El 16 de octubre de 1975, pocas horas después de que el Tribunal Internacional de La Haya negara a Marruecos cualquier vínculo jurídico de soberanía sobre el Sáhara Occidental, el rey Hasán II se dirigió a su país para anunciar una acción inédita. Una movilización masiva de población civil hacia el territorio administrado por España. La presentó como “una marcha pacífica” para recuperar un territorio “histórico”. La llamó Marcha Verde. Verde, en referencia al color del islam, de la fe y de la legitimidad religiosa.

La decisión llegó en un momento clave. El dictamen de La Haya había supuesto un revés para Rabat. Según el fallo, no existían lazos de soberanía territorial entre el Sáhara Occidental y el reino de Marruecos. Lo recoge Tomás Bárbulo en Historia prohibida del Sáhara Español al citar textualmente la resolución: «La conclusión del Tribunal es que los materiales y la información presentados no establecen ningún lazo de soberanía territorial…». La vía diplomática quedaba cerrada, pero Hasán II -que había sufrido intentos de golpe de Estado- necesitaba ofrecer una victoria política a su país con la que desvíar la atención a los asuntos internos. La respuesta fue una operación de presión directa, cuidadosamente diseñada.

Imagen de la Marcha Verde, lanzada por Marruecos el 6 de noviembre de 1975 para la ocupación del Sáhara Occidental.

Ejemplares del Corán y retratos del rey

350.000 civiles fueron reclutados en pueblos y aldeas marroquíes, entre las capas más pobres y míseras de la sociedad marroquí. La información recogida por Bárbulo subraya la dimensión del despliegue: «350.000 civiles marroquíes, protegidos por las FAR, serían lanzados contra la frontera norte del Sáhara». Muchos viajaron durante días en trenes y camiones hasta Tarfaya. Llevaban banderas marroquíes, fotografías del rey y ejemplares del Corán en la mano, en una puesta en escena orientada no solo hacia la frontera, sino hacia los fotógrafos y las cámaras que cubrirían el acontecimiento.

El nombre Marcha Verde sintetizaba el mensaje: la reivindicación no era militar ni geoestratégica, sino religiosa y popular. Un pueblo movido por una causa espiritual, no un ejército invadiendo territorio. La operación, en realidad, estaba escoltada y protegida por unidades militares marroquíes, pero el protagonismo recaía en la multitud. Era, sobre todo, una trampa moral. Si España disparaba, serían civiles quienes morirían. El Estado Mayor marroquí había calculado que un número elevado de bajas civiles provocaría una condena internacional devastadora. El propio plan contemplaba la posibilidad de sacrificar vidas para obtener un efecto político: «El Estado Mayor de Rabat había calculado en 30.000 el número de bajas civiles para conmover a la opinión mundial».

En Nuestro amigo el Rey, el periodista francés Gilles Perrault desgrana algunas de las antecedentes que inspiraron aquella iniciativa: “La idea era sencillamente genial. Nació sin duda del recuerdo de la Carretera de la Unidad: al día siguiente de la independencia Hasán, a la sazón príncipe heredero, había exhortado a la juventud marroquí a construir con él el camino que cruzaría la montaña y enlazaría las zonas del protectorado francés y el español, que las dos potencias coloniales mantenían celosamente separadas. Respondieron 12.000 voluntarios, que el propio príncipe llevó al trabajo, con el pecho desnudo y el pico en la mano”.

La propuesta de distribuir armas

En el caso de la Marcha Verde, fueron cientos de miles. “Yo seré el primer voluntario”, anunció el monarca. El Istiqlal, la UNFP y el PPS de Ali Yata, los principales partidos marroquíes, pidieron que el gobierno distribuyera armas a los participantes en la marcha, recuerda Perrault. “Pero Hassan se guardó muy bien de cometer tamaña imprudencia: en lugar de fusiles, de los que nadie podía prever el empleo que harían, los voluntarios irían armados solamente con la foto del rey y un ejemplar del Corán. Además, la eficacia imparable de la marcha se debía principalmente a su carácter pacífico”, evoca.”Iremos todos desarmados. -declaró Hassan II-, porque no queremos la guerra con España”.

“El mundo recibió el proyecto con una incredulidad teñida de conmiseración. Una reivindicación territorial seria no se puede sostener más que en serio, con carros de combate y aviones. El embajador de España ante las Naciones Unidas calificó la decisión de 'absurda' y declaró que correspondía 'al terreno de la anécdota'”, reconoce el escritor galo. “Marruecos se elevó con una exaltación tal como no había conocido desde la gran fiesta de la Independencia. Todas las organizaciones políticas, sindicales y religiosas dieron su apoyo al rey. Se tomaron por asalto las oficinas abiertas para la inscripción de los voluntarios. El 5 de noviembre todo estaba preparado. Centenares de trenes especiales habían llevado a los participantes en la marcha a Marrakech. Desde allí, más de 10.000 autobuses y camiones los habían conducido hasta Tarfaya, 800 kilómetros al sur. Se habían almacenado el agua y los víveres necesarios. Quinientos médicos y enfermeras atenderían a quienes tuvieran problemas de salud”.

España, pese a contar con capacidad militar para detener la marcha, era consciente del impacto que tendría una represión armada. En Madrid, el Gobierno vivía una situación interna paralizante: Franco agonizaba, los ministros debatían enfrentados y el ejército en el Sáhara no tenía instrucciones claras. El Consejo de Ministros terminó optando por no frenar la marcha.

La situación culminó en una negociación directa. Antonio Carro viajó a Agadir para reunirse con Hasán II. Según el relato, el monarca dejó claro que no podía detener la marcha sin obtener antes garantías sobre la entrega del territorio. “Sólo estoy dispuesto a disolver la Marcha Verde si antes ustedes me entregan el Sáhara”, estableció. La presión funcionó. España se comprometió a negociar la transferencia del territorio a Marruecos y Mauritania. La Marcha Verde se retiró al día siguiente. Días después se firmaron los Acuerdos de Madrid. Y dos días más tarde murió Franco.

La Marcha Verde fue, en esencia, una operación de imagen y simbología. Apenas avanzó unos kilómetros dentro del Sáhara Español. No necesitaba hacerlo. Había logrado su objetivo antes de cruzar la alambrada: colocar a España en una posición moral indefendible, convertir la reivindicación en un acto de masas devotas y fijar, para la historia oficial marroquí, el episodio como una supuesta gesta nacional. Las consecuencias de toda aquella operación siguen vigentes cinco décadas después, en un desafío al derecho internacional y el concepto de justicia.