Al principio era la nada. El hundimiento de las instituciones republicanas en 1939 y el Estado franquista que surgió de la Guerra Civil desmantelaron la autonomía de Cataluña alumbrada por el Estatuto de Nuria de 1932. El uso de la lengua catalana fue erradicado de la esfera política y administrativa. El castellano era la única lengua oficial en Cataluña. El castellano era la única lengua española en los cuatro puntos cardinales del país. El idioma en el que está escrito el artículo que el lector tiene en la pantalla de su ordenador ostentaba el monopolio en la Administración, la enseñanza pública y la mayoría de los medios de comunicación. Se podía hablar, escribir y publicar en el idioma catalán, pero su empleo permanecía restringido al ámbito doméstico y tampoco estaba ausente en el mercado, la plaza urbana o el mundo de los payeses.

Sólo al final de la dictadura el catalán exploró una pequeña “terra incognita” de dominio público. En 1964, TVE emitió su primer programa (sobre el arte del teatro) en dicha lengua. Por su parte, la Ley de educación del ministro Villar Palasí (1970) admitió tímidamente la posibilidad de enseñar en la escuela lenguas españolas distintas del castellano.

Pero, en general, durante el largo período transcurrido entre 1939 y 1975, la falta de protección oficial a la lengua de Jacinto Verdaguer depreció su calidad y, en ese ambiente político desfavorable, creció el previo –e indeseable- fenómeno de diglosia: una sociedad mayoritariamente bilingüe hablaba catalán (lengua inferior) y escribía (debido a su mayor prestigio) en castellano. La situación del idioma catalán se agravó aún más con la llegada de la ola migratoria de posguerra, a partir de los años 50, procedente de otras regiones de España. Lo que era bueno para la industria y la prosperidad de Cataluña era malo, en aquellos momentos precisos, para la lengua vernácula.

Algo más que la recuperación de la lengua

Llegó la democracia y la Constitución de 1978 (CE) articuló la intención honesta y sincera de la sociedad española de que Cataluña recuperara sus libertades, empezando por la lengua. Su artículo 3.1 afirma: “El castellano es la lengua española oficial del Estado”. Por su parte, el apartado 2 del mismo artículo dice: “Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos”.

Sin embargo, y con la complicidad absoluta del Estado, apenas un año después de la aprobación de la CE, el Estatuto de Autonomía de Cataluña (diciembre de 1979) pasó por encima de la Carta Magna. Eran los tiempos del futuro marqués de Tarradellas y, como el concepto de “lengua oficial” no era del gusto del nacionalismo catalán “moderado” (y tampoco le hacía tilín al socialismo de la región), comenzó a trazarse la ruta del esencialismo catalán. Cataluña era distinta de los demás territorios del Estado. Se abrieron las taquillas del festival autóctono sin fecha definida para apagar las luces de su estreno y proceder al cierre de la función estelar. Había empezado el doble juego político y el doble lenguaje.

La situación del idioma catalán se agravó aún más con la llegada de la ola migratoria de posguerra, procedente de otras regiones de España

El artículo 3º.1 del Estatuto de 1979 rezaba: “la lengua propia de Cataluña es el catalán”. El mismo concepto utiliza el artículo 6.1 del vigente Estatuto de Autonomía de Cataluña, que dice literalmente: “la lengua propia de Cataluña es el catalán. Como tal, el catalán es la lengua de uso normal de las Administraciones Públicas y de los medios de comunicación públicos de Cataluña, y es también la lengua normalmente utilizada como vehicular y de aprendizaje en la enseñanza”. El idioma castellano bajó un peldaño y pasó a ser una lengua anormal respecto a las políticas públicas de la Generalitat.

Cabecera de la manifestación convocada en Barcelona por Societat Civil Catalana contra la independencia de Cataluña.

El texto original del Estatuto catalán de 2006 decía: “…el catalán es la lengua de uso normal y preferente…”. Sin embargo, el segundo adjetivo fue declarado inconstitucional y nulo por la Sentencia del Tribunal Constitucional (TC) núm. 31/2010, de 28 de junio. Además, el apartado 2 del citado artículo 6 manifiesta que “el catalán es la lengua oficial de Cataluña”, un rasgo jurídico que, según el propio apartado 2, comparte con el castellano.

