Según la Real Academia Española de la lengua, el adjetivo transparente es aplicable para aquello que es claro y evidente y que se comprende sin duda ni ambigüedad.

La transparencia parece pues una cualidad valorable y deseada, por lo que en puridad debería cotizar enteros en cualquier ámbito. Incluido el financiero.

Lamentándolo mucho, parece que esto sigue sin ser así, pues la transparencia ya sea en la transmisión de las bondades o maldades de los productos financieros y mucho más aún en la referida a los honorarios profesionales suele frenar la contratación de los servicios que las empresas de asesoramiento financiero independiente ofrecen a cara descubierta.

Es este un fenómeno que obedece a motivos frágiles y revisables como la comodidad, la costumbre o la confianza ciega respecto al asesoramiento de toda la vida. Asesoramiento que con independencia de su transparencia, desde siempre ha sido brindado “gratuitamente” a los clientes por el financiero de proximidad de la entidad de turno.

El entusiasmo inicial con el que los potenciales clientes compran la filosofía de la independencia financiera, se desvanece de golpe al plantear con luminosa claridad el cobro de servicios profesionales.

El dogma del asesoramiento financiero gratuito se ha convertido en un lastre

Y es que nada como repetir una mentira un millón de veces para que ésta, con el tiempo suficiente, mute en dogma de fe. El dogma del asesoramiento financiero gratuito repetido hasta la saciedad no solo es falaz, sino que se ha convertido en un lastre que sepulta sin piedad toda la pedagogía que al respecto realizamos los asesores financieros independientes a diario.

En todo caso y cómo ya comenté en un artículo del pasado enero en este mismo medio digital (http://www.elindependiente.com/opinion/2017/01/23/los-tiempos-del-asesoramiento-financiero-presuntamente-gratuito-acabado/) no por ello vamos a caer en la frustración asesora ni perdemos la fe ni la esperanza, puesto que la regulación internacional ( MIFID II ) y nacional se dirigen hacia la transparencia en el ámbito de la remuneración del asesoramiento financiero a velocidad de tren bala.

En muchas ocasiones también la transparencia se utiliza como herramienta orientada al marketing y no como algo que genera realmente valor añadido.

A pesar de que la transparencia es y será un aspecto clave, no puede ser sólo un trampantojo  de marketing sino que debe tener un fuerte contenido de utilidad y relevancia. Una suerte de transparencia ampliada.

El quid de la cuestión radica en llenar de sentido el término y con él lograr claridad, racionalidad, productos entendibles y que aporten valor de forma consistente.

Un primer paso ineludible de mejora debe abordar el tema de la información en la recomendación de productos y en su posterior venta. Que debe ser total, inteligible, precisa y completa.

En segunda derivada encontramos el modelo de cobro que, con independencia del modelo y del debate generado a favor y en contra de las retrocesiones de los bancos a los asesores financieros, también debe estar presidido y guiado por la transparencia.

En el modelo caben diversas formas o estilos de cobro y posicionarse a favor o en contra de unos u otros tan solo alimenta un tonto marcador de detractores y favorables que nada suma. Una combinación entre estilos es lo que parece que viene. Alemania ha traspuesto la directiva y ha mantenido las retrocesiones para aquellas entidades con red propia que dan servicio a una población a la que no se puede dejar huérfana de asesoramiento. Población que no puede ser atendida por robots, aplicativos automatizados y demás soluciones más propias de las generaciones X, Y, Z, Millennial y resto del abecedario generacional, pero no para aquellos que vieron nacer la televisión.

En el mejor de los mundos los honorarios profesionales deberían proceder exclusivamente del cliente pues eso parece que blinda la independencia. Informar e incluso devolver al cliente las retrocesiones que se cobren también puede ser transparente, pero fácilmente genera otras dependencias. No obstante, la convivencia de ambos modelos es perfectamente posible. Gustará más o gustará menos pero el talibanismo financiero no se puede ni debe imponer de un día para otro en ninguno de los dos sentidos, ni en el de la prohibición total, ni en el de la barra libre descontrolada.

En cualquier caso ya veremos en qué queda la aplicación de la directiva en España, pues el “spanish style” siempre es fuente de sorpresas. En ocasiones, incluso buenas.

Nada proporciona más transparencia que actuar con elevados estándares profesionales

Sea el que sea el modelo que se imponga, ya sea el cobro directo y la prohibición radical de las famosas retrocesiones o un modelo mixto salomónico que mantenga el statu quo actual, no hay nada que proporcione mayor transparencia que el actuar con los más elevados estándares profesionales y éticos y bajo la única dependencia del interés de nuestros clientes.

Teniendo bien claro esto último, el resto de disquisiciones sobre modelos de cobro y la algarabía montada al respecto pasarían a un segundo plano más propio del griterío ininteligible de yermos e innecesarios debates sin gracia ni ciencia que de un sector alta y excelentemente profesionalizado.

La transparencia a pesar de ser un aspecto clave no es una palabra mágica ni un comodín ni una garantía verificada de ausencia de sustos en el viaje financiero de los clientes.

Aquellos que entiendan de forma errada y sobredimensionada el alcance del término pretenderán otorgarle un sentido de panacea que abatirá todos los problemas de una sola vez. Nada más lejos de la realidad y más aún de su alcance.

La transparencia es un horizonte que no quita nada pero que en ausencia del sostén de la ética derrumba su utilidad. ¿Transparencia?, por supuesto, pero conjugada con  un sector totalmente nutrido de profesionales éticos y practicantes de la transparencia. Una transparencia versión 2.0.

Sería justo pues, pedir a  gestores, vendedores de fondos, selectores y analistas que dicen ofrecer alta transparencia, cuando no “transparencia total”, que la combinasen con ética, profesionalidad, ausencia de conflictos de interés, menores costes, calidad y visión de largo plazo y no como una simpática pero falsa guinda de un amargo y mal cocinado pastel financiero.


Carlos de Fuenmayor es director de Kessler&Casadevall AF

Según la Real Academia Española de la lengua, el adjetivo transparente es aplicable para aquello que es claro y evidente y que se comprende sin duda ni ambigüedad.

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