La conferencia política pronunciada el martes por la tarde por Quim Torra tenía dos objetivos claros. El primero, convocar a las masas a la calle en un ejercicio de movilización permanente que mantenga la tensión en el espacio público de ahora hasta que el Tribunal Supremo dicte sentencia sobre los políticos independentistas encarcelados. Y el segundo tratar de amenazar al Poder Judicial  español con el inútil propósito de amedrentar a los  magistrados que han de juzgarlos.

Para eso ha tenido una intervención de una hora larga que ha constituido todo un desafío al Estado español trufado de apelaciones del más grosero corte mitinero destinado a encender o más bien, incendiar, a las masas. Es un órdago a la grande en toda regla desde el momento en que ha anunciado que no admitirá "ninguna sentencia que no sea la libre absolución de los encausados" porque en caso contrario ya comunicará, después de haber convocado a ese parlamento que los independentistas mantienen cerrado porque no les sirve ahora mismo a la consecución de sus propósitos, las decisiones a adoptar. Está anunciando o amenazando al Gobierno de Pedro Sánchez con una insurrección alentada desde el ámbito parlamentario.

Está amenazando al Gobierno de Sánchez con una insurrección alentada desde el ámbito parlamentario

El planteamiento  del señor Torra, secundado por los asistentes a su discurso, que han aplaudido con entusiasmo y han cerrado con gritos de "¡libertad, libertad!" ha quedado claro desde el inicio: no admite otra salida ni otra solución que no sea  la consecución de la independencia a través de un referéndum de autodeterminación que insiste, mintiendo, que es un derecho reconocido internacionalmente a todos los pueblos del mundo. Pero es una pérdida de tiempo dedicarse a desmontar las innumerables falsedades formuladas por el presidente de la Generalitat en su intervención. No tiene sentido volver a explicar por enésima vez a las personas razonables el cúmulo de falsedades que se han acumulado en sus palabras.

Por cierto, que la cosa tiene visos de constituir el primer capítulo de un minucioso programa preparado con detalle y que quienes lo han pergeñado tienen la determinación de llevarlo a término lo demuestra la visita que, precisamente el día en que el presidente de la Generalitat exponía sus planes de actuación y formulaba sus amenazas contra el Estado de derecho español, el astuto Artur Mas giraba a Waterloo para entrevistarse con el fugado Puigdemont. Mas se apunta al que él cree caballo ganador y no quiere quedar fuera de esta jugada que le puede devolver a la actividad política. Al fin y al cabo, este que vemos hoy es el resultado de su acción política iniciada en 2012. Es lógico que quiera recoger los laureles si los dados caen de su lado.

Lo que ha hecho Torra es lanzar al Estado español un  auténtico órdago político a la grande

Pero lo que importa aquí es medir el calibre de su radical desafío y preguntarse qué clase de respuesta va a recibir por parte del Gobierno de España. Porque lo que ha hecho Torra es lanzar al Estado español un  auténtico órdago político a la grande y ya no cabe decir que no son las palabras sino los hechos los que provocan los problemas, como dijo recientemente la vicepresidenta del Gobierno Carmen Calvo.

Las palabras pronunciadas por el presidente de la Generalitat constituyen por sí mismas un hecho de la máxima gravedad que requiere una inmediata respuesta por parte del Ejecutivo. Entre otras cosas porque él ha dicho, y con bastante razón, que están ganando la batalla. Y la están ganando por incomparecencia del contrario, que sigue pensando, como pensó en su día el anterior presidente Mariano Rajoy y su número dos, Soraya Sáenz de Santamaría, que con diálogo y sonrisas -en el caso del gobierno socialista también con las comisiones bilaterales- se aplacaba al independentismo. Y un jamón, como ha quedado sobradamente demostrado. Pero por lo escuchado después por la ministra portavoz, parece que el Gobierno de Sánchez está decidido a seguir haciendo de don Tancredo hasta que se vea derribado por la fuerza de los hechos. Es una opción arriesgadísima que, si fracasa, le será  demandada eternamente por el pueblo español. Hay que insistir: con mansedumbre y apaciguamiento no se aplaca a los radicales. Al contrario, cuanto más neutra sea la repuesta, más se excitan en su afán de victoria.

Parece que el Gobierno de Sánchez está decidido a seguir haciendo de don Tancredo hasta que se vea derribado por la fuerza de los hechos

Después de haber sido derrotados en las urnas a manos de Ciudadanos que logró la hazaña de ser la primera fuerza constitucionalista que ganaba unas elecciones autonómicas, la gente de Puigdemont y de su recadero Torra ha recuperado sus posiciones de fuerza y ha vuelto a adueñarse no sólo de la calle sino de la iniciativa política desde la que lanza soflamas como la escuchada este martes desde el Teatro Nacional de Cataluña.

El presidente de la Generalitat, que habla de paz y de convivencia, que apela al diálogo y a la negociación siempre que sea para que su interlocutor admita y se pliegue a sus exigencias, ha formulado una auténtica declaración de guerra. No de guerra física, para la cual no dispone de fuerzas, sino de  guerra política. Y está dispuesto, y así lo ha dicho,  a llegar hasta el final, para lo cual necesita imperiosamente que la calle se convierta en el campo de batalla entre cuya niebla poder escamotear el hecho de que  los independentistas siguen siendo minoría en el conjunto de la población catalana. Y de paso, y al abrigo de esa batalla callejera a la que Quim Torra ha convocado con dramática insistencia, amedrentar a la población que no quiere separarse de España y que va a necesitar, mucho más que valor, auténtico arrojo para resistir la formidable presión que se está ejerciendo ahora mismo sobre ella y que irá creciendo con los días instigada desde las propias instituciones de gobierno. Por eso digo que es una declaración de guerra, porque aunque él haya dicho lo contrario, la batalla está preparándose de modo que haya vencedores -los independentistas- y vencidos -todos los que no quieran secundar semejante vía. "Sabemos que estamos en el lado correcto de la Historia", ha dicho.

La batalla está preparándose de modo que haya vencedores -los independentistas- y vencidos: todos los que no quieran secundar semejante vía

Tiene razón el presidente de la Generalitat cuando dice que la causa que ellos defienden ha encontrado eco en Europa. Es cierto, todos los partidos populistas de los países miembros de la UE han acogido con alborozo el problema generado por el independentismo catalán dentro de España y por eso él ha hecho un llamamiento encendido a "todos los pueblos" que luchan por sus derechos civiles sociales y políticos", y ahí ha entrado el Rif marroquí, el Kurdistán de Turquía sometido por Erdogan, Italia, Polonia y tutti quanti.

España está siendo vapuleada por estas gentes, no podemos negarlo. Pero Europa debería tener muy presente lo que significaría para su existencia y estabilidad futuras el éxito de un movimiento de esta naturaleza en el corazón mismo de la Unión. Este desafío no es sólo al Estado español, es también una amenaza de enorme envergadura a todo el conjunto y a los principios fundacionales y que mantienen unida a la Comunidad Europea.