Los que ahora se presentan sin disimulo como independentistas son (y fueron) unos discípulos aplicados de William Kristol y Robert Kagan, los jefes del movimiento neocon estadounidense entre 1990 y 2005. Ya sabemos el desprecio que sentían los neocons por el Derecho como fuerza organizadora de la sociedad y del juego limpio en el debate de las ideas políticas. ¿No intuíamos ya en los decenios de 1980 y 1990 el poco respeto que sentían los dirigentes de la Generalitat hacia las resoluciones del TC o del Tribunal Supremo? Sólo la ingenuidad disculpa a las élites del sistema político español que, puestas a no ver, no vieron la estrategia de los hechos consumados del nacionalismo catalán y de su desobediencia incansable a los mandatos de la CE. Lo cierto es que, desde hace cuarenta años, el catalán es la lengua preferente en Cataluña y el castellano, como diría Unamuno pero en sentido contrario, es un idioma para conversar en la intimidad del hogar con la bata de andar por casa y calzadas las zapatillas de felpa.

Los programas de inmersión lingüística inaugurados a principios de los años 80 han dado su fruto. El catalán no sólo ha recuperado el carácter oficial que le negaba el franquismo. Es la lengua preeminente en Cataluña. Nunca, como hoy sucede, se había escrito y hablado tanto y tan bien en catalán en Cataluña la Vieja y Cataluña la Nueva.

De la lengua propia a la nación

1.- Las primeras elecciones autonómicas en Cataluña se celebraron el 20 de marzo de 1980. Triunfó una coalición nacionalista encabezada por Jordi Pujol, que fue investido President de la Generalitat (cargo que desempeñaría hasta el año 2003, en el que fue sustituido por el socialista Pascual Maragall). Desde el primer momento y bajo los auspicios políticos del President, la máquina burocrática de la Generalitat se propuso (con un éxito notable) “fer país” y “catalanizar” lingüística y culturalmente toda la geografía humana de Cataluña. La expansión de la lengua catalana ha sido el mejor instrumento “doctrinal” y “socializador” de la Generalitat, la antesala puesta al servicio del objetivo final: la independencia.

Apenas un año después de la aprobación de la Constitución, el Estatuto de Autonomía de Cataluña pasó por encima de la Carta Magna

El gran mérito de Pujol ha sido –incluso una vez retirado de la política activa- el hecho de no tener “sucesores”, en sentido estricto. Maragall, Mas, Rahola,…son, en el fondo y retórica aparte, hijos políticos suyos. Son clones ideológicos del Alí Babá del Mediterráneo Occidental (naturalmente, con permiso de Juan March). ERC, el Partido de los Socialista de Cataluña e incluso los poscomunistas descendientes de Jordi Solé Tura se comieron, hace ya muchos años, el solomillo de sus diferencias ideológicas con la antigua Convergència Democràtica de Catalunya. Buena prueba fue su frente común en defensa del maximalista Estatuto de 2006.

Son las piezas intercambiables de un movimiento transversal cuya primera razón de ser fue el sacerdocio, como arietes y escudos, de las libertades catalanas. Hoy sus epígonos son Puigdemont, Junqueras, Torra… Es verdad que al partido que en la actualidad dirige Miquel Iceta su naturaleza anfibia le ha originado numerosas deserciones. Los socialistas catalanes son miembros de un partido nacionalista vergonzante –de ahí las continuas bajas en el pasado y su reducido papel político contemporáneo-, pero existe una cuestión que no les diferencia –o lo hace muy poco- de los independentistas. El cimiento de todas sus aspiraciones políticas es la lengua. Sin excepciones, todos militan en un movimiento identitario basado en un idioma común. Todos permanecen adheridos al supremacismo catalán. Mientras tanto, ¿qué hacían los sucesivos gobiernos de España para sofocar el incendio? Dejando aparte a Rodríguez Zapatero, al que le pirraba echar más gasolina al fuego, los demás presidentes bostezaban con la lira en la mano.

El ex presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero EFE

2.- ¿Por qué tanto énfasis en la lengua “propia”? La respuesta es sencilla. Al fundador del romanticismo alemán, Johann Gottfried Herder, se debe la ecuación lengua = patria (o nación). La inmersión lingüística de Pujol tuvo el propósito de enlazar la Cataluña actual con la Renaixença, el movimiento cultural y literario catalán que alcanzó su máximo esplendor en la segunda mitad del siglo XIX. La Renaixença, poseída por el demonio de la exaltación patriótica, buscaba la independencia cultural de la nación catalana. No despreciaba la aspiración a la separación de Cataluña del resto de España pero la consideraba una quimera dentro del marco político del Estado-nación de la época. Por su territorio, por su población y por su eventual poderío militar, elementos todos menores de edad, Cataluña estaba condenada a permanecer dentro del Estado español. Por sí misma no podía competir con estados como Francia o el Reino Unido. La lengua era el requisito indispensable para forjar sobre ella la identidad de un pueblo o incluso de una nación, pero exclusivamente en su sentido cultural.

