Durante sus años de gestión en la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre ha estado rodeada de casos de corrupción en un número y con una cuantía tales que desbordan cualquier imaginación si tenemos en cuenta que ella ha conseguido hasta el momento salir intocada e indemne de todos ellos. Y eso es lo asombroso porque, empezando por su antiguo protegido Alberto López Viejo, imputado en el caso Gürtel por supuestos cobros fraudulentos desde sus distintos cargos en la Comunidad y al que el fiscal pide 46 años de prisión; pasando por Francisco Granados, su mano derecha y uno de los hombres fuertes de los gabinetes de Aguirre, actualmente en prisión provisional, acusado de servirse de los cargos públicos desempeñados en la Comunidad desde el año 2000 para enriquecerse, y terminando por Ignacio González, su sucesor en la presidencia y anteriormente vicepresidente del Gobierno madrileño y presidente del Canal de Isabel II, empresa pública sobre la que pesa una denuncia por presuntas irregularidades por la compra del 75% de una empresa de ingeniería brasileña, prácticamente no hay lugar en la Comunidad de Madrid de esa época ni personaje en el que posar la mirada que no lleve aparejada una historia de fraude y de estafa.

Sin embargo, ninguno de esos delitos ha siquiera arañado a la presidenta, que fue la responsable de los nombramientos de todos esos cargos que están siendo juzgados por un amplio puñado de delitos. Ni siquiera ha tenido que declarar en calidad de testigo en ninguno de esos casos. Su única comparecencia ante un juez fue con motivo de su huida de la Policía Municipal cuando iba a ser multada por dejar su coche aparcado en un carril-bus. Pero ni un asomo de implicación en ninguna de las múltiples operaciones fraudulentas que han jalonado, y escoltado, su presidencia.

Esperanza Aguirre es como el cristal al que atraviesa la luz sin romperlo ni mancharlo. Sigue intacta

Es casi milagroso, pero así es. Y parece que ella asume con asombrosa naturalidad  el hecho de permanecer absolutamente al margen de toda la maraña de corrupción a la que hay que sumar la legión de alcaldes de ayuntamientos madrileños que han engordado esta truculenta historia con estafas y malversaciones varias, que ha acompañado y acompañará ya para siempre, la historia de su gestión.

Es más, ni siquiera en el episodio que hoy relata aquí Antonio Salvador, ella estuvo implicada porque en la reunión del Consejo de Gobierno en el que se aprobó un pago a una empresa implicada en la trama Gürtel, ella estuvo ausente. Esperanza Aguirre es como el cristal al que atraviesa la luz sin romperlo ni mancharlo. Sigue intacta.

Ella dice que es una víctima, la principal, de todos esos casos de corrupción porque, afirma, los colaboradores que nombró le han salido rana y que, como ella no se ocupaba de los detalles de las finanzas, su única responsabilidad fue política y ya la pagó renunciando en 2012 a la presidencia de la Comunidad y a su escaño como diputada en la Asamblea, esto por motivos de salud, y en 2016 a la presidencia del PP de Madrid, esto ya sí por la gravedad de las acusaciones de la financiación ilegal de su partido.

Pero en realidad es la inmensa afortunada por el destino que la viene protegiendo desde hace ya muchos años de las dentelladas de cocodrilo que podrían haberle asestado todas y cada una de las incontables tropelías protagonizadas por sus más cercanos colaboradores. Debería acudir a Jesús del Gran Poder para agradecerle sus impagables servicios.