No sé si ustedes se habrán percatado, pero una de las palabras que en la actualidad no puede faltar en cualquier debate, foro, artículo o medio especializado en economía es la confianza. Un intangible que pasa por horas muy bajas pero que está en boca de todos.

Confianza en la mejora de la economía de tal o cual país, confianza en la situación económica, confianza en que las medidas adoptadas por los reguladores ( Fed y BCE como primeras estrellas ) van a levantar las agonizantes economías respectivas, excesos de confianza, indicadores de confianza, rebotes de confianza, medidas para recuperar la confianza, confianza en el dólar, en los mercados, en la renta fija, confianza de los gestores, e incluso, confianza en que los inversores van a recuperar la confianza en las entidades financieras. Lo que ya constituye un doble salto mortal en términos de confianza.

Recuperarla respecto a la política y los políticos, en general, constituye un triple salto mortal con doble tirabuzón sobre el que no voy a opinar pues daría para dos tesis doctorales y no es este el foro adecuado.

Parecería que en el ámbito económico y financiero, esto ya no se trata de demanda y oferta, de agregados monetarios o ratios económicos, de macroeconomía o microeconomía, de expectativas y resultados, de compradores y vendedores, de analistas y gestores, de asesores y clientes o de previsiones y auditorías. Todo acaba desembocando en lo mismo. En la confianza. En su pérdida, en su recuperación, en su falta o en su exceso. En su presunción, su reciprocidad o su extinción.

Casi todo es cuestión de confianza. En economía y finanzas también

Nada parece que pueda existir sin el ingrediente imprescindible de la confianza. Menos aún en tiempos de enormes incertidumbres como los actuales dónde nadie ya se atreve a hablar de certezas, sino solamente de confianza en no equivocarse demasiado en vaticinios futuros o en acertar los movimientos de activos, mercados o autoridades económicas. Y es bien cierto que casi todo es cuestión de confianza. En economía y finanzas también. Sin ella no podemos convivir. Toda nuestra existencia gira en torno en la confianza/desconfianza en los otros, y también en nosotros mismos.

Las previsiones económicas, los mercados financieros y la evolución de la economía son en un enorme grado, pura incertidumbre. Y la incertidumbre se mitiga con una buena dosis de confianza. La confianza es una poderosa energía. Se apoya en la firme esperanza y proporciona seguridad, optimismo, bienestar, alegría. La confianza nos hace más fuertes, más libres y también mejores. Por el contrario, el recelo lleva al temor, al malestar, a la insatisfacción. La duda, la inquietud, nos reprime, no nos deja actuar, dificulta que tomemos iniciativas, nos paraliza, sufrimos.

¿A quién acudir entonces? Si, lo han adivinado. A la confianza. A la añorada e imprescindible confianza.

Casi nadie se daba cuenta, pero cuando todo era perfecto, antes de la crisis financiera, casi nadie utilizaba la palabreja y todo eran aseveraciones del tipo: “Los inmuebles nunca bajan de precio”, “la construcción es una industria sin límites”, “estamos en la Champions League de la economía”, etcétera... Nadie pasaba sus gloriosas afirmaciones por el filtro de la confianza.  Y nadie se acordaba de su existencia. Supongo que se suponía que andaba por ahí como una cualidad intrínseca que nadie cuestionaba.

Para no variar y como en tantas cosas, en los últimos tiempos, nos hemos pasado al otro extremo y absolutamente todo se sitúa en el umbral de la duda y obligatoriamente ha de venir acompañado por el tamiz de la confianza. O por qué no, ya puestos, de la providencia. Y es que con la confianza pasa como con casi cualquier otra cosa, del uso se pasa al abuso sin darse uno ni cuenta.

En los últimos tiempos hemos pasado al otro extremo y todo se sitúa en el umbral de la duda

Y no niego que la confianza sea un activo de enorme valor en el mercado, tanto para el mercado en sí mismo, como para todos sus participantes y su correcto funcionamiento, pero una cura de utilización obligatoria de la deseada cualidad en cada frase, noticia, afirmación o deseo económico beneficiaría sin duda – aunque resulte paradójico – a aumentar la confianza de todos.

Para que la economía funcione hacen falta muchas cosas que- sí, de acuerdo - deben de estar presididas por la confianza en un lugar principal, entre ellas la lícita obtención de lucro, pero no solamente por la presencia de ella, necesariamente van a funcionar.

Por otra parte, tras el tsunami de desconfianza que se generó en el mundo por los innumerables escándalos financieros ( nacionales, internacionales, a izquierda, derecha, centro, en partidos políticos, sindicatos, bancos, familias supuestamente ilustres, etcétera…) y al que se acaba de sumar, cual triste guinda del pastel patrio, el vergonzoso y descarado expolio del Canal de Isabel II en Madrid, hace que volver a pedir a la gente de a pie que así, sin más, recupere la confianza en las instituciones financieras bordea el recochineo, la ingenuidad más pueril o la creencia sin paliativos en los milagros.

La vuelta a la normalidad desde el oscuro punto al que hemos llegado va a necesitar de mucho más que confianza. Más ética, moral, principios firmes, ejemplos y sobre todo educación financiera para evitar repetir lo sucedido. Y no va a ser ni fácil ni rápido. Vamos a necesitar de un relevo generacional cuando menos para que los millennials, los que entraron en el siglo XXI siendo menores de edad y han crecido rodeados de nuevas tecnologías, empiecen a creer en la desaparecida confianza.

¿Crisis de confianza económica, política y hacia la banca? Sin duda. Pero lo que vivimos es especialmente una crisis generacional. La de toda una nueva generación que está siendo educada por los puros hechos en la más absoluta desconfianza hacia el sistema.

Lo que vivimos es la crisis de una generación educada por los hechos en la desconfianza

Educación, ética empresarial, ejemplo practicado por todos los profesionales que estamos en el sector combinados con un rigor extremo hacia quiénes han traicionado la confianza de todos, han de ser un buen punto de partida de una urgente regeneración ética sin precedentes en el ámbito económico y financiero. Solo así podremos prosperar de manera sana y sostenible.

Parafraseando a Nietzsche: "La confianza ha muerto. Nosotros la hemos matado". Y estando muerta nos va a costar Dios y ayuda resucitarla.

No sé si ustedes se habrán percatado, pero una de las palabras que en la actualidad no puede faltar en cualquier debate, foro, artículo o medio especializado en economía es la confianza. Un intangible que pasa por horas muy bajas pero que está en boca de todos.

Contenido Exclusivo para suscriptores

Para poder acceder a este y otros contenidos debes ser suscriptor.

¿Ya estás suscrito? Identifícate aquí