La expansión de la lengua catalana ha sido el mejor instrumento “doctrinal” y “socializador” de la Generalitat, la antesala puesta al servicio del objetivo final: la independencia

Sin embargo, tras su ascenso a la magistratura suprema de la Comunidad Autónoma, Jordi Pujol podía comenzar a hacer realidad el viejo sueño de la Renaixença. Por primera vez en la historia moderna de Cataluña (si descontamos el fracaso de la experiencia republicana y su derrota durante la Guerra Civil), los nacionalistas disponían de un arma institucional de incomparable valor. Pujol era “el molt honorable president de la Generalitat de Catalunya”. La lengua catalana ya era el catalizador de una nación política. ¿Por qué? Por una serie de claves interconectadas en el contexto de la política y la economía globales. Fundamentalmente, por el desplazamiento del poder del Estado-nación hacia y a favor de agentes no estatales (y en ocasiones ni siquiera públicos) y otras fuerzas que ya no operan en el antiguo ámbito del sistema internacional sino en un mundo trasnacional. O lo que es lo mismo y dicho con otras palabras: por la devaluación del concepto de “soberanía estatal” como principio normativo.

Ahora no son decisivos, como hace medio siglo, la extensión del territorio, la demografía o la capacidad militar. Cataluña, si tuviera el imprescindible reconocimiento internacional, podría ser un Estado viable. La distribución trasnacional del trabajo, la especialización y el principio de “ventaja competitiva”, le permitirían a Cataluña sobrevivir en el orden mundial como una incubadora de high-tech, un agregado de talleres de diseño y moda o, si lo prefiriera, un casino para jeques del Golfo Pérsico.

De la nación al Estado

1.- ¿Cuál es la mayor aspiración natural de una nación política? Levantada de nueva planta una nación distinta de la española gracias a la intercesión de una lengua “propia”, el paso siguiente será fundar asimismo un Estado “propio” desgajado del Estado español. En la actualidad nos encontramos en la penúltima fase de la estrategia independentista, la del establecimiento de “estructuras organizadas” de carácter transitorio que constituirán el puente necesario con el futuro –e hipotético- Estado catalán. Esta fase la inició unilateralmente el “Parlament” los días 6 y 7 de 2017 y continuó hasta el simulacro de referéndum del 1 de octubre y la posterior proclamación (y suspensión temporal) de la, también simulada, República Catalana aprobada por el “Parlament” el 27 de octubre siguiente. Como es sabido, esta primera fase fue abortada por el Gobierno de Mariano Rajoy al obtener del Senado su autorización para aplicar el artículo 155 CE e intervenir la Generalitat. Pero, también como todos sabemos, los independentistas han vuelto al punto de salida de la citada penúltima fase en busca de su Estado.

¿Qué hacían los sucesivos gobiernos de España para sofocar el incendio? Dejando aparte a Zapatero, al que le pirraba echar más gasolina al fuego, los demás presidentes bostezaban con la lira en la mano

No quiero que se entienda mal el uso, por mi parte, del término “estrategia”. Desde 1979 hasta hoy no ha existido en la mente nacionalista “un programa” elaborado sobre los sucesivos escalones que debían subir los catalanes más intransigentes e irreductibles hasta erigir en la cima de su construcción política el Estado catalán de sus sueños. Pero, no obstante, sí estoy íntimamente convencido de que todo ese trayecto formaba parte de su vocación, espíritu y voluntad desde el primer momento. Como también lo estoy de que el nacionalismo catalán ha sido mucho más inteligente que las élites políticas españolas, que los nacionalistas han sabido adaptarse mejor al signo de los tiempos y que, en su lucha darwinista con el Estado español, han demostrado una evolución superior respecto “al estado de las cosas”. Tomando en préstamo la teleología de Hegel, se debe reconocer que “la astucia de la razón” del nacionalismo catalán ha ordenado la agenda de cada día, ha dominado la escena política y ha colocado siempre a las instituciones del Estado a la defensiva.

