Pedro Sánchez no es pionero en casi nada. A lo mejor se le puede atribuir la moda de la chaqueta lapislázuli o aquello de recibir al monarca con las manos en los bolsillos, como quien espera el autobús de vuelta para su pueblo. Pero, en realidad, nada de lo que le ha sucedido como presidente es novedoso ni exclusivo. Ni siquiera es el primer gobernante con deje narcisista que se obsesiona con las conspiraciones que existen a su alrededor. Cuando Fidel Castro se sentía inseguro, lanzaba a los estudiantes a la calle, se daba un baño de masas y, tras exhibir músculo ante sus enemigos, hacía los cambios que fueran de recibo. En su partido, se entiende. ¿Dónde iba a ser?

La estrategia es muy similar a la que ha desplegado el presidente en las últimas horas. Consiste en acorralar a los críticos y movilizar a los suyos antes de tomar una decisión. ¿Irresponsable? Sin duda, pero nada novedoso. Todo está inventado a estas alturas. La pólvora, las puñaladas traperas y las cacerías mediáticas.

Seguro que Pablo Porta se acordó de José María García en su lecho de muerte. Aquello sí que fue una persecución. El periodista se obsesionó con que el presidente de la Federación de fútbol era un corrupto y le organizó una campaña que incluyó ataques “por tierra, mar y aire”. Su clímax llegó cuando García cazó a su enemigo utilizando su coche oficial para pasear al perro. La exclusiva la difundió en TVE. “Ahí está el can haciendo pipí”, se escuchó durante la transmisión. El director general de la pública era entonces José María Calviño, el padre de Nadia.

Trajes, cremas y escraches

Porta no anunció entonces cinco días de reflexión. Tampoco lo hizo Cristina Cifuentes cuando afloró el asunto de su máster en la Universidad Rey Juan Carlos. Ella siguió en su puesto y trató de sobreponerse al escándalo como bien pudo. No le dejaron. Al poco, trascendió aquel vídeo en el que aparecía en un supermercado mientras se apropiaba de lo ajeno. No se me ocurren muchos ejemplos mayores de 'guerra sucia'.

Francisco Camps tampoco tuvo la oportunidad de retirarse a los cuarteles de invierno cuando la prensa comenzó a bombardearle por el tema de sus trajes. La memoria del lector es corta y los periodistas tampoco se empeñan mucho en avivarla -por su bien-, pero El País llegó a dedicar 169 portadas a este asunto, del cual fue absuelto por la justicia. La causa murió en 2013 en el Supremo. Unos meses después, la infanta Cristina se sentó en el banquillo de la Audiencia de Palma. Lo hizo a iniciativa de Manos Limpias. Quienes hoy claman al cielo por la hediondez de este sindicato, entonces lo celebraron.

Algunos han aprovechado la carta de Sánchez para tirar de victimismo. Es el caso de Pablo Iglesias, quien siempre ha sostenido -y con razón- que aquel Informe PISA que orquestaron en el ministerio de Jorge Fernández Díaz era una auténtica bomba fétida. Que el documento era falaz y malintencionado. Sucio y falso.

Contra el líder de Podemos también se organizó un grupo de energúmenos que se manifestaba casi a diario frente a su chalé, algo que también podría ser definido como una maniobra de acoso y derribo.

Lo que ocurre es que Iglesias fue quien avivaron las persecuciones a los rivales políticos. Las que entonces se publicitaron bajo un conocido eufemismo: el de escrache. Eran “jarabe democrático”, dijo el revolucionario de Somosaguas. La exvicealcaldesa de Madrid, Begoña Villacís, recordaba esta semana que ella sufrió uno cuando estaba embarazada. Sin rubor y sin escrúpulos. Entre los participantes se encontraba Alejandra Jacinto.

Estas cosas siempre son más fáciles de justificar cuando le afectan a otro. El propio Pedro Sánchez llegó a airear un bulo sobre la actividad de la mujer de Alberto Núñez Feijóo -publicado por Infolibre- en una sesión de control al Gobierno. Y en la pasada campaña electoral, no dudó en recordar al líder de la oposición que existen fotografías en las que aparece junto a Marcial Dorado. La máquina del fango es bidireccional: de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Siempre ha sido así. Miguel Sebastián (PSOE) llegó a mostrar en un debate electoral la fotografía de una presunta amante de Alberto Ruiz- Gallardón.

Victimismo improcedente

Dentro de un país cuya política se ha convertido en un espectáculo populista lamentable, mezcla de sainete y derbi futbolístico, entra dentro de lo normal que el populacho jalee o critique los ataques en función de quiénes los efectúen. Pero que el propio presidente del Gobierno caiga en esa actitud resulta bastante patético y a todas luces improcedente.

A nadie puede extrañarle que Sánchez esté preocupado porque su mujer ha sido señalada. Ahora bien, su victimismo desprende cierto aroma autoritario -y cesarista- que debería preocupar. Porque esto no forma parte de una maniobra defensiva, sino de un ataque directo y sin medida. Más allá de lo que anuncie el lunes, lo que ha conseguido Sánchez es poner en el foco a sus enemigos y situarlos como parte de una trama “de medios de derecha y ultraderecha” que han emprendido una campaña sin precedentes. Además, contra gente inocente. Pobre Begoña.

La realidad es que lo que le ocurre al presidente ya lo han sufrido otros; e incluso su propio Gobierno ha avivado esas campañas contra familiares de otros representantes políticos. Que le pregunten a Isabel Díaz Ayuso.

A partir de ahí, que cada cual conceda la razón a quien piense que la tenga, pero es evidente que, con esta maniobra, el César español contemporáneo ha buscado asestar su golpe más fuerte contra sus enemigos con una falacia descomunal.