehenes estadounidenses. Israel, en aquel entonces, ni siquiera había sido informado. La paz se firmó fuera de las cámaras y al margen de Tel Aviv.
Trump obliga, Netanyahu obedece
Para el veterano analista israelí Ehud Yaari, toda una institución en el país hebreo, el desenlace no deja lugar a dudas. “El crédito por el alto el fuego y la liberación de los rehenes pertenece a Trump, no a Netanyahu”, dice sin rodeos en conversación con El Independiente. “Trump le arrebató la posibilidad de presentarse ante el pueblo israelí y decir: ‘Yo logré traerlos de vuelta’.” Yaari, que conoce los pasillos del poder en Jerusalén como pocos, describe una humillación política: “Trump lo forzó. Lo dejó sin discurso”.
Por ley, Israel deberá celebrar elecciones en octubre de 2026. Y es evidente que Netanyahu las perderá. Puede intentar maniobras, alegar emergencia, pero no le servirá
Según el periodista, el fin de la guerra marca también el principio del fin para el premier. “Por ley, Israel deberá celebrar elecciones en octubre de 2026. Y es evidente que Netanyahu las perderá. Puede intentar maniobras, alegar emergencia, pero no le servirá”. Su legado, resume, será “el del hombre que dividió a Israel, que atacó al sistema judicial y a los medios, que creyó poder domesticar a Hamás con maletas de dinero qatarí. Todo eso terminó con Trump imponiendo la paz por la fuerza”. Netanyahu, el estratega eterno, se ve ahora reducido a la condición de peón en una partida que ya no controla.
La guerra que se apaga
Aun así, nadie en Jerusalén se atreve a hablar de una paz definitiva. El profesor Yonathan Freeman, de la Universidad Ben-Gurión del Negev, lo resume así: “Israel dará una oportunidad al proceso político, pero mantendrá operaciones quirúrgicas para impedir que Hamás se rearme. Si el grupo vuelve a fabricar cohetes o reconstruir túneles, habrá ataques selectivos, como en Líbano o Siria”.
El sociólogo palestino-canadiense Muhannad Ayyash comparte esa visión, aunque con un matiz sombrío. “No creo que a Netanyahu le resulte fácil reanudar la campaña genocida”, señala. “Trump declaró públicamente ante muchos líderes en Sharm el Sheij que ‘la guerra ha terminado’. Netanyahu no podrá convencerlo de que apoye su reanudación. Sin embargo, Israel intentará continuar la guerra por otros medios. Hará en Gaza lo mismo que ha hecho en el sur del Líbano desde el alto el fuego y lo que, de hecho, ya hacía antes: seguir atacando a los líderes de la resistencia y degradando su movimiento. En Gaza, esto significará asesinatos selectivos y bombardeos aéreos contra la resistencia armada”.
Israel intentará continuar la guerra por otros medios. En Gaza, esto significará asesinatos selectivos y bombardeos aéreos contra la resistencia armada
Freeman advierte, sin embargo, que el verdadero campo de batalla se ha desplazado: “La normalización con el mundo árabe es ahora la herramienta más poderosa contra Hamás. Cuantos más países se unan a los Acuerdos de Abraham, menos legitimidad tendrá el grupo en Gaza. Será una sentencia de muerte a largo plazo”. Trump y Netanyahu, dice, “comparten esa visión: la diplomacia económica como sustituto de la guerra”. Pero el mérito, una vez más, no es compartido. Trump se lleva la gloria; Netanyahu, la factura.
El precio de la rendición
En Washington y Doha, el acuerdo se celebra como un triunfo de la diplomacia no convencional. En Israel, se vive como una capitulación. El historiador James Gelvin lo interpreta como un movimiento de puro cálculo. “Netanyahu rompió el alto el fuego de enero de 2025 creyendo que con la llegada de Trump obtendría un mejor trato”, explica. “No contó con su inconsistencia, su apetito por un Nobel y su ira contra Netanyahu por los ataques en Doha”.
Gelvin sostiene que el pacto fue posible gracias a la confluencia de tres fuerzas: “el ego de Trump, el dinero de Qatar y el agotamiento del conflicto”. El resultado: un cese al fuego que deja a Hamás debilitado, a Israel exhausto y a Trump coronado como mediador providencial. “Puede que la tregua no dure”, advierte, “pero el relato ya está escrito.”
El espejo roto de Israel
En las páginas de Haaretz, el columnista Odeh Bisharat observa el fenómeno con una mezcla de asombro y desdén. “Trump obligó a Netanyahu”, escribe. “Lo ha dejado como un perdedor ante el mundo.” Y añade una reflexión demoledora: “Después del 7 de octubre, casi todo el planeta apoyaba a Israel. Pero cuando la respuesta se convirtió en una carnicería sin límites, el mundo cambió de bando”.
Para Bisharat, Trump no solo impuso el fin de la guerra, sino que rompió la impunidad moral con la que Israel había operado durante décadas. “La guerra de Gaza ha liberado a Europa de su culpa. Ya no necesita apoyar a Israel para expiar el Holocausto. Ahora puede condenar sus crímenes sin remordimientos”. Netanyahu, concluye, “ha hecho que el mundo vea a Israel como un país más, capaz de atrocidades. Y Trump, al forzarlo a detenerse, lo expuso como un líder vencido”.
La paradoja final
En el ocaso de la guerra, el hombre que durante años predicó la confrontación emerge como el pacificador improbable. Trump se marcha de Tel Aviv entre vítores, con una paloma dorada en las manos —regalo de Netanyahu—. Mientras tanto, en Jerusalén, el primer ministro contempla el abismo político. Su coalición cruje, sus aliados se distancian y las encuestas anuncian un derrumbe. Los más radicales claman por reanudar la ofensiva, pero la guerra, como dice Yaari, “ha terminado”.
En Tel Aviv, las familias de los rehenes se abrazan bajo los focos. Arbel Yehoud, aún con lágrimas, insiste: “No descansaremos hasta que el último vuelva”, ahora referido a los 24 cuerpos de los rehenes que Hamás busca entre las ruinas de Gaza. El fin de la guerra en Gaza —ese que Netanyahu soñó firmar en gloria— lleva el nombre de otro hombre. Donald J. Trump, el empresario que convirtió la diplomacia en espectáculo, se ha quedado con el papel principal. Y el primer ministro israelí, tras casi dos décadas de poder, se descubre en el rol más temido por cualquier político: el de espectador de su propia caída, con el más que probable escenario de un adelanto electoral para la próxima primavera. “Su sucesor podría ser Naftali Bennett, con un gobierno centrista compuesto por algunos elementos moderados de derecha y otros moderados de izquierda. Hay otras figuras de la oposición que podrían emerger como líderes potenciales de la próxima coalición, como Avigdor Lieberman”.
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