2.- A diferencia de Alemania, donde la nación es previa al Estado y éste su producto, en España –desde los primeros Borbones del siglo XVIII-, el proceso ha sido el inverso. Del Estado, primero, a la nación. Pero con una particularidad. Si es un tópico referirse a España como una nación de naciones, realmente se debe a la debilidad histórica del Estado para conformar una nación única, indiscutible. La organización del Estado español instaurada por la Constitución de 1978 adolece de una debilidad congénita por una serie de lastres históricos que el separatismo catalán ha aprovechado muy bien.

Ejemplar de la Constitución Española.

Arrumbando ahora los estragos causados por la Segunda República, la Guerra Civil y los diversos franquismos que se sucedieron en el dilatado período 1939-1975, debo referirme al contexto, si me permiten la redundancia, histórico-temporal que alumbró la organización del Estado-nación en Europa occidental. Tenemos que volver la vista, brevemente, al siglo XIX. En este período el Estado español no responde a la definición clásica del Estado nación. En España no cuajó con fortaleza dicha categoría política por, entre otras, las siguientes causas:

I.- Las continuas guerras civiles.

II. -La pérdida de los territorios de Ultramar, justo el reverso del éxito de los imperialismos británico y francés, y en menor medida el alemán. En nuestro país, el Ejército se engolfó en inútiles “campañas de prestigio” mediado el siglo XIX, por los empeños personales de O'Donnell y Prim: Santo Domingo, México, el norte de África, la Cochinchina… Años después, la sangría humana en el Protectorado de Marruecos enfrentará a unos militares humillados y al poder civil y las clases populares.

III.- Los múltiples pronunciamientos militares, primero de signo liberal y luego reaccionario. El Ejército era más poderoso que la sociedad y sus partidos, con las complicaciones añadidas citadas en el apartado anterior que socavaron la legitimidad y el funcionamiento racional del Estado.

IV.- Los disturbios y la inestabilidad política del período 1868-1874.

V.- La debilidad del desarrollo capitalista de la economía española. Con las excepciones sabidas (“los condes siderúrgicos” de Unamuno, en los que prende el espíritu de empresa tanto como su pasión por los valores de la hidalguía), la innegable reforma económica que produce el capitalismo en España no es obra de una inexistente meritocracia. El capitalismo es, por un lado, consecuencia de las desamortizaciones eclesiástica y municipal, que favorece a los caciques rurales y a los campesinos ricos que pueden pujar en la adquisición de los nuevos bienes nacionales, expropiados a la Iglesia o a los municipios (“propios” y “comunes”). Y, por otra parte, como es el caso de las indianas catalanas y el hierro vizcaíno, por la protección del Estado mediante los aranceles a la importación de los bienes de la competencia exterior.

VI.- La incapacidad del régimen canovista para integrar a las masas obreras y populares en el sistema de la Restauración, de naturaleza censitaria.

VII.-El régimen político y económico particular de las “provincias exentas” vascongadas. Un régimen de privilegio que otros territorios del Estado, como Cataluña, reivindicarán constantemente. Cataluña no quiere ser menos que nadie.

VIII.-Las insuficiencias estatales a lo largo del siglo XIX en las materias de educación, instrucción y enseñanza nacional.

3.- Los nacionalistas catalanes siempre han presumido, y ahora lo hacen más que nunca, de que sus reivindicaciones de autodeterminación en su pugna contra el Estado obedecen a un mandato “originario” del pueblo catalán, que los gobernantes son el eco institucional de un grito y una voz popular que claman, hoy a mandíbula batiente, por la independencia de Cataluña. Según el relato, falso y victimista, del separatismo catalán, su movimiento patriótico va de abajo arriba, y encarna la aspiración, natural y espontánea, de la sociedad catalana a fundar un Estado propio. Dicho relato pertenece al género literario de ciencia ficción.

El nacionalismo catalán ha sido mucho más inteligente que las élites políticas españolas, que los nacionalistas han sabido adaptarse mejor al signo de los tiempos

La Generalitat ha sido y es el embrión del futuro e hipotético Estado catalán. La Generalitat es un poder vicario del Estado español y de la Constitución de 1978. La Generalitat no ha salido de la nada, es obra del poder constituyente español. Pero, a la vista de todos los que querían verlo y también de los que, simulando que dormían la siesta han abdicado de sus deberes constitucionales, la Generalitat de Catalunya ha mutado desde la autonomía inicial a una organización paraestatal y teratológica, debido a su deslealtad hacia los valores de la Constitución y prevaliéndose de los propios defectos de la Carta Magna (como, por ejemplo, su ingenua distinción, dentro del territorio español, de unos sublimes y extraños entes denominados “nacionalidades” y otros con menor pedigrí denominados “regiones”).

