Óscar Puente, ministro de nariz rota y coderas, no está ahí para espantar a viejas y chiquillos, ni siquiera para que veamos más guapo y demócrata a Sánchez, sino simplemente para que no miremos a Sánchez. Aquí estamos, ya ven, hablando de Óscar Puente, que va suelto por las redes como el que va suelto de barriga y hace peinetas y calvos intercontinentales que nos enemistan con Argentina, aunque igual podría habernos enemistado con Lepe.

Óscar Puente, zapatón y bocamangón, es el gancho que hace falta para el tocomocho o para la estampita, se haga el broncas o se haga el tonto, pero no cree uno que haya que estar diciendo todo el tiempo que es impropio tener un ministro que torpea o babea o se caga encima así. En realidad, es el ministro que mejor cumple su cometido, que es que hablemos de él y no del jefe. Sánchez puede haberse proclamado generalísimo tristísimo, con la gorra a media asta como su corazón o su nardo, pero no vamos a preocuparnos por la democracia pudiendo preocuparnos por los modales. Esto, por cierto, podría firmarlo Zapatero, otro que va con estampita o con bote, como Lina Morgan.

Óscar Puente, que sólo es un ministro con tirachinas y cojín de pedos, ni siquiera es esa gran baza o debilidad que permite por fin contradecir, refutar o negar a Sánchez. Por mucho que Puente mastique fango con su dentadura como de madera (esa cosa de cojo desdentado de barco pirata que tiene él), por mucho que Puente insulte como en aquella guerra de Gila, por españolísima y secular escasez, nadie contradice, refuta o niega a Sánchez como el propio Sánchez.

Puente es importantísimo ahora para el presidente, porque con él parece que se empata o se borra lo de Sánchez

Recordar a Sánchez, entrecomillar a Sánchez, mirar cómo Sánchez, ahora igual que antes, nos descubre la maravilla de que lo democrático siempre coincide con lo que lo mantiene a él en el poder, incluso aunque contradiga lo que era democrático hace un año o hace un rato, incluso aunque resulte imposible que sea democrático, como pretender que los jueces no puedan investigar a tu santa; eso, Sánchez en retrospectiva, Sánchez sin memoria, Sánchez sin principios, Sánchez siguiendo punto por punto el manual del autócrata con borloncitos, eso es lo que importa, no lo que Puente tuitea con los calzoncillos por los tobillos. Por eso hay que olvidar a Puente.

Puente es importantísimo ahora para el presidente, porque con él parece que se empata o se borra lo de Sánchez. Puente está ahí, como con una metralleta de salivazos, para que lo único que se pueda alegar contra Sánchez sean las boqueras del ministro, disculpables, en todo caso, por su ardor de mosquetero demócrata. Por ejemplo, decir que Milei se mete es automáticamente disculpable porque es extrema derecha trumpista y patillosa. Así el fango se santifica y se convierte en un arma de la democracia, como cualquier cosa que pase por el filtro doméstico de Sánchez, ese filtro que tiene colocado en el colchón de la Moncloa y que yo imagino como un filtro de lavadora, lleno de pelusas del ombligo y de principios perdidos igual que calcetines desparejados. Ayuso con el hermano y el novio haciendo ya como pósteres de Falcon Crest, las acusaciones a la señora de Feijóo, las declaraciones también de Feijóo mandando a las mujeres a fregar, la ONU como cuatro particulares interesados y la Comisión de Venecia aplaudiendo la amnistía; todo esto no es fango sino, quizá, como decía aquel que ahora pasa la escoba por los bares y la bayeta por los micrófonos, jarabe democrático, jarabe democrático creativo.

La única escapatoria que ve Sánchez es intentar controlar la justicia, los medios y lo que haga falta para tapar su decadencia

En realidad lo que pasa es que la máquina de fango se vende mal, por mucho que Sánchez vaya puerta por puerta con sudor de sombrero y de bolsillos, como el que antes vendía aspiradoras o enciclopedias, o el que ahora compra almas para Jehová o para la telefonía. La máquina de fango se vende mal porque nadie compra ya fotonovelas ni yogurteras, ni máquinas que te lo hacen todo en el bricolaje, en la cocina o en la cama, que todo eso ya sabemos que está entre lo demodé y la estafa. Eso de que la democracia dependa del control de la justicia y de los medios justo cuando al líder le investigan a la señora y al partido, eso ya no hay quien lo compre.

En el extranjero volvemos a inspirar cachondeo y tipismo condescendiente, y sólo les falta decir que nos gobierna un dictador disfrazado de torero, como alguno dijo de Tejero. Y aquí, en España, se están descolgando creyentes que se sienten idiotas y periodistas caídos del guindo, y al peronismo discotequero de Sánchez sólo parece quedarle su público de siempre, como el que tienen la teletienda o Benidorm, en este caso los enchufados, los mamados y los soplasopas.

La máquina de fango no se vende bien, sólo está ahí como una absurda moto de agua en la Moncloa. Sánchez está más débil que nunca y ni siquiera veo que Illa lo pueda salvar, que pactar con ERC significaría la venganza de Puigdemont y pactar con Puigdemont significaría el despecho de ERC. Así está Sánchez, sin socios y sin más apoyo en las calles que sus propios militantes juramentados y cuatro culturetas folclóricos que saldrán para cualquier cosa con tal de sacar la peineta izquierdista.

La única escapatoria que ve Sánchez es intentar controlar la justicia, los medios y lo que haga falta para tapar su decadencia y poder repetir su milagro. De nuevo, no lucha por una democracia que cada vez tiene menos pudor en negar, sino por su supervivencia. Lo que ocurre es que nunca ha estado tan desesperado, y por eso nunca ha sido tan peligroso. Óscar Puente es tan importante que habría que dejar inmediatamente de hablar de él.