En las tontas pero simpáticas estadísticas que a menudo aparecen en los medios de comunicación, la palabra arquitectura se cuela de vez en cuando entre las 100 más bellas de las 88.000 que recoge el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.

El avispado sector financiero -poco imaginativo en términos de bautizar su oferta comercial- suele pescar en los caladeros del lenguaje las piezas más presentables para dotar de un irrechazable atractivo a sus productos y servicios que de otro modo no serían tan apetecibles para sus consumidores.

Uno de los ejemplos más palmarios es el de la palabra arquitectura a la que siempre acompañan los obligados adjetivos calificativos que acaban por definir el producto: abierta, guiada, cerrada, etcétera.

La arquitectura abierta en gestión de activos supone que la entidad ofrece productos propios y de otras entidades

Siendo difícil el aprovechamiento en el ámbito de las finanzas de otras palabras más poéticas como lapislázuli, mandarina o luciérnaga, las más vinculadas a las bellas artes sí han dado juego y han sido adoptadas en la terminología financiera alcanzando la categoría de imprescindibles. Entre ellas gana por goleada la citada arquitectura.

El término arquitectura en el campo de las finanzas empezó a ser utilizado en España hacia el año 2010. La arquitectura abierta en gestión de activos, supone que la entidad de turno ofrece al inversor la posibilidad de construir carteras de activos de inversión sin limitarse al producto propio de la entidad (eso sería arquitectura cerrada) y por lo tanto con total libertad de elección entre la enormidad de oferta de fondos de inversión, bonos, planes de pensiones, productos estructurados, etc…

Sobre el papel parece una propuesta apetecible, lógica y racional en un mundo híper especializado desde el lado de la oferta y en una economía de libre mercado. La arquitectura abierta debe ofrecer a los clientes una importante gama de productos y servicios de inversión tanto propios como ajenos, del mercado nacional y del internacional, sin dar a priori preferencia de unos frente a otros.

Y es en este a priori dónde las entidades tradicionales suelen fallar sesgando sus modelos de gestión a favor del producto propio o bien del ajeno (pero en las clases menos baratas para el inversor), convirtiendo la famosa arquitectura abierta en una arquitectura guiada hacia la cuenta de resultados propia y no a la del cliente. Es decir, el típico gato por liebre español de toda la vida.

De hecho, alguna que otra entidad, siendo consciente de ello, ofrecen arquitectura guiada en esos términos, pues es lógico que estimen y defiendan las bondades de su producto propio que combinado con el foráneo puede tener resultados razonablemente adecuados.

La famosa arquitectura abierta puede convertirse en una arquitectura guiada hacia la cuenta de resultados de la entidad"

Arquitectura plenamente abierta y sin restricción de ningún tipo (incluidas las restricciones intelectuales) sólo la ofrecen las entidades independientes de cualquier banco o entidad financiera. Es decir, los EAFI's (entidades de asesoramiento financiero) completamente independientes que no tienen acuerdos con ningún banco y que llevan impreso en su ADN esta cualidad, sin adjetivos, medias tintas ni camuflajes lingüísticos.

Al albur de tan razonable composición y de la inminente llegada del lobo de la normativa MIFID II empiezan a sacar la patita algunos proyectos –en forma de agencia de valores-, que podrán mostrar en un futuro, la compostelana de primeros creyentes del catecismo independiente. Nunca es tarde si la dicha es buena.

Volviendo al plano de la gestión, no estoy diciendo que los resultados de una cartera pura y exenta de producto propio vayan a ser mejores en el tiempo que los de una cartera mixta conformada con producto propio y ajeno, pero sí van a ser más eficientes en costes (y por tanto en rentabilidad final para el cliente).

También lo van a ser, indudablemente en cuanto libertad de elección y agilidad por pura exención de ambages interesados derivados de mantenimiento de volúmenes o acuerdos comerciales varios.

Personalmente, de arquitectura, servidor sabe lo justo, pero no creo que sea necesario ser un Le Corbusier para inferir que cuando de mejor calidad y menos vicios ocultos tengan los ladrillos que han de conformar una cartera de inversión, el edificio no solo será más bello ( arquitectónicamente hablando), sino también más robusto y eficiente.

La interacción entre las diversas ciencias humanas debería producir avances en cuanto a resultados positivos para los inversores. Y no solo utilizarse para hacer atractivos servicios que en ocasiones no son lo que ofrecen. De hecho basta recordar los nefastos resultados cosechados por la conjunción de la ingeniería y las finanzas que han dejado la industria de servicios financieros en un estado de revista bastante desaliñado.

Dejemos a la arquitectura y a la ingeniería tranquilas y para la lírica las definiciones más bellas.

En finanzas hay que estar por el mejor producto analizado y seleccionado con total independencia, sin restricciones de ningún tipo, plena libertad de elección y al menor coste para los inversores. No definiría yo eso como arquitectura, sino como inteligencia financiera. Y por supuesto abierta a ser permanentemente mejorada.


Carlos de Fuenmayor es Director Kessler&Casadevall AF Barcelona @cdefuenmayor

En las tontas pero simpáticas estadísticas que a menudo aparecen en los medios de comunicación, la palabra arquitectura se cuela de vez en cuando entre las 100 más bellas de las 88.000 que recoge el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.

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