La Generalitat catalana nos ha situado a todos los ciudadanos al borde del abismo por su juego continuo de luces y sombras, por desencadenar una “guerra de desgaste” contra el Estado español que dura ya cuarenta años. El independentismo catalán ha prosperado gracias a la inteligente estrategia desarrollada por la Generalitat, a su gran adaptación al terreno de juego político, por su entrismo y su parasitismo de todas las instituciones estatales. La Generalitat es Alien, el Octavo Pasajero de la nave del Estado.

4.- Para rematar la faena ha llegado vestido con el traje de luces el mejor torero de la fiesta nacional. Pedro Sánchez accedió legítimamente al Gobierno con el auxilio, entre otros, de los que nos amenazan con introducir un cisma estatal. Los mismos que pueden levantar o derrumbar los Presupuestos del Estado del que se quieren separar. Por exigencias del guión (particular) de Sánchez, los ciudadanos españoles hemos asistido, desnudos y sin enterarnos del todo (somos como el Titanic, que sólo vio la punta del icerberg un minuto antes de que se lo tragara el océano) a un ensayo de diálogo interestatal. Justo después de que ERC registrara su enmienda de totalidad al proyecto de los PGE de 2019, el Gobierno aceptó una mesa de partidos, estatales e independentistas, a montar exclusivamente en el solar de Cataluña. Con un tercero de por medio: un relator internacional.

El presidente de la Generalitat, Joaquim Torra, junto al presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, en La Moncloa. EP

Este propósito se asemeja al informe de la “Comisión Peel” (1937) sobre el futuro reparto territorial del Mandato Británico sobre Palestina. Dos pueblos enemigos, dos estados separados. La única diferencia estriba en que entonces el autor del plan era el delegado de una potencia ocupante que quería regresar a casa, y ahora el autor (a regañadientes) del plan es el presidente legítimo de un único Estado legítimo. Jugar a ser judíos y árabes en la España del siglo XXI es una farsa de pésimo gusto para una sociedad civilizada

Es verdad que el acuerdo estatal se cayó como un castillo de naipes porque Sánchez no aceptó “los puntos” de Quim de La Selva (Torra es natural de Blanes). ¡Faltaría más! Sánchez ejerce el poder ejecutivo del Estado. Pero ha caído en la trampa. Ha reconocido, ante propios y ajenos, la existencia de dos partes, distintas y enfrentadas, que se sientan a la mesa de negociación al mismo nivel. A veces las formas y los procedimientos lo son todo. La forma es el fondo.

La bola de cristal

Cataluña, a pesar del reventón del artículo 155, avanza hacia el sueño de ser “la balsa de piedra” de José Saramago. Es una isla dispuesta a desprenderse de la tierra firme denominada España, a la que hoy está unida precariamente por un istmo jurídico más estrecho cada día que pasa.

El separatismo catalán le está ganando la partida al Estado. La siguiente relación muestra su “artillería” argumental, hasta ahora victoriosa a pesar de que sus proyectiles son de fogueo:

I.- El discurso oficial del “España nos roba” ha calado en gran parte de la población. Ha sido la excusa perfecta para desviar la mirada fuera de la Generalitat y dirigir el malestar social por los estragos de la doble recesión iniciada en 2008 (desempleo masivo, cierre de empresas, peores servicios públicos) hacia “Madrid”. Con dos consecuencias óptimas para el independentismo: (1) según sus adeptos, los males gestores públicos no pueden brotar en la tierra más moderna y competitiva del Estado, y (2) el maná caerá del cielo cuando los insurgentes dejen tirados a los ineptos y perezosos españoles.

