Tenía que ser Borrell, que está en el Gobierno para poner cataplasmas, el que hablara de la “política ibuprofeno” de Sánchez en Cataluña. O sea, intentar sólo, o antes que nada, bajar la inflamación. Borrell es como un médico veneciano, un médico de la peste, con su máscara de esqueleto de ave, ahí entre el deber y la condena. Los médicos de la peste terminaban casi todos muriendo o huyendo, claro. Borrell intenta hacer lo que puede sin medios y sin ciencia, en el gabinete de Sánchez que es como una Venecia de gondoleros guapos y supersticiosos, sitiada por abscesos y carros de paja. A Borrell se le escapa demasiado a menudo que quiere irse, que no quiere morir allí en esa república de pústulas. La política ibuprofeno ha tenido “poco éxito”, terminaba reconociendo el otro día. Como el perfume contra la peste negra.

Borrell nos dice que Sánchez ha estado recetando ibuprofeno igual que los médicos malos o perezosos. Recuerdo que era lo que nos daban en la mili, siempre, tuviéramos lo que tuviéramos, dolor de muelas o cagalera. Ni siquiera nos veía el capitán médico, que estaba usualmente inaccesible, ociosamente ocupado imaginábamos, como un farero armando barcos de botella. Así que un cabo con pinta de kiosquero aburrido nos daba el ibuprofeno y ya íbamos servidos. De todas formas, el ibuprofeno es un medicamento real. Borrell, con su dignidad estoica, como un Séneca ante Nerón, aún pretendía convencernos de que Sánchez había intentado al menos aplacar la enfermedad. Pero lo de Sánchez no es ni siquiera ibuprofeno, sino homeopatía. Agua desleída en más agua, azúcar sin ninguna partícula de azúcar como su política sin ninguna partícula de política, un intento de combatir el veneno con una molécula de veneno más.

Sánchez no puede hacer de cirujano ni de dentista, no puede hacer siquiera de médico payaso

Sánchez no es ni siquiera mal médico, sino un brujo con manos trabajadas de carterista o violinista, como un anti Juan Tamariz. Después de dejar que Torra se crezca, que se vea impune y poderoso, que los CDR manden a los guardias a franquearles los pasos de peatones, que lo público y el Estado de Derecho hayan dejado de existir en Cataluña; después de oírles una y otra vez que no hay vuelta atrás, que “o república o república”, y hasta invocar la guerra de Eslovenia, Sánchez manda una carta como con conjuros élficos. Una carta, como la advertencia llorosa de un amante. La leve afiladura del papel de carta, como de un duelista que no quiere batirse. Una carta, y agitar un poco las manos en el Congreso, el otro día, con cara enfurruñada e inverosímil. Una carta a Torra y quizá ponerle dos velas negras. Los pases mágicos con sus manos de kung-fu, de magia o malabares de Manolita Chen, falsa china de Vallecas con falsas uñas Ming.

Sánchez no puede hacer de cirujano ni de dentista, no puede hacer siquiera de médico payaso. Ni ibuprofeno, ni árnica, ni aspirina infantil, ni gominolas balsámicas que suavicen al suave Torra capaz de mandar a la guerra susurrando, como una sibila. Sánchez no puede hacer nada contra la infección porque ha sido esa infección la que lo ha llevado a la Moncloa. No tiene fuerza porque ya lo concedió todo desde el principio, empezando por el relato, por las propias premisas independentistas: ya ha afirmado que con un 75% de catalanes a favor, él se encargará de resolver la cuestión. Por encima de la ley, suponemos, porque con la ley no hay manera de hacer eso. Lo hará a lo David Copperfield (el mago, no el de Dickens), quizá. Lo hará moviendo sus espejos de feria o de cama. O lo hará con su botica de la abuela, con su jarabe de cerezas, con sus flores machacadas, emborrachándonos con su voz de adormidera o achinando sus ojos mesmerianos. No hará nada, claro. Sólo aguantar.

Torra y Puigdemont ya van por Eslovenia, balcanizando España, y hasta pidiendo armamento militar para los Mossos. Sánchez manda una carta y enciende un palito de incienso. Borrell, piadoso e indulgente como un mentor, lo ha llamado “política ibuprofeno”. Es menos que ibuprofeno, es una cena vegana contra el golpismo envalentonado como nunca. En realidad, ya digo, como ocurre con toda la falsa medicina mágica, Sánchez no está haciendo nada. Seguramente nunca ha tenido intención de hacer nada. Sólo ganar tiempo con bebedizos y ponzoñas, mientras la ingenuidad le sigue financiando sus fantasías de princesito y la enfermedad va pudriendo al cliente, mentolado, ciego y ya condenado.