El tiempo pasa y la historia financiera se va forjando con cimientos más o menos sólidos según a quién se pregunte. Pero este no es el tema que nos ocupa. Como bien se dice en el mundillo, las rentabilidades históricas o comportamientos pasados no garantizan la evolución futura.

Explicar lo que ocurre requiere dominio de la teoría económico financiera, incluso de cierto estudio del contexto socio político. Ahora bien, averiguar lo que se avecina es harina de otro costal, algo a lo que muchos aspiran pero únicamente un grupo muy selecto, y solo en ocasiones, consigue.

La historia no tiene por qué repetirse, o sí, pero hay determinados patrones conductuales que sí se suceden como una condición cuasi inherente a nuestra naturaleza y que juegan en contra de los intereses del inversor de a pie. Por tanto, es importante conocerlos para una mejor y más profesional gestión financiera de nuestro patrimonio.

Los mercados, a veces, deciden desatar su ira sobre los activos financieros de forma imprevisible

La lujuria, entendida como comportamiento anormal en busca del deseo de beneficios a colación de las últimas tendencias, sin atender a un análisis pausado del contexto macro económico y el valor fundamental de las cosas. Generalmente las modas llegan tarde y con precios desorbitados a los oídos del inversor. No olvidemos que ningún activo es eterno y las tendencias recientes,de la misma forma que tuvieron un principio,tienen un final.

En segundo lugar, la pereza, la cual nos puede llevar a una actitud inversora acomodada centrada en rumores o unos pocos ratios que sirvan de auto justificación ante lo que se está haciendo, sin realmente haber dedicado tiempo al análisis.

La pereza, la ira, la lujuria y la avaricia, entre otros pecados, son malos consejeros para invertir

De igual modo ocurre con los costes y comisiones asociados a la operativa de la industria, no siempre lo más caro es lo mejor, sobre todo, a medida que los negocios independientes proliferan y añaden picante a la competitividad en la gestión de activos con mejores resultados y menores comisiones. No debemos caer en la dejadez, hay que ser selectivos y tener en cuenta toda la información antes de tomar una decisión.

La gula, por su parte, aparece precisamente en forma de excesos de información, y los excesos, en general, no son buenos. Ya lo vimos en la burbuja de las puntocom, con la fuerte sobrecompra desvirtuada por informaciones alteradas sobre el sector tecnológico, y posteriormente con el tema de las subprime o hipotecas basura, subyacente de un problema que acabó siendo sistémico. Menos y controlado es siempre mejor que más y sin control.

No obstante, los mercados a veces deciden desatar su ira sobre los activos financieros, y lo hacen, en su mayoría, de forma inesperada e imprevisible.

Una vez la historia financiera decide de forma caprichosa alterar el curso con algún susto, la gestión de las emociones es uno de los grandes retos que tiene el inversor (sobre todo el particular) en la toma de decisiones. La ira nos puede empujar a malvender, o todo lo contrario, a no ser capaces de aceptar una pérdida a tiempo que evite pérdidas mayores.

Por el contrario, cuando la fiesta comienza todos queremos participar de ella. Si es una apuesta fundamentada, la coincidencia de opinión con otras casas es algo positivo, pero dejar que sea la envidia la que guíe nuestras inversiones nunca es buen plan. El criterio propio es la única receta que permite adelantarse al mercado (lo que todos piensan) y obtener conclusiones valiosas al cabo del tiempo.

Uno de los pecados más destacables en los que incurre el inversor es no ver el escenario fundamental que hay detrás de las cotizaciones, a veces por exceso y otras por defecto. La avaricia nubla el camino y nos hace querer más en las posiciones acertadas y, cuando nos queremos dar cuenta el mercado cambia de dirección, las ganancias se diluyen y nos convertimos en prisioneros de nuestra avaricia.

Manejar los sentimientos

El mundo financiero es una pelea eterna entre osos y toros en la que a veces ganan unos y a veces ganan otros. Mantener la racionalidad y manejar los sentimientos para acertar la tendencia del mercado no es tarea fácil, sobre todo si nos atenemos al orgullo como pecado esencial de nuestra condición, que nos hará defender lo indefendible con tal de parecer exitosos y poseedores de la verdad absoluta en todo momento.

Por todo ello, es de vital importancia profesionalizar al máximo las decisiones, teniendo en cuenta que no se trata de una carrera de unos pocos años sino de toda una vida. Un camino largo, en el que la prudencia y el sentido común suelen ser los ganadores frente a decisiones de oídas y sin fundamento.

Equivocarse es un factor común en todas las casas de análisis, es la humildad para reconocerlo y la capacidad de reacción lo que diferencia a los buenos gestores de inversiones.

La gestión patrimonial a largo plazo implica la asunción de movimientos cíclicos como inevitable: en un periodo de 50 a 100 años habrá etapas alcistas y bajistas en todos los activos financieros.

La forma más sencilla de obtener el mayor rendimiento en proporción a un riesgo limitado es olvidarse de los aspectos emocionales y las apuestas de quiosquillo y elegir fondos de inversión y planes de pensiones que tengan la capacidad de adecuarse al vector o motor que en cada momento mayor potencial de revalorización ofrezca. Eso sí, siendo muy exigentes y selectivos, con una cartera diversificada y siempre teniendo en cuenta el perfil de riesgo que se adapte mejor a nuestras condiciones.


Borja Aguiar es responsable de negocio institucional de Altair Finance
Salvador Díaz es adjunto a la dirección de inversión de Altair Finance

El tiempo pasa y la historia financiera se va forjando con cimientos más o menos sólidos según a quién se pregunte. Pero este no es el tema que nos ocupa. Como bien se dice en el mundillo, las rentabilidades históricas o comportamientos pasados no garantizan la evolución futura.

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