II.- En esta época dominada por la emoción y el sentimiento protector hacia “las víctimas de la opresión”, el Estado que ejerce el clásico y “legítimo monopolio de la fuerza” (Max Weber) parece un monstruo repugnante a los ojos de la opinión global. La campaña exterior de Diplocat ha sido magnífica y ha intoxicado más de lo que pretendía a muchos gobiernos y espectadores del orbe. Por el contrario, la diligencia que se le supone al Servicio Exterior del Estado ha ocasionado una calamidad pública. Ha sido una granizada política para los intereses españoles. La guinda la ha puesto el presidente Sánchez y su mesa de partidos. ¿Cómo no va existir un reconocimiento extranjero parcial de las aspiraciones de Cataluña si estas últimas no son desmentidas, en el ámbito interno, por el mismísimo jefe del Gobierno de España?

Cataluña está unida hoy a España precariamente por un istmo jurídico más estrecho cada día que pasa

III.- Al comienzo de la Segunda Intifada palestina (septiembre del año 2000), Shlomo Ben Ami, manifestó, con validez universal, que el impacto social de una imagen de televisión es superior a la explosión de una bomba nuclear. La imagen es la idea. La imagen explica completamente lo que muestra la pantalla. El espectador no necesita reflexionar, como tampoco ninguna información adicional. Cuando las televisiones del planeta retransmitieron las cargas de las fuerzas de orden público para dispersar a los “pacíficos” civiles que querían “votar” el 1 de octubre de 2017, el fiel de la balanza mediática se inclinó, casi hasta dejarla fuera de servicio, hacia la posición de los “indefensos” separatistas.

IV.- Por idéntica razón, el “pacifismo” de los dirigentes independentistas ha conseguido que el sistema judicial alemán y el sistema judicial belga desaíren al Tribunal Supremo español respecto a la entrega del fugado Carles Puigdemont. El victimismo separatista catalán ha alcanzado el paroxismo: tiene a su “president” natural y a medio “Govern” de 2017 en el exilio político, y al otro medio encarcelado por un Gobierno represor que les acusa de la comisión de delitos políticos y pide para ellos –mejor dicho, las pide el Fiscal- gravísimas penas de prisión. Todo ello sin contar la intervención temporal de la autonomía catalana por parte de las instituciones del Estado.

El ex president de la Generalitat, Carles Puigdemont.

El Tribunal Supremo ostenta la máxima legitimidad para aplicar a los autores del desastre catalán el Código Penal. Pero nunca deberíamos haber llegado a dicha tesitura. Los nacionalistas catalanes llevan provocando al Estado cuarenta años. Los sucesivos gobiernos españoles (con el respaldo de sus “intelectuales orgánicos”) han sido cómplices, por incomparecencia, del fracaso colectivo iniciado en septiembre de 2017. Han metido al Tribunal Supremo en un callejón sin salida. Los magistrados están obligados a aplicar el Código Penal, pero el Código Penal sólo empeorará el conflicto político que mantienen el Estado y, cuantitativamente, una parte nada desdeñable de los catalanes.

V.- Los separatistas también llevan ventaja en la “guerra simbólica” (los himnos, las banderas, el folclore…). Sus símbolos tienen un prestigio innegable en la comunidad catalana, mientras que, del otro lado, la enseña y el himno nacionales todavía son, para muchos, una herencia antidemocrática del franquismo. De obligada lectura: “Los colores de la patria” (Javier Moreno Luzón y Xosé M. Núñez Seixas, Ed. Tecnos, 2017).

Sus símbolos tienen un prestigio innegable en la comunidad catalana, mientras que la enseña y el himno nacionales todavía son, para muchos, una herencia antidemocrática del franquismo

VI.- Aunque la Administración General del Estado es casi invisible en la Comunidad Autónoma, esa no sería la causa principal de la derrota de los españoles, residan o no en Cataluña. Los sucesivos gobiernos españoles han estado en permanente situación de offside en cuanto a las crecientes demandas de autogobierno del nacionalismo catalán. El Estado ha desertado de Cataluña y ahora estamos todos pagando el precio. Tampoco la mayoría de los intelectuales serios de nuestro país han “leído” bien el guión separatista. Han pedido un diálogo imposible. Los separatistas saben perfectamente que la fuerza material de la Generalitat (incluso en el momento actual) es muy inferior a la del Estado en caso de un choque frontal. Por eso rehúyen material y directamente la colisión de los dos trenes prefiriendo una supuesta desobediencia civil de naturaleza democrática. Los rodeos son continuos.

