Parece que la paz regresa momentáneamente a las filas socialistas. Después del choque abierto que se produjo el lunes entre las declaraciones del secretario de Organización del  PSOE, José Luis Ábalos y las que inmediatamente después hizo la todavía presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, en la sede madrileña de Ferraz se han dado cuenta de que éste no es el momento de abrir las hostilidades: todavía no está confirmado por los hechos que el Partido Socialista pierde irremisiblemente el poder que ha ostentado durante casi 37 años, así que hay que darle la oportunidad a la condenada de intentar conservar la presidencia de la Junta  aún sabiendo como sabemos todos que lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible.

Cierto, existe la opción de que Ciudadanos convierta en una realidad la amenaza que estuvo circulando ayer martes por las redes sociales y que incluso deslizó uno de sus dirigentes en un corrillo off the record con periodistas: que el partido naranja apueste finalmente por una repetición de las elecciones. Evidentemente esa es una idea disparatada porque una segundas elecciones -que podrían ser en marzo- harían el efecto de una segunda vuelta electoral en la que el votante socialista que se ha abstenido esta vez podría, arrepentido, acudir de nuevo a las urnas para devolver el gobierno andaluz al PSOE, lo cual les sería cobrado a los de Albert Rivera a precio de castigo implacable en esos mismos comicios y, por supuesto, en los siguientes de mayo en toda España. Pero esa es la esperanza a la que se aferraba el martes por la mañana Pedro Sánchez en la reunión de su Comisión Ejecutiva, que traducía en términos parecidos a éstos:  "Hay que esperar porque no todo está perdido todavía y hay que dejar que Susana intente hasta el final formar gobierno".

La suerte ya está echada para ella, vieja adversaria del líder al que intentó sin éxito desbancar

Pero es que ni siquiera en la hipótesis de esa locura de repetir las elecciones andaluzas la dirección del PSOE estaría dispuesta a que Díaz repitiera como candidata. La suerte ya está echada para ella, vieja adversaria del líder al que intentó sin éxito desbancar, y es casi imposible que las cosas se recompongan.

Los reproches a la presidenta andaluza por parte de la dirección federal socialista son numerosos y de fondo: se la acusa de haber decidido por su cuenta el anticipo de las elecciones y de haber montado además una campaña desastrosa, primero plana y después agitadora continua del fantasma de Vox como amenaza, una presencia en los medios regalada graciosamente por la propia Díaz que le ha valido al partido de Abascal la friolera de 12 escaños; una campaña en la que ha querido estar sola, con una mínima presencia de Pedro Sánchez y con  la ausencia rotunda de todos los demás miembros del Gobierno, incluidas las ministras andaluzas Carmen Calvo y María Jesús Montero, y de todos los demás líderes regionales.

Una campaña en la que elaboró con total autonomía una lista electoral en la que no había un solo "sanchista". Todos eran "susanistas".  Ella sola, ella sola. Eso es lo que quería y lo que impuso. Y ahora, naturalmente, los demás no están dispuestos a reconocer la más remota responsabilidad en lo sucedido. Ella sola se lo guisó y ella sola se lo va  a comer.  Todavía no, cuando llegue el momento, que aún no ha llegado.

Ella intenta desesperadamente repartir las migajas del fracaso e insiste en que la política del presidente en relación con Cataluña y su relación demasiado amable con los independentistas catalanes -a los que necesita para aprobar los Presupuestos y quienes, junto con el PNV y Bildu, hicieron posible que triunfara su candidatura en la moción de censura- es lo que ha retenido a los votantes tradicionales del PSOE en su casa y lo que explica el elevado índice de abstención que ha perjudicado claramente las opciones electorales del socialismo andaluz.

Y tiene razón, como la tienen los miembros de la dirección socialista que adjudican a Díaz toda la culpa de su fracaso. El problema para ella es que su íntimo enemigo dispone del poder, algo que ella acaba de perder asestándole de paso un golpe mortal a los planes del presidente para el inmediato  futuro.

Susana Díaz va a acabar pagando no solamente su fracaso histórico al haber desalojado al PSOE de la Junta de Andalucía -su feudo, su finca, su casa, su propiedad- sino el fracaso de los planes de Sánchez que contaba con repetir el éxito de las 10 legislaturas anteriores para, a lomos de ese caballo, acometer la siguiente convocatoria electoral de las municipales y autonómicas de mayo reforzado con el triunfo andaluz, un tipo de triunfos de los que él, perdedor impenitente, siempre ha carecido. Y eso no se lo va a perdonar.

El choque se aplaza pero se producirá inexorablemente. Esto que vamos a ver en las próximas semanas es una versión política, y por lo tanto pacífica, de aquella expresión que  hizo popular el que fue ministro del Interior bajo los gobiernos de Aznar, Jaime Mayor Oreja: la tregua-trampa.  Eso es lo que se le está ofreciendo a Susana Díaz, más por una conveniencia determinada por las circunstancias que por respeto o por compasión.

Nada de eso va a haber en un futuro relativamente próximo. Lo que va a haber es un enfrentamiento a cara de perro entre la federación socialista más numerosa y más poderosa y el equipo de un Pedro Sánchez  donde no existen ya, porque no se admiten, discrepancias. No hay pluralidad en el PSOE, eso ha desaparecido, los discrepantes han enmudecido y ya no se escuchan voces críticas con las políticas del presidente del Gobierno.

La única voz crítica que podría alzarse en este panorama sería la de una lideresa perdedora en un esfuerzo por no soportar sobre sus hombros todo el peso del fracaso andaluz y dispuesta a exhibir el hecho indiscutible de que ella ha ganado las elecciones autonómicas frente a un Pedro Sánchez que ha perdido las dos elecciones generales a las que se ha presentado.

Por eso Susana Díaz tiene las horas contadas, porque eso no va a suceder y no va a suceder porque la dirección socialista se lo va a impedir. Eso lo explicó muy claramente el lunes un Ábalos que el martes se desdijo de sus palabras porque era evidente que se había precipitado. Lo que dijo el lunes fue que la dirección federal se iba a “implicar absolutamente” en la “necesaria regeneración” de la federación de Andalucía y eso significa limpieza política, renovación de cargos dirigentes hasta que el partido se parezca al "nuevo PSOE", que es el del señor Sánchez y no el de la señora Díaz.

Pero  eso llevará tiempo y se hará sin prisas aunque sin pausas. De momento hay tregua pero no se ha firmado de ninguna manera la paz. Todo lo contrario. Esta tregua lleva dentro una trampa que estallará en cuanto la ocasión lo aconseje.