Apelan, en una operación agotadora de zig-zag, a la provocación al Estado, porque una estrategia ofensiva los llevaría directamente a la derrota, que sería la derrota de los dos bandos. A la lógica constitucional oponen un envite que parece (aunque no lo es) irracional. Lo fían todo a la emoción y la compasión “wilsonianas” del mundo ante el “sacrificio” de los “mártires de la patria” que reivindican su independencia nacional. Como veremos a continuación, el Estado, al no haber reaccionado a tiempo, juega actualmente con muy malas cartas. Pero el Estado siempre lo ha tenido difícil. A nadie le gusta reprimir. Y los nacionalistas han sido mucho más astutos que “los españolistas”.

Miles de personas participan en la concentración convocada por el PP, Ciudadanos y Vox en la plaza de Colón de Madrid en protesta por el diálogo de Pedro Sánchez con los independentistas catalanes. EFE

 

VII.- Los argumentos históricos, jurídicos y políticos del independentismo han sido extraídos de la enciclopedia universal de las fábulas. Pero sus inventores son conscientes de su irrelevancia, son simplemente un aderezo, un adorno y, sin embargo, para los creyentes son una realidad y no un trampantojo. Son compañeros de viaje del factor esencial. La fuerza verdaderamente nutricia de Pujol y sus discípulos clonados a su imagen y semejanza es la voluntad. Su irredentismo es un apostolado que rinde tributo a Ernest Renan. “¿Qué es una nación? La nación es un principio espiritual que se expresa en un plebiscito cotidiano”. De ahí la resistencia infinita de los independentistas, su convicción de que están haciendo Historia (de la de verdad), de que su movimiento es imparable y circular (como los abrazos periódicos de los “hermanos catalanes” que rodean toda la extensión del territorio de la patria). Algo que resulta imposible de entender para una organización burocrática, racional y sometida al imperio de la ley, como es el Estado español.

La fuerza judicial y la fuerza policial, aunque sean manifestaciones legítimas del imperio de la ley, no gozan de la simpatía política de nuestros socios europeos

VIII.- La cuerda se puede romper. Los separatistas la estiran y vuelven a estirarla, creando una tensión insoportable. ¿Pero quién se caería de espaldas? Los independentistas están divididos en su fuero interno, pero no creo que abandonen su lucha contra el Estado por una causa endógena. Han situado al otro cabo de la cuerda a un imaginario enemigo común. La estrategia separatista persigue el colapso del Estado y el bloqueo de sus instituciones. Recordemos que también ERC (el supuesto miembro “moderado” y “pragmático” de la plataforma separatista) rechazó de plano los PGE de 2019. A pesar de ser netamente favorables para Cataluña. A pesar de su programa de inversiones en Cataluña (el mismo que contenía el “Estatut” de 2006 y que fue rechazado, como una obligación del legislador presupuestario, por el TC en su sentencia de 2010). Los separatistas no quieren negociar nada. Simplemente, nos han lanzado a los demás un trágala.

Del lado del Estado, las que parecen sus mejores bazas –la democracia y el pluralismo político- son realmente una debilidad. La gama cromática sobre la respuesta que se debe dar al independentismo ha traído y puede traer todavía con mayor intensidad la división e incluso la ruptura interna a las filas de los españoles no nacionalistas.

IX.- El Estado juega sus cartas con las manos atadas. La fuerza judicial y la fuerza policial, aunque sean manifestaciones legítimas del imperio de la ley, no gozan de la simpatía política de nuestros socios europeos. La violencia legítima del Estado, si se le da una vuelta de tuerca “asfixiante”, será interpretada como un exceso antidemocrático, como un abuso cometido contra un pueblo pacífico e indefenso. Si se produjera, probablemente ganaría la sinrazón de una gran paradoja. Un Estado moderno y democrático habría sido derrotado por una tribu acampada en las viejas montañas carlistas y en las playas batidas por el viento de los ultramontanos. El Estado se retiraría obligatoriamente del tablero. Jaque mate. El juego habría terminado. Una botella de cava se estrellaría contra la popa del buque separatista. Gerard Piqué sería la madrina en la botadura de “la balsa de piedra”.

Coda

En su conjunto, la sociedad española (incluidos los catalanes) padece una grave dolencia. Unos no creen en sí mismos. Los otros se han vuelto locos. ¿Ha regresado al manicomio la “España sin pulso” de Francisco Silvela? Un canciller de Prusia, famoso por la punta del casco y por sus ocurrencias lapidarias dijo algo que, si bien referido a la guerra preventiva, me inquieta en esta hora de España, en esta hora de Cataluña: “Hay naciones que deciden suicidarse por miedo a la muerte”.